Bueno ha sido, algo muy triste hasta ahora creo, así que bueno éste capi también es triste pero acaba bien, creo, espero que lo disfruten y aqui seguimos.
Abrazos para tod@s
Capítulo 3: Monaco
El atardecer refulgía dorado en Mónaco, el sol cálido brillaba en todo su esplendor, haciendo fulgurar cada rincón con un resplandor ambarino, casi color miel.
El castillo del Rey Magnus estaba silencioso, sumido en una dulce calma anaranjada. Los estanques estaban totalmente quietos, los juncos apenas agitándose con la brisa de la tarde perfumada con el aroma de la suculenta comida sazonada con especias proveniente de las cocinas, donde ya se preparaba la cena.
El Rey Magnus estaba sentado en una postura rígida frente a su gigantesco escritorio hecho de madera y marfil, y escribía, furioso, tanto, que a veces la pluma suave y larga de codorniz era estrujada entre sus dedos regordetes, y se hundía demasiado hasta llegar a romper el papel. El Rey Jörg tenia que cumplir, y se agotaba el tiempo, ya había esperado demasiado, casi tres años, se sentía viejo y cansado y quería dejar sus asuntos en paz antes que cualquier cosa pudiera pasar, y se había prometido no morir antes de ver a su única hija convertida en Reina de Calabria.
No entendía porque no le había respondido el Rey Jörg a ninguna de sus cartas, como si su hija no fuera digna del Príncipe William, se decía, y aquello era una falta enorme de respeto. De no ser por la enorme deferencia que sentía por Bill, ya habría declarado la guerra a Calabria por el calibre de tales blasfemias. El Rey terminó la carta y después de cerrarla con cera y su sello real, se la entregó a su mensajero personal y se quedó cavilando después, con los ojos entrecerrados. Mas le valía al monarca de Calabria responder, por el bien de todos…
Y mientras el Rey permanecía encerrado en sus aposentos, pensativo como un felino antes de atacar, afuera en los jardines se paseaba la joven en la que él adoraba.
La joven princesa Ambrosía, ahora con casi diecinueve años, se había sentado a la orilla del estanque que adornaba los jardines del que fuera el lujoso aposento de Bill. Extrañaba al pelinegro profundamente, lo añoraba con su ser y se imaginaba casi todo el tiempo un futuro con él. Ahora, con sus casi diecinueve años se había transformado de una larguirucha chiquilla en una preciosa muchacha, su cuerpo esbelto como un narciso se había terminado de estirar y poseía unas curvas y proporciones perfectas. Su perfil estilizado de nariz respingada y boca pequeña, era armonioso, y aquel paisaje a la belleza femenina estaba coronado por sus alucinantes ojos azules, tan claros y vívidos, que parecían dos lagos sin orillas. Ahora los delineaba con Kohl egipcio, el mismo que usaba Bill, y aquellas líneas negras y delgadas le conferían un aspecto mucho más maduro y un poquito agresivo. El sol hacia relucir su dorada cabellera, que ahora llevaba más corta, rozándole los hombros, y la adornaba sencillamente, con dos pequeñas horquillas en forma de flor, cuyo centro era una perla y los pétalos diamantes. A su lado siempre fiel, siempre leal y protector se encontraba su guardia personal, Gustav, callado y digno.
Aquel trabajo le había proporcionado muchos momentos de calma, pero aunque el amaba la acción, cuidar de la princesa era quizá el trabajo mas vigilado de todo el reino, incluso por el mismo Rey, pues todo Mónaco tenía sus esperanzas puestas en la joven princesa Ambrosía y en los herederos que pudiera tener la única hija real que el reino había tenido desde hacia mucho tiempo, y la princesa vivía con la natural indolencia de saberse amada por todos. Era usual encontrarla vagando por los pasillos de su enorme palacio con los brazos llenos de gatitos o cachorros o flores, siempre vigilada por Gustav y por la regia figura de su padre, que la miraba mientras se atusaba el grueso bigote, imaginándola con una corona enorme sobre su cabeza, y el escudo de armas de Calabria bordado sobre su pecho en hilos de oro, o tomada del brazo del enigmático príncipe William, y a veces hasta fantaseaba con llegar a tener un nieto, un apuesto príncipe o una dulce princesita, con los claros ojos de Ambrosía y la oscuridad de las formas de Bill , y así mismo soñaba la princesa, vivía soñando y su sueño preferido era sobre ella misma convertida en reina, paseando en alguno de los enormes salones del Palacio de Calabria, arullando entre sus brazos a un precioso y diminuto niño idéntico a Bill, con su suave cabellera color azabache y aquellos ojos oscuros de gato salvaje. Ni ella, ni su padre, ni nadie en Mónaco, excepto Gustav, pensaban en el príncipe Tom, y quizá deberían hacerlo, porque para llegar a Bill, habría que pasar indiscutiblemente por encima del príncipe mayor, Gustav lo sabía muy bien, y cada vez que se atrevía a vaticinar sobre el futuro cercano si es que Ambrosía persistía en comprometerse con Bill, tenia que limpiarse la frente, que se le perlaba de sudor.
—Gustav…— la voz baja, como el arrullo de una paloma lo distrajo.
—Diga, Alteza.
— ¿Sientes deseos de ver a Bill…?
El rubio se lo pensó seriamente, no le gustaba tomar las preguntas de la princesa a la ligera porque era restarle importancia y el la veneraba.
Pensó en Calabria, tan callada, tan misteriosa, tan enigmática y tan terrible como hermosa. Aquel lugar era un ensueño, desde el puerto, con el océano azul tan claro y transparente como no había otro, la colorida ciudadela con sus calles amplias, empedradas, pintadas de blanco con manchones color rojo ladrillo, hasta sus montañas, cascadas, los campos de trigo, los bosques de olivos y sus magníficos viñedos. Tenia muy buenos recuerdos, pero también muy malos.
Nunca lograría arrancarse de la memoria aquel fatídico día en que vio a Bill, al que quería de verdad, colgando como un animal de mercado enmedio de un charco de sangre, prácticamente muerto, ni los rugidos de dolor incrédulo y rabia impotente del príncipe Thomas al encontrarlo, ni la frialdad de los ojos de aquella enloquecida anciana capaz de asesinar sin remordimientos a su propio nieto, ni los llantos desesperados de los siempre solemnes reyes de Calabria al enterarse de la verdad y de la infamia cometida en contra del hijo al que ni conocían, ni de la furia del rey Magnus queriendo arrasar con el reino entero antes de enterarse del linaje de Bill. Ni mucho menos el terrible recuerdo de la luz apagada en los mismos ojos inocentes de un Bill aferrado al último hilo de vida que le quedaba después de haber sido torturado de tan brutal manera solo por ser quien era. Le atraía y no la idea de ver a su amigo. Por supuesto que quería verlo y contemplar de nuevo sus astutos ojos oscuros de cobre fundido y comprobar si había desaparecido la sangre y si habían recuperado su brillo, si había recuperado su sonrisa alegre, sus modales perfectos y su piel tan pálida como los pétalos del asfódelo, pero al mismo tiempo recelaba del nuevo entorno que cubría a Bill, metido en el núcleo de Calabria, rodeado de letales guardias, en aquel espacioso y gótico castillo, tan místico y lujoso que parecía irreal, y lo que más detenía al rubio era pensar en el hermano gemelo de Bill, el príncipe Thomas, siempre al acecho como una fiera, oscuro, peligroso, letal…le preocupaba en exceso pensar en las consecuencias de seguir adelante con los ambiciosos planes que tenia el rey Magnus en cuanto a su hija y a Bill, porque no necesitaba ser adivino para sospechar que algo más que fraternal unía a los príncipes gemelos…
—Si Alteza— concluyó después de pensar todo aquello en medio minuto.
— ¿Recuerdas cuando él vivía aquí y me cuidaba? Entonces todo era perfecto…— dijo ella, con un casi imperceptible dejo de amargura, algo que sorprendentemente, irritó un poco a Gustav, porque Ambrosía estaba siendo bastante egoísta.
—Era perfecto para Su Alteza— dijo con dulzura— pero el Príncipe Bill, que es un príncipe real por nacimiento, y no por nombramiento, no era más que un vasallo en aquel entonces, ¿habría preferido que se quedase así?
Ella arrugó el ceño y frunció la nariz, pensando antes de responder, mientras metía la punta de sus dedos en el agua clara y cálida del estanque, tratando de acariciar a uno de los escurridizos peces dorados que ahí nadaban.
—No…— dijo finalmente al suspirar— me alegra el alma que por fin tenga a la familia que toda su vida anheló, pero hubiera preferido que volviera con nosotros… tu recuerdas como lo dejaron…Y el es un Príncipe— se lamentó, y el rubio dio un respingo, porque ella no solía hablar de eso.
—Pero eso fue por azares del destino…
—No— interrumpió ella de manera firme— fue su propia abuela.
—Porque estaba loca.
—Quería matarlo… lo torturó durante días…
—No piense en eso Alteza…—rogó, viendo como ella se volvía cada momento más melancólica.
—No puedo… yo lo quiero de vuelta, lo deseo conmigo — musitó, consternada y Gustav solo fue capaz de asentir, deseando cambiar el tema. Odiaba ver a la princesa decaída.
—Quizá mas pronto de lo que pensamos, lo tendremos enfrente.
—Pero seguro va a estar ese pesado de Tom.
—Si, son hermanos…
Pero la princesa ya no respondió, miró serenamente al atardecer antes de levantarse y empezar a andar en dirección al enorme palacio, en silencio, con su guardaespaldas pisándole los talones.
***
Por millonésima vez, el joven pecho del Príncipe Thomas fue sacudido por un violento estornudo. Le dolía la cabeza, todo el cuerpo y se sentía terriblemente cansado. Sentado frente a el estaba Bill, con una muda mueca de preocupación nublando su apuesto rostro.
Había sido tan torpe… tan descuidado… aquella aventura en el mar había enfermado a su hermano; quería levantarse e ir con Tom para preguntarle nuevamente que tal se sentía, pero Tom le había dado esquinazo cada ocasión desde que se habían sentado en torno a la enorme mesa de la sala de audiencias de su palacio, y Bill no necesitaba preguntar por qué. En la cabecera de la mesa, sumido en un silencio tenso, estaba el padre de los príncipes gemelos, el mismísimo rey de Calabria.
Su gesto era adusto, serio y especulativo… un papel rígido y de apariencia fina, de color crema y con el sello roto estaba apretujado entre sus esbeltas manos, y el Rey no había dicho ni media palabra desde que ambos príncipes habían sido llamados, y se habían sentado minutos después cerca de él. La reina no había acudido aquella ocasión, pues se encontraba ligeramente indispuesta, y eso casi enloquecía al Rey.
Y así, mientras el príncipe Bill miraba intensamente a su afiebrado y amado hermano, y éste lo ignoraba con la misma intensidad, fue que el Rey comenzó a hablar.
—Ha llegado una nueva carta…— comenzó, deteniéndose al escuchar el casi imperceptible bufido que nacía del pecho congestionado de su hijo mayor—…del Rey Magnus. No podemos seguir ignorando esto.
— ¿Qué es lo que dice?— demandó Tom, mirando rabiosamente a su padre, y sus ojos brillaban igual que carbones encendidos.
—Dice…— al Rey le era verdaderamente difícil hablar con sus hijos de aquello— demanda… te demanda a ti, William— le dijo ahora a Bill directamente.
— ¿A mi?— chilló Bill agudamente, haciendo enfurecer aún más a Tom.
—Por Dios Bill, no te hagas el ingenuo— le dijo ácidamente, arrepintiéndose al ver encogerse un poco al pelinegro, pero es que su genio lo traicionaba, ardía de rabia por dentro.
—Tom…— intervino el rey —respétalo, por favor.
— ¿Qué es lo que demanda?— preguntó Bill, fingiendo por pura desesperación.
Tom entonces lo miró, haciendo al momento un gesto de dolor que nada tenia que ver con el resfriado que lo aquejaba. Simplemente mirar a Bill le dolía. El pelinegro, blanco como un trozo de hielo tenia el ceño arrugado por la preocupación, y sus ojos de topacio estaban apagados, sin embargo cuando Bill le miró, la luz que emanaba de él le llenó completamente.
—Demanda… que como Príncipe real e imperial que eres Bill, desposes a su Alteza real, la princesa Ambrosía, para tu próximo cumpleaños.
Y cuando esas palabras fueron pronunciadas, la temperatura del salón descendió aún más, a pesar de las cuatro gigantescas chimeneas que calentaban aquella tarde lluviosa y helada de finales de febrero. Incluso el aire parecía haberse congelado en el tiempo, hasta que el príncipe Tom se levantó violentamente, tanto, que la silla en la que estaba rígidamente sentado salió disparada hacia atrás, y fue puesta en su sitio en el acto por Lucca, el guardia personal de Tom. Incluso Marcus, el guardia de Bill se adelantó para proteger al príncipe de su hermano, haciendo que Tom se enfureciera todavía más.
— ¡Jamás!— bramó, presa de una furia ciega. Su figura era impresionante, tan alta como una torre, sus pupilas parecían arder y la vestimenta negra, contrastando con el forro verde de la capa y las esmeraldas en su corona dorada lo convertía en una criatura tan hermosa y peligrosa como una pantera negra. Una pantera que Bill observaba, mudo de pena, mientras que su guardia personal quitaba lentamente la mano de la empuñadura de su espada—esa estúpida y antipática mocosa jamás va a tener a William.— sentenció.
— ¡Thomas!— el rey se levantó también, sorprendido por tal actitud en su hijo, ya que tenía mucho tiempo que el príncipe Tom no sufría aquellos arrebatos de ira —contrólate por favor, perdiendo los estribos así, no podemos llegar a nada.
Pero Tom hizo caso omiso. Se dirigió hacia el enorme ventanal ojival y clavó la vista en la casi interminable extensión de césped recién podado, salpicado de rocío. Hasta ese momento, incluso Georg se había mantenido impasible, como consejero real debía estar siempre presente en momentos así, pero cuando Tom se levantó, los ojos verdes de Georg intercambiaron una rápida mirada de pérdida con los ojos tristes de Bill.
—Debe haber algún modo— dijo el Rey mientras cavilaba, volviéndose a sentar.
— ¿Cuál modo?— espetó Tom, volteando, sus palabras rezumaban odio y coraje— ya sabes que si te niegas, o si Bill se niega, ese imbécil de Magnus va a estar feliz de ondear su estandarte de guerra.
—Puede que no lo haga… el aprecia a William, no lo haría sabiendo que todos perderemos con algo así.
—Por Dios padre— Tom volvía a usar el cinismo que lo caracterizaba— por mucho que Magnus adore a Bill, primero y siempre primero va a estar su insensata y caprichosa hijita princesita.
Y en realidad el Rey no podía refutar el razonamiento de Tom, porque era una verdad absoluta, así que ambos permanecieron sumidos en un silencio tenso y molesto. Bill no había dicho ni hecho nada, simplemente no podía, porque su mente siempre alerta trabajaba a toda velocidad, aunque a veces, muchas veces, sus pensamientos tropezaran con sus sentimientos. Se le partía el alma, se ahogaba, deseaba no haberse convertido jamás en príncipe, pero al pensar aquello, sabía jamás habría conocido a Tom, ni a sus padres, ni el calor de un hogar aunque ya fuera tarde. Pensaba incluso en lo que parecía inminente: la llegada de los soberanos de Mónaco, su mente se atrevía a vislumbrar la posibilidad de casarse, únicamente para darle a Calabria un heredero, pero tan pronto como surgía ese pensamiento, Bill se negaba en redondo, porque sabía perfectamente que aquello destruiría por completo a Tom, y Bill no iba a permitir aquello, prefería mil veces la guerra antes de herir más a su hermano.
— ¿Estas bien?— se aventuró a preguntar Georg en voz baja, cerca del hombro de Bill.
—Si Geo —respondió Bill mecánicamente, sin apartar la vista de la mesa pulida que reflejaba su rostro inundado de sufrimiento. El Rey por su parte, no soportaba ver triste a ninguno de sus hijos, aunque Tom estuviese más furioso que triste. También pensaba a toda velocidad como evadir aquello, debía haber alguna forma, y de ninguna manera iba a permitir que Magnus tuviera a Bill, no así de esa manera tan beligerante, sintiéndolo casi como suyo. Aquello lo indignaba en demasía, esas actitudes de propiedad del Rey de Mónaco, como si el joven príncipe le perteneciera, y en su corazón, se empezaba a sopesar seriamente la posibilidad de una guerra.
Jamás permitiría que le volvieran a quitar a su hijo menor.
—Evitaremos esto— dijo finalmente el Rey —impasible y con el rostro sereno y determinado— si alguno de ustedes quisiera contraer matrimonio, será por placer, no por obligación, y si debe haber guerra la habrá, para eso tenemos soldados, para protegerlos a ustedes.
Y tras decir eso, el Rey salió, seguido por su comitiva.
Tom y Bill se quedaron entonces solos, salvo por Georg, y sus respectivos guardias, quienes después de una agresiva mirada del príncipe mayor, se retiraron en el acto, salvo por Georg, que se resistía a dejar solo a Bill.
—Anda Geo— dijo el príncipe— por favor déjanos solos.
Y tras ahogar un suspiro, el consejero salió, cerrando sabiamente la puerta con cerrojo desde adentro.
—Me tiene un poco harto— dijo Tom refiriéndose a Georg cuando se quedaron solos— No se que le pasa.
—Está nervioso— tajó Bill, que seguía sentado, gallardo y serio. Tom volteó despacio, muy despacio su vista hacia su hermano, su aspecto lo hipnotizaba, aunque lo hubiese visto ya un millón de veces. Bill le devolvió la mirada cómplice, brillante, de ojos oscuros y serenos, que brillaban como si estuvieran inundados de estrellas reflejadas en un lago. Los ropajes negros, la corona dorada y su elegante pose al estar sentado conseguían hacer casi desfallecer a Tom que erguido en toda su estatura contra el ventanal apenas podía permanecer alejado.
—Dime una cosa Bill— dijo Tom, empezando a acercarse. Las botas negras, pulidas y lustrosas hacían ecos al tocar el piso de mármol, y Bill sentía arder su sangre.
—Te escucho, Tom— dijo con un hilo de voz.
— ¿Te casarías con esa mocosa…?
Y Bill se quedó en blanco. ¿De que iba todo aquello?
—No podría— respondió en el acto.
— ¿Por qué?
—Porque… te amo.
Y Tom no se esperaba aquello. El aire salió disparado de sus pulmones y se abalanzó hacia Bill, besándolo con fuerza. Las coronas se cayeron al suelo con su tintineo dorado en cuanto los labios de los dos hermanos se encajaron a la perfección. Bill le recibió con los brazos abiertos, fundiéndose con su gemelo, casi fusionándose. Los dedos expertos de Tom desataban la capa negra de Bill, quien hacia exactamente lo mismo con la capa de Tom, y los gemelos no perdían el contacto con sus bocas.
—Nunca… Bill— decía Tom entre jadeos— te olvides de que… eres mi sangre… mi vida solo tiene sentido por ti…
Y Bill simplemente no tenía palabras para responder aquello, solo una determinación ciega que jamás le permitiría separarse de Tom.
—Nunca podría…—jadeó Bill — aunque quisiera.
—Nunca quieras…
Y no supieron como fue que Bill pegó su largo cuerpo de felino al cuerpo de Tom, fundidos en besos, ni como terminaron en un enorme sofá dorado, pegado al ventanal de piso a techo. Tom, recostado sobre Bill, hurgaba con su lengua dentro de la boca de su gemelo a ratos, a ratos besaba su cuello, a ratos mordisqueaba sus orejas, y se deleitaba con los gemidos bajos de Bill.
—Tom… — murmuró, receloso, ganándose una mirada llena de oscuridad por parte de su gemelo.
—¿Qué ocurre?
Y Bill no respondió, sólo se ruborizó y señaló con sus afilados ojos marrones al enorme ventanal, dándole a entender que podrían ser vistos desde afuera.
—Nos pueden ver..
—No te preocupes… —sonrió en respuesta —observa — y Tom estiró apenas la mano hasta perderla tras los pliegues verdes de las cortinas, dio un pequeño tirón y una enorme tela de organza blanca se deslizó suavemente hacia abajo, dándoles una segura privacidad.
—¿cómo sabías…?
—Pasé interminables atardeceres solo en este enorme Palacio, puedo mostrarte mil trucos y pequeños escondites… habría dado todo lo que tengo, por que hubieses crecido conmigo, te amaría de la misma forma.
— Oh Tom…— murmuró, con los ojos vueltos todo cristal.
Tom tambien sonrió, deslumbrado ante la perfección de su hermano, y pequeños fragmentos de otros momentos aparecieron atrás de los ojos del príncipe mayor, potenciados por cada beso que Bill le otorgaba, por cada gemido que su garganta ahogaba, por cada sacudida que en su cuerpo provocaba.
Un beso a lo largo de la blanquísima línea de la mandíbula de Bill, un beso travieso que mojaba y mordía, y al mismo tiempo, un flash del mismo Bill cubierto de sangre, revolviéndose entre las sucias mantas por la fiebre y la agonía.
Tom hizo un imperceptible gesto de dolor y detuvo su ímpetu por un momento, como si la criatura perfectamente sana y fragante que estaba bajo su cuerpo fuera la misma de sus pesadillas, un Bill lleno de sangre y al borde de la muerte.
—No… Tom— lloriqueó Bill, que sabia a la perfección por donde andaba la mente torturada de Tom— estoy aquí…— le dijo, arqueándose contra el para remarcar sus palabras— estoy bien en tus brazos…
El centro de la anatomía del príncipe menor, ya despierto, rozaba el bajo vientre de Tom, que dolía también, presa de calambres de intenso placer, y el príncipe mayor sacudió un par de veces la cabeza para desconectar esos pensamientos y volvió a besar el cuello de Bill.
—Ah… Tom…— la voz de Bill era baja, ronca, llena de pasión. La hombría de Tom se estiró en toda su longitud, y el príncipe mayor, hábilmente, logró colar su mano derecha debajo de los pantalones de lino e hilos de oro de Bill, y encontró, en el acto, aquello que exigía toda su atención.
—Siempre ansioso… Majestad…— silbó Tom, en el momento exacto en que su mano se envolvía alrededor de la piel endurecida y ardiente de Bill, y Bill abría la boca, como si un grito fuese a desgarrar su garganta, mas ningún sonido salió, menos aun cuando Tom lo besó. No hizo falta mucho por parte de Tom para lograr hacer estallar a su hermano. Bill estaba muy sensible, y cuando Tom, besándolo posesivamente, con la garganta ahogando gruñidos y su mano envuelta en el intenso calor que emanaba Bill, presionó un dedo suave pero firmemente en la punta de aquella espiral de húmeda calidez, Bill se dejó ir como una marejada, como la tormenta que enfrentó Tom por salvarlo, y que terminó enfermándolo. Bill se derramó sobre la mano de su hermano, jurando su nombre, jadeando, aturdido, y Tom, triunfal sonrió en sus labios.
—Tu eres mío— dijo Tom, mirando los ojos de Bill, obnubilados de placer— eres mío— repitió, mientras iba sacando la mano lentamente de dentro del pantalón abierto de Bill— esto es solo mío— le dijo, mostrando su mano, llena del semen perfumado y brillante de Bill, llevándose luego, un dedo a la boca, saboreándolo…
—Tom…yo…— apenas pudo murmurar. A pesar de estar agotado, su cuerpo comenzaba a tensarse. Tom lo besó nuevamente, y Bill sintió en sus labios el mismo sabor perlado de su esencia, potenciado por el sabor de la boca de su hermano, por su aliento, por la tibieza de su saliva y la suavidad de su lengua.
Era demasiado.
Sus ojos viajaron directamente al techo, y su hermoso rostro igual al de un David de Donatello se quedó enganchado en la figura de uno de los querubines regordetes que sobrevolaban el techo, su mirada inocente y levemente acusadora se mantenía al acecho, pendiente de todo lo que hacían los príncipes gemelos, y Bill le regresaba una mirada límpida y seria, mientras Tom, que era todo fuego y trenzas desordenadas, despojaba de los pantalones a su hermano, le levantaba la cadera y lo acomodaba sobre el sofá, abriéndole las largas piernas muy lentamente. El angelito pareció fruncir el ceño, intrigado, en el momento exacto en el que los príncipes se fusionaron, en uno solo, y no perdía de vista el cuerpo grande y empapado del príncipe mayor, que se movía, bufaba, y empujaba una y otra vez sobre otro cuerpo levemente mas blanco y fino.
Bill cerró los ojos en cuanto lo sintió, ardiente, como una barra de hierro al rojo vivo, que se abría paso lentamente hasta quedar incrustada ahí al centro de sus entrañas. Apretó los dientes y los ojos, dolía y quemaba a pesar de los cuidados que Tom ponía, algo que Bill odiaba. Le gustaba ese dolor que se mezclaba con placer, y con la sensación de embeberse mas y mas en la sangre de su hermano; y así, mirando al entrometido querubín, cuya mirada estaba de nuevo vidriosa y perdida en la nada, fue que Bill rodeó el cuerpo de Tom, sonriendo, satisfecho por ese momento que era suyo y de su hermano, solamente de ellos.
—Ah…— suspiró al sentir como su carne ardiente y abierta era cubierta por una gruesa capa de aquel bálsamo perfumado hecho de perlas liquidas y saladas, proveniente de Tom, que podía incluso hasta revivirle, y Tom, con sus ojos cerrados, los labios entreabiertos y una línea fina dibujada en su frente, seguía dejándose ir, tensos los brazos a los lados de la cabeza de su hermano, cuyo vientre estaba también salpicado por la misma esencia, que tenia un núcleo exactamente igual.
—Bill… Bill…— susurraba Tom, inclinándose sobre su hermano hasta descansar encima de el— ¿que haría yo sin ti…?
—Nunca vas a estar sin mi— respondió Bill de manera mecánica, sintiendo un aguijonazo de temor y se preguntó que haría él sin Tom.
—Nunca digas nunca, pequeño— la voz de Tom era de miel. Bill lo abrazó, con brazos y piernas, como si jamás quisiera separarse de el, y ahogó un gemido cuando Tom, con mucho cuidado, salió de dentro de él. Toda su piel se erizó cuando la conexión corporal se rompió.
—Te he dejado hecho un desastre— dijo luego Tom, mirando a Bill con la camisa desabotonada, el cabello revuelto y su plano vientre salpicado de gotitas color perla.
Bill se ruborizó muy tenuemente, haciendo que Tom perdiera momentáneamente el aliento y siguiera observándolo.
—No pasa nada…
A Tom se le nubló el semblante de melancolía al ver a Bill, era un sentimiento de ternura inmensa que quería engullir al pelinegro y hacerle olvidar todos los horrores de su pasado. El Príncipe mayor pasó la punta de sus dedos por el costado izquierdo de Bill, sobre su blanca piel, y sobre la cicatriz aún más blanca y que tenía forma irregular, ahí donde El príncipe Andreas le había herido, y recordó u a vez más aquella vez cuando lo conoció, tan temeroso, tan asustado, tan vulnerable y fuera de lugar, cuando debería haber pasado toda su vida durmiendo sobre oro, sedas y algodón, como lo que era, un Príncipe y no un mendigo.
El príncipe Andreas seguía pagado con creces aquella osadía, porque por mucho que ahora fuera un buen y leal amigo del príncipe Bill, no podía dejar de sentirse avergonzado de si mismo, y temeroso cuando Tom, que era tremendamente rencoroso, le dirigía oscuras miradas cargadas de ira. Los Reyes no sabían nada de aquel episodio, también vivían en un estado de profunda tristeza y aprehensión, con el terror que algo pudiera hacer sufrir a su hijo menor, y si se enteraban de aquello, con mucha suerte el Príncipe Andreas solo sería desterrado del reino, si es que no lo mandaban matar.
— ¿Qué piensas…? — quiso saber Bill. —¿Como te sientes ?
—Pienso en ti, como cada segundo y también en que no tomaré ni una dosis más de esos medicamentos que me da Jean, sólo me dejan patoso — dijo Tom, y se tendió a su lado y lo abrazó, besándole la sien izquierda, ahí donde la piel estaba algo mas dura por otra cicatriz. Bill era un remiendo de cicatrices que cubrían todo su cuerpo, y Tom las había besado todas, millones de veces, con la esperanza de hacerlas desaparecer, al menos de su memoria.
Y así, entre besos suaves y roces cálidos, ambos príncipes se quedaron dormidos, tan apretujados y húmedos como cuando, hacía veintitrés años, habían sido concebidos.
Continuará…
Es un capítulo algo largo lo sé, pero espero que no haya sido cansado o tedioso leerlo.
Espero poder subir el próximo lunes para no perder tanto el hilo de esto, mientras se prepara una gran sorpresa para los próximos capítulos!
HAsta la próxima!
GB~
Tal como lo dijiste; un capítulo triste pero acaba muy bien. Me siento aliviada de que el rey prefiera ir a guerra antes de entregar a alguno de sus hijos. Sería horrible que Bill o igual en un descuido, Tom tenga que casarse con la princesa
Ay es que En si la.historia es triste pero también tiene sus buenos momentos y pues…. ya veremos que es lo que les toca a este par de príncipes y el futuro del reinonque cae encima de ellos… Y la princesa.. se que te vas a sorprender jojojo
Besos!!!
Ohhh *suspira* como extrañaba leer esta historia (vale, es nueva pero creo me entiendes xD) tu narrativa en cada capítulo es un deleite para mí. En verdad que se extrañaba leer cosas así.
Al rechazar la propuesta de Magnus el venir de una guerra es evidente y quizá llegué pero aunque la buena voluntad de Bill de nunca separarse de Tom, de no casarse sea noble y demuestre lo que son un príncipe para el otro, no me deja de pasar por la cabeza que si hay sangre derramada Bill accederá al matrimonio aun a su pesar y dolor de los príncipes gemelos.
Ambrosía…¿no se puede enamorar de Gustav? ¿buscar otro hombre para el padre de su hijo? (Porque como le dijo Tom a Bill al momento de probar su semen ^//^, la fuente de»vida» de Bill le pertenece a Tom , es una lastima que no te guste el mpreg y que la historia sea realista ) Ambrosía, Ambrosía (mi Taylor Swift de «love story» xD ) busca a otro amor. No seas egoísta…
Mi lado vouyerista me hizo tenerle que envidia a ese querubín que desde el sitio perfecto pudo ver la unión de almas y cuerpos de los príncipes. Debo decir que ame esa escena! ♥ el querubín siendo parte y también como juez por esa relación pecaminosa por no ser «correcta» pero también dejándola pasar porque el verlos juntos, amándose, bellos y entregados al otro merece que uno volteé la vista y deje a un lado la moral.
Me gusta ese Tom ardiente, pasional, «dominante» pero a la vez tierno, enamorado que haría todo por su Bill¿quién de los príncipes actuara primero? .
Mención aparte ese lemon tan intenso, tan de ellos tan íntimos tan bellamente escrito. Amor y pasión entre dos cuerpos, dos almas gemelas que solo buscan estar juntas.
Amo este tipo de capítulos: extensos y de bastante contenido así que yo feliz por su longitud (jajajajaja recordé parte de tu respuesta anterior. .ok mi mente en ocasiones pervertida xD) espero que los siguientes sean así de extensos, además tú amas escribir capítulos largos.
¿se viene algo intenso? Choque de naciones, de rivales, uniones. .ya quiero leer! !
Gracias por la respuesta anterior. Entonces pasarán años y me gustaría ver ese banner de luminus, ella hace cosas preciosas y también tu banner! Me gusta imaginar pero una imagen de ellos de como lo ven los autores la agradezco porque me da la visión que complementa a la perfecta narración de esta historia.
Gracias y nos leemos en el siguiente capítulo! !
Ah mi querida Ady, me encantan tus reviews.
Pues ahora, la guerra si esta en la mesa, pero lo ves bien, osea tienes razón, Bill no lo permitirá y puede que acceda, pero obviamente ahí están los Reyes y Tom que no desean imponer y mucho menos ceder, la verdad es que Si se vienen muchos choques de poder, caprichos pero también actos responsables y de amor. También se que tu y todos esperan con ansias la aparición de la princesa y espero mejore la opinión hacia ella, ya verás porque y el lemon.. como siempre, ves los detalles sutiles escondidos que espero que se vean, como la pintura del angelito y lo que cree Bill, lo que piensa, es que me imagino la escena y me.vueloooooo
Mil gracias por el comentario!!!
Hoy subiré una parte nueva, espero que la disfrutes y espero volver a responderte por tu opinión, que es muy importante para mi 😙😙😙
Me acabo de leer en tres días todo el fic «El príncipe y el mendigo» , aunque ya me lo había leído hace años, para engancharme a este lo más rápido posible !
Ya me he puesto al día y tengo toda la historia fresquisima! Esta historia sería perfecta si te gustara el Mpreg 😍 pero supongo que ya lo tienes todo bien atado. Un saludo y gracias por compartirla !
Jejejeje me alegra que te hayas leído la otra, en realidad yo también la leo a veces para pescar el hilo de las cosas y no perderlo.
Y se que la historia se da para el mpreg, pero la verdad es que no, no me gusta ese tema y no sería capaz de escribirlo pero no te preocupes, estoy segura que aún así te encantará este fanfic.
Te mando muchos abrazos y gracias!!!
Por supuesto que tus capítulos largos no son para nada aburridos, al contrario, se agradecen y disfrutan infinitamente.
Comparto en demasía la opinión de el Rey Jorg. Es obvio que detesto la idea de que Ambrosía y Bill se casen, pero eso se debe en parte a la insistencia egoísta y con tintes de prepotencia y tiranía de la realeza de Mónaco. Ni siquiera tienen respeto por la decisión de Bill ¿qué le espera entonces como cónyuge de la princesita inocentemente caprichosa?
Algo que no me esperaba es que Gustav supiera la relación amorosa de los príncipes y me satisface que entienda lo importante que es la presencia de Tom en todo este enredo.
Al leer el capítulo y tras saber que el Rey y Tom están dispuestos a la guerra me surgió la idea de que pase algo que obligue a Bill a tomar la desicion de casarse.
Perfecto final con un hermoso lemon. Me queda claro que ninguno se casaría voluntariamente y que el amor en su relación es algo que sobra.
Fíjate que en Si no es tanto la princesa sino otra persona pero ya se sabrá y aunque los matrimonios arreglados siempre han existido y más en la realiza (recuerda que en la primera parte a Tom lo iba a casar a la fuerza) después de lo que han pasado y eso pues no quieren obligarlos a nada aunque quizá no quede de otra pero se que te voy a sorprender 😉
Creo que no soy la única sorprendida al leer que Gustav sabe (o mejor dicho, intuye) acerca de la relación de los gemelos. Ya se que las reacciones de Tom durante todo el tiempo que Gustav estuvo en Calabria fueron «desmedidas», ¿pero de ahí a deducir que los gemelos tienen una relación incestuosa? A mi no se me pasaría por la mente ni por un segundo…
Y Ambrosía no ha cambiado ni un poco, lastimosamente. Supongo que será por el trato que le da su padre 🤔🤔
Cumplirle todo los caprichos a tus hijos, por muy princesita rubia y delicada que sea, nunca es bueno.
Pues es que es como un secreto a voces mo? Jamás se trata así a tu hermano akaajaka ok ya
Pues Si, algo sospecha y seguirá sospechando cuando se vuelvan a ver juju
Y pues Ambrosía, todos la odian pero su personaje es super importante y pues si es caprichosa y mimada pero que le podemos hacer? Se que más adelante te vas a sorprender bastante je
Mil gracias por comentar guapa