Capitulo 13
Le había salido del alma, como si tras dejar la ventana caminara como si de un sonámbulo se tratara hasta algo que le era conocido. Fue entrar en la casa y sonreír pensando quien le esperaba escaleras arriba. Y subió a buscarlo…y le halló acurrucado, esperándolo…y le saludó como si el tiempo no hubiera pasado…
—Bill—repitió con firmeza.
Esperó hasta que la persona que había oculta entre las sombras alzó la cabeza y le miró con lágrimas en los ojos. En ellos veía además una expresión asustada, un miedo que le era conocido y que antes jamás quiso ver por tener miedo él mismo…miedo al compromiso.
—Pensaba que nadie podía verme—dijo Bill de pronto—¿Cómo sabes mi nombre?
—No hagas preguntas cuya respuestas ya sabes—dijo Tom mirándole fijamente.
Le vio negar con la cabeza, levantarse del suelo y mirarle desafiante.
—Sé que estás enfadado por lo ocurrido—empezó a decir Tom—Pero debes saber…que Andreas no significó nada para mí. Y Carol tampoco.
—Carol—repitió Bill con un intenso odio.
—Me obligaron a casarme con ella—le recordó Tom con dolor—Pero mi corazón siempre te perteneció, ¿recuerdas que te lo di?
—Jamás me lo quité…me enterraron con el—explicó Bill entre sollozos—¿Por qué, Tom?
Buena pregunta… ¿por qué nunca le dijo lo mucho que le amaba? ¿Por qué dejó que muriera pensando que todo lo compartido había sido una vulgar farsa?
—Lo siento—susurró suspirando.
Bill le miró alzando una ceja, gesto que Tom reconoció y le hizo sonreír. Le encantaba que lo hiciera, cuando estaban en la cama y Bill le proponía de tan sensual manera volver a hacer el amor…
«¡Espera!»—se dijo a sí mismo pestañeando—«Solo me he acostado con un chico…con Andreas…»
Era como si saliera de un sueño, o pesadilla más bien. Por un momento había llegado a creer que él era ese Tom Kaulitz que tan mal había tratado al chico que tenía ante él.
—¿Tom?—llamó Bill en voz baja.
—¿Qué le paso?—preguntó Tom dejando a un lado esos sentimientos que sentía crecer en su corazón.
Bill suspiró y separando los labios contó todo lo que había visto y oído desde su muerte, cuando aún sin saber por qué vagaba por la mansión llamando a Tom entre lágrimas….
&
Dos semanas de haber enviado esa cruel carta, Tom Kaulitz y esposa regresaban a casa. Entre ellos se había instalado un frío silencio, un abismo que aumentaba con cada minuto que a solas pasaba.
Hizo un gran esfuerzo por conquistarla, prometió no volver a ver a Bill si ella ponía todo de su parte para que ese matrimonio al que les había condenado sirviera para algo. Una noche que se quedó en el comedor del hotel donde se hospedaban, descubrió que su esposa no era tan frágil y delicada como pensaba.
Había subido a acostarse presa de una de sus muchas jaquecas, aunque él sabía que eran solo excusas para no hacer con él el amor. De hecho, llevaban casi un mes sin tocarse, ni siquiera besarse. Y esa noche tras mandar esa carta que tanto le costó escribir, se tomó una última copa de brandy y subió para hablar con su aún mujer.
Llegó a la habitación donde ella dormía, pues desde que se enteró de su aventura con Bill en cada viaje que realizaban pedían siempre camas separadas, y cogiendo aire con fuerza puso una mano en la puerta.
Estaba entre abierta, lo que le extrañó. Pensando que podía estar pasando algo entró con sigilo. A sus oídos llegaron unos ahogados jadeos y gemidos entre cortados, los siguió hasta la cama donde…donde yacía desnuda su mujer en brazos de un chico que le hacía el amor de una manera salvaje y cruel.
—¿Carol?—llamó aún sin podérselo creer.
—¡Tom! ¿No sabes llamar a la maldita puerta?—gritó Carol incorporándose en la cama.
El chico con el que estaba, de unos 16 años como pudiera observar, se dio la vuelta y le miró sonriendo con descaro, sin importarle lucir ante él una imponente erección que segundos antes atravesaba el cuerpo de su mujer.
—¿Qué demonios quieres?—preguntó Carol cubriéndose con la sábana.
—¿Que qué quiero?—preguntó Tom a su vez tras recuperarse de la impresión—¡Follar con mi mujer!
—Claro, como no tienes a Bill a mano…ahora te acuerdas de mi—rió Carol.
—Lo he dejado…por ti—siseó Tom.
—Yo no te lo he pedido—apuntó Carol—Si le quieres dejar, es porque ya no te gusta, o te sientes culpable de algo. Y yo…yo no me arrepiento de nada de lo que he hecho.
—Yo tampoco—rió el chico estirándose al lado de Carol.
Vio como su mujer estallaba en carcajadas y sin importarle que él estuviera aún en la habitación, se giró sobre su amante y le besó con efusividad en los labios. Los dos olvidaron que él estaba y siguieron haciendo el amor como si nada.
Sentía hervir la sangre, apretaba las manos en dos fuertes puños sintiendo como se clavaba las uñas en las palmas. Sabiendo que ahí no pintaba nada, salió de la habitación y se dirigió a la suya donde tomó una determinante decisión. Regresarían a casa al día siguiente y les comunicaría a sus padres que dejaba a su mujer, que se fugaría con Bill y si querían desheredarle, allá ellos. No le importaba nada su dinero, solo el amor de la única persona que le había hecho feliz en sus 20 años de maldita existencia.
Y con esa idea en mente partieron de viaje al día siguiente. Carol iba sentada a su lado, silenciosa y distante. No pronunciaron palabra en tal largo viaje y nada más divisar la casa, Carol separó los labios y por primera vez habló.
—No tienes porque dejar a Bill—dijo sin mirarle—No me importa…al menos ahora ya no. Acuéstate con él las veces que quieras si eso es lo que te gusta, yo haré lo mismo con quien me plazca.
—¿Desde cuándo llevas engañándome?—no pudo evitar preguntar Tom.
—Desde el primer día—contestó sin importancia Carol—Sabía de tu fama y ya te lo dije la tarde que nos conocimos, solo quería hacer una vez el amor contigo. Mis padres se empeñaron en que me casaran y sabía que viajando conocería más gente con la que intimar, y que tú también harías lo mismo.
—¿Jamás pensaste que nuestro matrimonio podría ser real?—preguntó Tom sintiéndose mareado.
—¿Conociendo tu reputación?—dijo Carol rompiendo a reír—Somos iguales Tom, no nos conformamos con una sola persona y la palabra fidelidad no entra en nuestro vocabulario. Nuestro matrimonio es una farsa montada por nuestros padres, hagámoslos felices y cuando tengamos nuestra herencia disfrutaremos sin remordimientos de ella.
Remordimientos…esa palabra se repetía en su cabeza una y otra vez. Jamás debió mandar a Bill esa carta, y se pasó el resto del viaje rezando para que no la hubiera recibido o leído…
Casi saltó del carruaje cuando paró frente a la casa de sus padres. Salió sin esperar a su mujer y nada más entrar por la puerta sus ojos se dirigieron a sus padres, que desde uno de los salones le miraban mientras tomaban un té.
—Tom…no os esperábamos hasta la tarde—comentó Samantha poniéndose en pie.
Pero Tom la ignoró, echó a correr escaleras arribas seguido de sus sorprendidos padres.
—Tom… ¿qué pasa?—preguntó Samantha asustada.
—¿Dónde está Bill?—preguntó Tom yendo al grano.
—¿Cómo?—dijo Samantha sin entender.
—Cariño…déjame esto a mí—intervino John intercambiando una mirada su mujer.
La vio asentir y esperó hasta quedar a solas con su hijo, escuchando como su mujer daba la bienvenida a su nuera.
—Papá… ¿qué pasa?—preguntó Tom sintiéndose desfallecer.
Sentía una opresión en el pecho. Desde que se hubiera arrepentido de enviar esa maldita carta, sentía que había algo que no iba bien, era como si presintiera que no iba a volver a ver a Bill nunca más. Y eso le hacía sentirse muerto por dentro, por haber jugado con sus sentimientos.
—Bill…se ha ido—contestó John sin atreverse a mirar a su hijo.
Era una verdad a medias…desde que le hubieran descubierto muerto sobre la cama de su hijo, había acordado con su mujer no decir la verdad. Y mucho menos mencionar la nota que se halló junto al cuerpo, hecha cenizas en esos mismos momentos. Hicieron que se deshicieran de él con total discreción y en la casa nadie supo nada. Hicieron correr la voz de que el joven había huido llevándose la vajilla de plata consigo y a pesar del disgusto no le quisieron denunciar porque en el fondo era solo un niño, y ellos tenían un gran corazón y se apiadaron de él.
Cuando era todo lo contrario, desde que supieran que entre su hijo y él había algo muy fuerte que ellos no podían romper, odiaron a Bill con toda su alma. Hacía muy bien su trabajo en la casa por el que cobraba menos de lo que se merecía y criados así era muy difícil de encontrar.
Casi gritaron de alegría cuando le hallaron muerto, se deshicieron de su cuerpo y siguieron su vida como si nada hubiera pasado. Urdieron la mentira que en esos momentos le estaba contando a su hijo y aunque sabían que al principio no les creería, con el paso del tiempo vería que Bill no regresaba ni daba señal alguna y empezaría a olvidarle.
—¡Cómo que se ha ido!—gritó Tom.
—Recibió tu carta y simplemente se marchó—explicó John.
—Pero…no iba en serio lo que dije—murmuró Tom sintiendo la garganta seca—Tengo que ir tras él, yo…
—Le conseguimos un billete de barco—mintió John con descaro—Vimos como embarcaba y en estos momentos estará empezando una nueva vida allá donde haya ido.
—¿Dónde está?—preguntó Tom comenzando a llorar—Yo…le necesito…
—Hijo, fuiste muy cruel con él—dijo John suspirando—Era un niño y le rompiste el corazón, ¿qué esperabas? Estabas casado y lo vuestro no podía ser.
—¡Si podría!—estalló Tom—Porque no amo a Carol y jamás lo haré. La odio, y ella a mí. Nuestro matrimonio está acabado y no pararé hasta dar con Bill.
Pasó al lado de su padre y corrió a refugiarse en la que fuera la habitación de su amado. Se echó en su cama y enterrando la cabeza en la almohada rompió a llorar desconsolado…sintiendo una frialdad extenderse por su cuerpo, casi como si una mano le acariciara la espalda tratando de darle consuelo en vano…
Continuará…