El amor nunca muere (Psicofonía de amor) 5


Podía decirse que su vida era un camino de rosas. Único hijo de los Kaulitz, una de las familias más poderosas del pueblo, Tom sabía que a sus 19 años lo tenía todo al alcance de la mano. No podía desear nada más, era joven, guapo, rico y no había una sola noche que se fuera solo a la cama. Más de una chica o doncella que trabajaba en la casa se desmayaba emocionada cada vez que él las sonreía o miraba, y no tardaba en elegir una que gozara bajo las sábanas.

Sus padres lo sabían y aunque no estaban muy de acuerdo con su comportamiento, esperaban a que cumpliera los 20 y tras coger las riendas del negocio familiar sentara la cabeza. Además, le tenían preparado una grata sorpresa…

Mientras, Tom pasaba todo el tiempo libre que tenía no haciendo nada que no fuera ir de fiesta en fiesta y divertirse como nadie. Luego le pasaba factura la mañana siguiente, cuando aún con la cabeza bajo la almohada gruñía cuando la luz del nuevo día inundaba su dormitorio.

—¿Qué hora es?—preguntó Tom maldiciendo por lo bajo.

—Las 8, señor—le contestó una dulce voz.

Arrugó la frente, no reconocía a la persona que le hablaba. Levantó una esquina de la almohada y espió a través de ella. Pero no pudo ver nada más que otra de las doncellas que trabajaba en la casa, solo que ésta iba vestida de otra manera.

En vez del típico uniforme negro con delantal blanco y cofia del mismo color que tan cachondo le ponía cada vez que lo veía, esa chica llevaba unos pantalones negros y camisa blanca de manga larga. Tenía el pelo suelto, cosa que le extrañó pues todas las doncellas y criadas estaban obligadas a recogerse el pelo en un tirante moño…que él deshacía con la punta de los dedos mientras las desnudaba antes de hacerle el amor con lentitud…

Suspiró sin poder evitarlo mientras miraba la sedosa melena que se movía al compás de los pasos de esa doncella que recogía la ropa que dejara tirada cuando se metió la noche anterior en la cama, solo esa vez al venir de una fiesta algo más bebido de la cuenta y tras haber pasado un buen rato con dos doncellas de la casa de su amigo Andrew.

—¿Le pasa algo, señor?—preguntaron con timidez.

Otra vez esa dulce voz, preocupada por haberle escuchado suspirar, sin pensar que lo había hecho al imaginarse como sería tenerla bajo su cuerpo gimiendo y mordiéndose los labios para no gritar muy alto mientras él la embestía una y otra vez.

Maldijo por lo bajo, sentía como su cuerpo respondía a sus pensamientos y su entrepierna iba poniéndose dura sin que él pudiera controlarla. Recordó que le había dicho que eran las 8 de la mañana, sus padres estarían levantándose como él y desayunarían en sus dormitorios como hacían siempre, antes de reunirse con él a las 9 y media para decidir que iban a hacer ese largo día que se le presentaba por delante.

Siempre había una visita que hacer, una comida a la que acudir o un recital de poesía en el que aburrirse hasta decir basta.

No le apetecía para nada, esa mañana de lo único que tenía ganas era de pasarla en la cama, más si era con esa doncella que le daba la espalda y se inclinaba al recoger sus ropas tiradas por el suelo de su dormitorio.

No se lo pensó dos veces y se levantó con rapidez sin importarle estar desnudo y lucir una incipiente erección. Caminó hasta la doncella y se aferró a su cintura sin darle tiempo a replicar.

—Señor…no…

—Ssshhhh….calla, no lo lamentarás—susurró Tom contra su oído.

Sin soltar su cadera, empezó a frotarse contra ella mientras que le recorría el cuello con la lengua. Sonrió al escuchar el gemido incontrolado que dejó escapar y la dio la vuelta sin pensárselo más, apoderándose de sus entre abiertos labios. Empezó a besarla con suavidad mientras que la sujetaba por la cintura con una mano y subía la otra a su pelo, acariciándoselo mientras la escuchaba gemir entre sus brazos…

—Tom cariño, ¿estás ya levantado?

La voz de Samantha Kaulitz hizo que su hijo maldijera por lo bajo. Suspiró y dio el beso por terminado, mirando con el ceño fruncido a su madre por encima del hombro de la doncella.

—¿Pero qué haces?—gritó Samantha escandalizada.

—Mamá, no soy un niño—contestó Tom resoplando—Sabes que entre las doncellas y yo hay…muy buena afinidad…

—Si, por eso decidí que a partir de ahora se ocupara de tus necesidades un chico—explicó Samantha acalorada.

—¿Un chico?—repitió Tom arrugando la frente.

—Si…y no me refería a ese tipo de necesidades, precisamente—siguió explicando muy seria Samantha.

Tom vio que su madre no bromeaba como él esperaba y dejó de hacer lo que llevaba haciendo desde que abrazara a la que creyó una doncella y besara, dejó de frotar su erección contra su pelvis. Llevó las manos a sus hombros y se separó con esfuerzo, viendo ante sus ojos a un chico cuyas mejillas sonrosadas le daba un aire más dulce si se podía…

—¿Quién eres?—preguntó con un hilo de voz.

—Bill—escuchó en un suspiro.

Se quedó mirándole en silencio. Bill….Bill….un nombre precioso para tan bello rostro…

—Sal de aquí—pidió Samantha carraspeando.

Bill trató de obedecerla con rapidez, pero sentía flaquear las piernas se tuvo que apoyar en el pecho de Tom unos segundos hasta que cogió aire profundamente y lo expulsó en otro suspiro. Entonces pudo moverse, separó su cuerpo de esa erección que pujaba por estar dentro y pasando por el lado de la señora Kaulitz, salió de la habitación de su nuevo señor.

—Vístete, por favor—pidió Samantha a su hijo dando media vuelta.

Tom resopló y corrió a obedecerla, no era correcto que su madre la viera desnudo, más si estaba a punto de explotar. Cogió la ropa que Bill había empezado a recoger y se la puso con rapidez, respirando muy hondo hasta que pudo controlarse y las cosas volvieran a su sitio.

Solo entonces pudo enfrentarse a su madre, que aún le daba la espalda y resoplaba.

—Mamá—llamó con voz queda.

—Esto se tiene que terminar Tom—dijo Samantha con firmeza.

—Mamá, ha sido un error—se explicó Tom—Vi a Bill de espaldas y le confundí con una de las doncellas. Sí, le besé, pero eso no significó nada. Fue un error y jamás lo volveré a cometer.

—Eso espero—dijo Samantha volviéndose—Y lo de las doncellas también se tiene que terminar. Tienes casi 20 años, a tu edad yo ya me había casado y quedado embarazada. Tienes que sentar la cabeza de una vez, dejar a tras todos tus juegos y ponerte al mando de la empresa familiar.

—Sabes que eso lo haré, pero lo de casarme y formar mi propia familia…—empezó a decir Tom resoplando.

—Es por el honor de la familia—cortó Samantha —¿Cómo crees que nos sentimos cada vez que escuchamos los cuchicheos de los vecinos? Vas alardeando de todas las chicas con las que te acuestas, doncellas en su mayoría. ¿Y si dejas alguna preñada? No te puedes hacer cargo de un hijo que venga de una don nadie, tú te mereces más Tom. El apellido Kaulitz es uno de los más importantes en la ciudad, no lo ensucies con tus…orgías.

No pudo replicar a su madre, la vio muy afectada y tras sus palabras vio como se santiguaba y dando media vuelta le dejaba a solas en su dormitorio.

Pero allí no quedó la cosa, Samantha se dirigió a las cocinas y allí acorraló al chico nuevo que había entrado a trabajar ese mismo día.

—Que sea la última vez que besas a mi hijo—siseó Samantha cogiéndole del brazo con fuerza.

—Yo…no tuve elección señora—se explicó Bill en voz baja—Cuando quise darme cuenta me estaban besando, no pude hacer nada por evitarlo.

—Pues lo tienes que hacer, porque vas a estar bajo el mando de mi hijo—explicó Samantha —Quiero alejarlo de todas las doncellas de la casa, y al parecer eres el único chico que hay. Te saqué de la calle donde vivías, haz bien tu trabajo o vuelves a esa cloaca que llamabas casa.

Le soltó y dejó que siguiera con su trabajo, reuniéndose con su marido. Estaba desayunando y se sentó a su lado a acompañarlo, sin mencionarle lo que acababa de ver. ¡Dos chicos besándose! Aún tenía revuelto el estómago…

Aunque en parte era culpa suya, la primera vez que vio a Bill le confundió también con una chica, y a su hijo le había pasado lo mismo. Bueno, la confusión ya estaba resuelta y de ahora en adelante su hijo jamás volvería a mirarlo como lo que no era, ni a besarlo con toda la pasión ardiendo en sus venas.

Una vez a solas, Bill pudo dar rienda suelta a las lágrimas. ¿Por qué le habían besado? Había sido un milagro encontrar un trabajo en la primera casa donde fue a pedirlo, echado de la suya propia por su madrastra tras la muerte de su padre no le quedó más remedio que ponerse a trabajar a sus casi 17 años. Tenía mucha suerte de estar donde estaba, la familia Kaulitz era una de las más poderosas de la ciudad y sus criados vivían mucho mejor que los demás.

Tenía una bonita habitación con una cama para él solo y sábanas limpias que olían a lavanda. Su trabajo era atender las necesidades personales del hijo único que Samantha y John Kaulitz tenía, encargarse de que le tuvieran preparada a la hora la comida y de subírsela…claro que con lo que había pasado cuando fue a despertarlo, dudaba que la próxima vez que se vieran pudiera hacer su trabajo como si nada…sin recordarlo…

Pero era necesario, si no hacía bien su trabajo la señora Kaulitz le echaría a la calle sin pensárselo. Así que cogió aire con fuerza y se tragó las lágrimas. El desayuno de Tom Kaulitz llevaba preparado hacía ya varios minutos y se podía enfriar.

Cogió la bandeja donde lo había dejado la cocinera y lo subió a la habitación de Tom Kaulitz. Estaba en la primera planta, reservada para la familia. En la plata baja se alojaba los salones y la cocina, y en la superior las habitaciones del servicio, la suya incluida. Había una escalera que le llevaba allí desde la cocina y que debía usar cuando no tuviera que hacer acto de presencia, se le tenía prohibido vagabundear por el resto de la casa, más estando la familia o si tenían visitas.

Cogiendo con firmeza la bandeja subió por las escaleras principales hacia la habitación de Tom Kaulitz, quien tras haberse dado un baño rápido lucía muy elegante con sus pantalones negros, camisa de manga larga blanca y chaleco verde oscuro.

Entró sin llamar a la puerta y se le cortó la respiración al verle. Era cierto que le había gustado mucho el beso, y en esos momentos que veía a Tom llevando la ropa encima, no podía dejar de admitir que era muy atractivo…

—Bill, ¿verdad?—llamó Tom carraspeando.

Asintió en silencio al tiempo que dejaba la bandeja sobre una mesa.

—Quiero pedirte disculpas por mi comportamiento—dijo Tom con firmeza—Todo ha sido producto de un sueño…quiero decir, que me acababa de despertar y al verte de espaldas te confundí con una de las doncellas. No volverá a pasar, y de nuevo te pido disculpas.

—Está todo olvidado, señor—mintió Bill sonrojándose.

¿Cómo iba a poder olvidar ese beso tan maravilloso, más si había sido el primero?

Carraspeó y alzando la mirada la clavó en Tom, que le miraba como… ¿decepcionado? ¿Por querer olvidarlo?

—Mi madre te ha puesto a mi servicio—empezó a decir Tom tomando asiento—Tras el desayuno he quedado con mi gran amigo Andrew y necesitaré la chaqueta de pana negra y mis botas marrones.

—Me encargaré de prepararlo todo—dijo Bill con firmeza.

Hizo una pequeña reverencia y salió de la habitación dejándole desayunar a solas. Entró en la de al lado, que daba directamente al amplio vestidor de Tom y le preparó la ropa y calzado que le había pedido.

Suspiró al ver toda la ropa que tenía, no como él que el uniforme que llevaba era lo más nuevo que tenía. Echó una mirada sobre su hombro y al ver que la puerta estaba cerrada y no le molestaría nadie, se atrevió a coger una de las chaquetas de Tom y se la probó.

Había un espejo a un lado de la habitación y se miró en el sonriendo. Se abotonó la chaqueta y estaba mirando lo bien que le quedaba cuando se abrieron las puertas que conducían a la habitación de Tom y apareció él mismo por ella.

Sus miradas se cruzaron en el espejo. No se atrevía a girarse, estaba muy avergonzado de que le hubiera pillado.

—Yo….lo siento mucho…—susurró sin poder moverse de donde estaba.

—Te queda muy bien—halagó Tom entrando en la estancia—Algo larga, pero te ajusta a la perfección.

Se colocó tras él y puso las manos en sus hombros.

—¿Es la primera vez que te pones algo así?—preguntó en voz baja, viéndole asentir—Quédatela si quieres, tengo muchas chaquetas.

—No puedo aceptarla—dijo Bill con firmeza—Además, si alguien me viera con ella puesta…pensaría que la he robado.

—Es verdad—asintió Tom—Y lo último que quiero es que te echen de la casa.

Suspiró y quitó las manos de donde las tenía puesta, dejando que Bill se desabrochara la chaqueta y se diera la vuelta. Le observó mientras la dejaba en su sitio y cogía la que le había pedido minutos antes.

Entonces se puso él esa vez a su espalda y le ayudó a ponérsela.

—Comeré con mi amigo Andrew—explicó Tom—En ese tiempo me gustaría que ordenaras mi habitación y la limpiaras.

—Si…señor—musitó Bill carraspeando.

—Nada de señor, llámame Tom—pidió Tom volviéndose—¿Puedo llamarte yo Bill?

—No…no tengo otro nombre—dijo riendo Bill.

El sonido de su risa le cortó la respiración. ¿Qué no tenía otro nombre? ¿Qué tal hermoso? Porque lo era, le estaba mirando con más atención y fijándose mejor en su rostro. La piel blanca, los ojos castaños…sus labios jugosos…tenía las mejillas encendidas, y aunque había prometido no volver a hacerlo, llevó una mano tras su cuello y le atrajo a su cuerpo.

No sintió resistencia alguna, sintió como Bill se le acercaba y separaba ya los labios, sobre los cuales depositó un beso prolongado….

Escritora del fandom

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