Aquí estamos de nuevo.

Capítulo algo corto pero lleno de emociones.

Capítulo 5: El cementerio

El sol brillaba en su punto más alto, razgando la quietud del cielo italiano justo al medio día, sin embargo el calor no resultaba abrasador. El invierno aún hacia estragos en Calabria, pero el follaje estaba casi totalmente cubierto de verdes y carnosos brotes de kudzu y los botones de los jazmines exhalaban tímidamente su aroma con el calor del sol.

Y fue bajo ese calor suave y perfumado, que los príncipes gemelos llegaron al cementerio, seguidos como siempre por los ceremoniosos guardias, además del príncipe Andreas y el solemne consejero Georg; quienes guardaban su distancia.
Bill y Tom desmontaron al mismo tiempo, con los mismos iguales y gallardos movimientos.
Mirarlos resultaba un hipnótico placer, e incluso el príncipe Andreas permanecía callado y a la expectativa, sintiéndose abrumado ante tal perfección.

Georg por su parte tenía una sonrisa de orgullo pincelada suavemente en sus atractivas facciones, se sentía satisfecho al ver a su amigo brillando más que el sol al lado de su hermano, pero aquella no era una satisfacción completa, porque más allá de la perfección de los gemelos, sus estampas estaban teñidas por una extraña aflicción.

El Guardia principal del príncipe Bill, fue quien se adelantó para tomar las bridas de Aquiles y Capriccio, los caballos de los príncipes y al hacerlo, los reverenció.
—Esperen aquí — pidió Bill, y su Guardia se inquietó, pero los dejó marchar solos a través de las verjas negras y medio derruidas del cementerio; dos siluetas exactamente idénticas, altas, oscuras, misteriosas, que desaparecieron en la distancia.

Tom seguía a Bill de cerca, en silenciosa adoración. Le gustaba verlo caminar con aquellas zancadas tan largas y tan seguras, propias del príncipe que era, tan serio y tan alerta como si en realidad su espíritu fuera el de un gato salvaje.
Llegaron a la pequeña oficina del cementerio en menos de un minuto.
Bill se adentró primero, observando cada rincón atentamente, sintiéndose satisfecho, ya que al cumplir su promesa y darle al viejo Doménico, el enterrador, una pequeña bolsita llena de liras de oro cada que iba, las cosas eran distintas.
Las repisas de la oficina estaban ahora bien provistas de pergaminos en donde se llevaban los registros, el escritorio era nuevo, de fuerte madera de roble y una cómoda silla de cuero negro estaba al pie, junto a un plato de perro rebosante de comida. Pero Doménico no estaba.
Bill frunció el ceño. No era normal que el anciano no estuviera, ya que ahora tenía dos jóvenes y fuertes mozos que hacían el trabajo pesado.
—¿Sucede algo?— inquirió Tom.
—No lo sé, pero lo más seguro es que sí— respondió Bill y atravesó las oficinas hasta salir por una segunda puerta al cementerio.

Caminaba despacio, saboreando el aire perfumado y caliente del mediodía y disfrutando del sonido que hacían sus botas al caminar sobre la grava rojiza de los senderos. Tom lo siguió, serpenteando por entre las lápidas grises y carcomidas por el tiempo, hasta que divisaron el mausoleo blanco que era la última morada mortuoria de la madre de Bill, Constanza.
El príncipe menor experimentó la misma oleada de melancólica agonía que sentía siempre que veía la tumba de su madre, y el conocido y familiar nudo indisoluble de amor y de tristeza le cerró la garganta.
Tom le puso la mano en el hombro, en tranquilizadora compañía y lo distrajo al señalar hacia la entrada de la enorme tumba blanca, en donde estaba el cuidador junto a sus ayudantes, quienes aún no se habían percatado de la presencia de los príncipes.
—Saludos, Doménico— dijo Bill cortésmente al llegar a ellos, y el anciano, sobresaltado se volteó, y al ver a los príncipes les dedicó una solemne inclinación de cabeza y sonrió.
—Altezas, que gran honor — musitó al momento que inclinaba respuetuosamente la cabeza, pero su tono era preocupado y avergonzado, y fue exactamente eso lo que despertó la apabullante suspicacia de Bill, quien entrecerró los ojos, preocupado.
—¿Todo está bien?— inquirió el príncipe menor, y su tono hizo que su hermano mayor se pusiera tenso de repente.
—Me temo que no, mi querido muchacho— respondió el anciano en el mismo tono cariñoso y familiar con el que hablaba con Bill cuando era sólo el pequeño y hambriento hijo de Constanza.

Tom permanecía callado como los muertos encerrados en los sepulcros a su alrededor.

Doménico se quitó su desgastada boina café, se limpió el sudor de la frente con su pañuelo y se encasquetó de nuevo la boina.

— Vamos, Doménico, dime que sucede —  presiono Bill,  sintiendo el desasosiego del anciano directo en las venas.

—Me da mucha vergüenza mi querido Bill, anunciarte que hemos sorprendido a un joven robando las piedras preciosas de la tumba de Constanza.

Al escucharlo, el corazón de Bill se volvió tan pesado como una piedra, y la furia se abrió paso, llameando por su pecho; su hermano experimentó el mismo sentimiento potenciado por Bill y, sin pensarlo desenvainó su espada, y ese sonido de metal tintineante llegó hasta las puertas del cementerio, alertando así a toda la compañía de los príncipes.
Bill miró atentamente los reflejos plateados que el sol arrancaba de la espada de Tom, justo en el momento en que los guardias y los nobles Andreas y Georg se acercaban.
—Le cortaré la cabeza — amenazó Tom, preso de una rabia ciega e incrédula —¿En donde está ese malnacido?
—¿Qué sucede? — apremió el Príncipe Andreas al llegar. La escena era muy tensa, con un Tom amenazante como una fiera y un Bill callado y cabizbajo que se mantenía en silencio.
El viejo Doménico les refirió lo acontecido y pronto todos estaban deseando estrangular a aquel que se había atrevido a profanar algo tan sagrado como lo era la tumba de Constanza.
Bill miraba la escena y se sentía algo desconectado, estaba rabioso si, pero estaba sobre todo triste y consternado, preguntándose qué fue lo que pudo empujar a aquel hombre para robar en una tumba y  fue entonces cuando se pronunció por encima de las voces que no dejaban de hablar.
—Traedlo ante mí — ordenó en voz baja pero firme, y muchos pares de ojos lo observaron por un breve momento, antes de obedecer, y es que nadie se atrevía a objetar nada ante aquellos ojos tan oscuros y desafiantes como los de una pantera.
—Como ordene Alteza— dijo su Guardia, y tras desaparecer dos segundos, regresó acompañado por los dos jóvenes mozos ayudantes de Doménico quienes remolcaban a empujones a un muchacho que aún rondaba los quince años, era delgado y se le notaba demacrado, vestía con harapos y tenía un rasguño en el labio.
Al verlo, Bill sintió un aguijonazo de añoranza dolorosa directo en el alma y se preguntó si así se veía él cuando había conocido Tom.
El joven ladrón tenía una mirada profunda y desafiante clavada en sus ojos pardos y la nariz en el aire. Miró furioso a los guardias y aunque la mirada asesina en los ojos de Tom lo asustó bastante, fue la estampa de Bill, su altura y porte, las exquisitas ropas que vestía, la corona que refulgía con el sol, y sobre todo la expresión en sus maravillosos ojos oscuros, lo que hizo que por primera vez, se sintiera avergonzado de sí mismo.
Aquel mozo no era de Calabria, estaba recién llegado de Marsala, una isla más hacia el sur, provenía de un pueblo de pescadores que era muy pobre, y buscando una mejor calidad de vida se había embarcado hacia Calabria, gracias a que la isla era muy próspera y su popularidad iba en aumento ya que a todos los comerciantes que la visitaban, llevaban las noticias a lo largo y ancho del mar Mediterráneo. Pero no todo había sido belleza en cuanto aquel joven llegó a Calabria. El trabajo era arduo y hacerlo bajo aquel clima cálido de día y helado por las noches, no era precisamente la mejor calidad de vida que había ido a buscar; y como ni siquiera pudo encontrar sitio para dormir decidió refugiarse en el cementerio, topándose entonces con el enorme mausoleo de Constanza, adornado con miles de flores, piedras preciosas, ofrendas de comida y bebida, maderas aromáticas y antorchas siempre encendidas lo que lo volvían un palacio cálido y fragante, y si aquel chico hubiese sabido leer, y hubiera leído la carta de Constanza que descansaba en su urna protegida por un cristal, jamás se habría atrevido a robar ni un sólo de una flor.
—¡La cara al suelo!— ordenó el Guardia de Bill, y a fuerza de empujones hizo que aquel muchacho se arrodillase con la frente pegada al suelo polvoriento y los brazos extendidos.
Aquello incomodó terriblemente a Bill, ya que él sabía perfectamente lo que se sentía al estar del lado opuesto a los aristócratas, había sentido ese coraje y esa impotencia ante la humillación, pero a parte de él, nadie más que Georg vio mal aquel movimiento.
—Ya basta — exigió, empezando a sentirse molesto — levántate y dime como te llamas— ordenó firmemente a aquel chico postrado.
—Me llamo Nico…— respondió después de incorporarse, tenía la mirada clavada en el piso, demasiado avergonzado como para mirar a Bill.
—Tienes el honor de estar dirigiéndote a sus Altezas Reales e Imperiales, los Príncipes William y Thomas Von Kaulitz, así que cuando lo hagas, hazlo con el debido respeto— vociferó el Guardia de Bill, sintiéndose ofendido.
Bill permaneció serio y callado, y Tom tenía una tenue sonrisa de petulancia pintada en sus facciones. Le dio un leve codazo a Andreas y le susurró:
—Ya ves lo que te decía, Marcus podría hasta matarme a mi por cuidar de mi hermano.
Andreas asintió y sonrió burlón.
—Lo siento… Altezas —repuso el joven, visiblemente incómodo y asustado, ya que había comprendido que aquellos jóvenes vestidos como dioses del Olimpo podrían mandarlo matar con tan sólo chasquear los dedos.
—¿Qué es lo que ha robado, Doménico?— preguntó Bill y el anciano le puso en la mano un rubí y un zafiro.
—Sólo eso le hemos encontrado.

Bill sopesó las gemas en su cálida y suave mano, perfumándolas al acariciarlas. Tal vez para él, las riquezas no significaban nada, pero tratándose de la tumba de su madre era distinto, pues había sido un regalo de sus verdaderos padres hacia Constanza, como muestra de agradecimiento por haber salvado a su hijo menor. Y eso sí que era intocable. Pero estaba seguro que eran otros motivos mucho más desesperados que sólo la avaricia, los que habían llevado a aquel muchacho a robar.
—¿Porque has tomado esto? ¿Sabes lo que es robar?
Ahora el príncipe se dirigía directamente a él, y era tan impactante tenerlo de frente, erguido en su impresionante estatura, con su aroma fresco y sutilmente picante creando una nube que lo envolvía todo, y su rostro de marfil, serio y adusto, que el ladronzuelo quiso enterrar la cabeza en la tierra.
—Si… Alteza — respondió aquel joven y le relató a Bill su historia y el porqué había terminado refugiándose en una tumba.
El joven príncipe escuchaba atento y una punzada de simpatía nació en él a causa de aquel joven.
—Bueno… Doménico, que coloquen esto en su lugar— le dijo, entregándole las piedras preciosas al anciano.
—Desde luego mi querido Bill— repuso el viejo y se fue hacia sus ayudantes para asegurarse de que la Real orden fuese obedecida.
—En cuanto a ti…— le dijo al ladrón, tomándose su tiempo mientras reflexionaba.
Tom estaba a tan sólo dos centímetros de Bill y sabía perfectamente lo su hermano iba a decidir.
—Pues deberían encerrarlo en las mazmorras del Palacio, es un vulgar ladrón — repuso Andreas con acidez.
Bill volvió la cabeza bruscamente y su mirada era tan oscura y fiera que hasta Georg carraspeó incómodamente.
—Habla con mi costado Andreas— bufó el príncipe menor, haciendo una sarcástica alusión a la fea e irregular cicatriz zigzagueante que el Príncipe Andreas le había ocasionado hacia algunos años— aquí las decisiones las voy a tomar yo, puesto que es la tumba de mi madre y casualmente estamos en mi reino ¿entendido?

Andreas entrecerró los ojos, molesto como una cobra y Tom gruñó.
Nadie más objetó nada y Bill pudo pensar con claridad.
—Georg, encárgate de el, ya sabes como, más tarde te buscaré para tomar decisiones— dijo, y Georg asintió, sonriendo.
La vida acababa de sonreirle a aquel joven ladrón.

Entonces Bill, ya harto de tanto lío, se adentró en su templo, encontrándolo tan sagrado como siempre, con aquella bruma blanca y perfumada de incienso y jazmines que evocaba perfectamente el recuerdo de Constanza. A Bill le parecía a veces que podía incluso verla caminando entre la niebla, sonriéndole e invitándolo a la curva protectora de sus brazos.

La extrañaba profundamente, era como si hubiese muerto el día anterior.

—Hola mamá — susurró al arrodillarse para acariciar la lápida blanca al centro del mausoleo, mientras una lágrima intensamente brillante danzaba por su mejilla.
El lugar estaba atestado de flores, además de que los lugareños dejaban toda clase de regalos; había un rizo de bebé, agradeciendo por un alumbramiento sano, había conservas de langostas y peces pequeños agradeciendo una buena pesca, había una manta hecha de algodón, agradeciendo por una buena cosecha, había ollas y cazuelas con comida, hogazas de pan fresco y muchas ofrendas más. Bill sonrió y supo que Constanza, donde sea que estuviese, estaría sonriendo también.
Permaneció adentro un buen rato, sólo.
Afuera, en las angostas veredas del cementerio esperaban Tom y Andreas con los guardias, ya que Georg se había marchado llevándose consigo al ladrón llamado Nico.
Tom estaba tranquilo,  disfrutando del silencio del panteón mientras esperaba a Bill, pero Andreas se sentía ofuscado.
Su temperamento era explosivo y por su forma de haber sido educado, no podía entender a Bill y su blandura con el ladrón que había saqueado la tumba de la madre que tanto amó.
Y cuando éste salió del enorme templo de Constanza, Andreas se encontraba bastante inestable.
Bill se detuvo frente a Tom, ignorando a Andreas y le sonrió a su hermano, recibiendo como respuesta una mirada cálida y seductora, llena de promesas.
—Deberíamos irnos— dijo Bill —¿Georg se adelantó?
—Si Alteza — respondió Marcus —se ha llevado a ese joven tan advenedizo con el.
Bill asintió, haciendo que el sol arrancase destellos platinados de los picos de su corona.
—Hasta la vista Miles — dijo de pronto, sonriéndole a la tumba de aquel soldado del ejército confederado que había muerto de un tiro en Escocia, y cuya lápida estaba al lado de la de Constanza.
Tanto Andreas, como Tom y toda la compañía de los príncipes, salvo Doménico se quedaron a cuadros.
—A vuestro hermano, Miles le agrada, y el sentimiento es correspondido — dijo el anciano de manera oscura y misteriosa, poniéndole los pelos de punta a todos, y nadie respondió, sólo Bill intercambió una mirada de complicidad con el viejo y salió del cementerio caminando al lado de Tom, y cuando estaban a punto de montar en sus respectivos caballos, escuchó lo que Andreas le cuchicheó a su hermano.
—Deberías pasar de Bill en esta ocasión Tom, ese joven no es más que un vulgar ladrón y debería pudrirse en las mazmorras del Palacio, o podría volver a robar y entonces se arrepentirán de haberle dado amnistía.
Y aquel tono tan amargo, tan decadente e impregnado de crueldad, hizo que los desatados demonios internos que vivían dentro de lo mas profundo del joven príncipe Bill, salieran a la superficie con una fuerza aterradora.
Tom ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar, ya que Bill se le adelantó y encaró a Andreas con ese salvajismo que le había salvado el pellejo en más de una ocasión.
—Tu no sabes nada Andreas !Nada!— gritó, aturdiendo a todos los presentes; sus ojos oscuros centelleaban y su aliento cálido y perfumado impactó en el rostro de Andreas, dejándolo deslumbrado— no eres mas que un aristócrata, un mocoso mimado que es incapaz de pensar en nadie mas que en sí mismo y ¿qué sabes tú? ¿Que sabes de la vida, de la muerte o de los motivos de ese joven para robar? ¿Sabes de su hambre o de su frío o de su miedo a lo desconocido? ¿has pasado hambre alguna vez en tu vida acaso? Por supuesto que no, y entonces vienes a juzgar con esa altanería tan propia de los de tu clase.— escupió, rabioso, ante un amargado príncipe Andreas.
Tom estaba boquiabierto, tenía el pulso enloquecido y se sentía lleno de dolor, porque inconscientemente, Bill le había escupido esas palabras también a el, palabras que nacían de su amargura y de su dolor, y de esas experiencias que jamás debió conocer, siendo lo que era.
—¿De cuál clase hablas Bill?  —  contraatacó Andreas, furioso — es esa misma clase a la que, quieras o no perteneces. Eres un príncipe y por lo tanto también eres un aristócrata, por mucho que quieras negarlo— respondió Andreas, retador.
Bill retrocedió un poco, pero lejos de sentirse impactado, estaba asqueado.
—Claro que soy un príncipe Andreas, no lo olvido ni me lo niego, sé lo que soy y de donde provengo, pero antes de contar los grados de sangre azul que corre por mis venas, soy una persona y conozco la humildad, algo de lo que tu careces totalmente. Y no seguiré perdiendo el tiempo contigo en estos momentos, y no deseo verte así que evita cruzarte en mi camino. — terminó, y subió a su blanco corcel de manera elegante, saliendo a todo galope, con su Guardia personal pisándole los talones.
Tom siguió aquel intercambio de palabras en completo silencio y no fue tras Bill en esa ocasión.
—¿Qué demonios le pasa a tu hermano? — se quejó Andreas a Tom mientras ambos montaban a sus caballos.
—No lo sé del todo Andreas, Bill piensa y siente diferente a nosotros, pero lo has cabreado enserio.
—Lo sé, me iré a Sicilia unos días a ver si se le baja, además tengo algunos asuntos parlamentarios que resolver alla.
—¿Ya has encontrado una princesa para casarte?
—No — respondió el rubio haciendo un mohín — No  creo que vaya a casarme nunca.
«Ojalá Bill y yo pudiésemos decir lo mismo»  pensó Tom con amargura.
Andreas siguió parloteando todo el camino de regreso, sin percatarse de que Tom no le dedicaba su atención.
El príncipe estaba cabizbajo, ofuscado. Algo le decía que malos tiempos, muy malos, si es que no habían llegado ya, estaban a punto de llegar.

Continuará…

Lamento si la historia va algo lenta, pero todo ésto se debe abordar de alguna manera, para lo que viene.

Nos vemos de nuevo muy pronto, en una semana quizá, semana y media.

Gracias desde ahora por leer y aun mas gracias a quienes dejan algunas palabras que ayudan que la historia fluya mas rapidamente (porque sí, hay crisis literarias y días en los que ni una palabra sale)

Va por ustedes, como siempre.

GB

por Shugaresugaru

Escritora del Fandom

4 comentario en “El Heredero 5: El cementerio”
  1. Bill y su noble corazón. .Ojalá no sea esa nobleza la que le traicione ni haga actuar con insensatez porque l bondad en él puede ser también su talón de Aquiles.
    No voy a negar, esta «calma» me tiene intranquila, es como si se respirará el peligro, se siente pero no sabes cómo ni cuándo se va a desatar lo que tenga que salir. Bill es tranquilo, sereno pero hay ocasiones como esta en las cuáles deja salir un lado de temer que no sé cómo será su actuar si se presentan ciertos acontecimientos que no quiero que pasen u.u

    Muchas gracias por responder a mi comentario y me haces feliz con lo de cierta «diversión» que acarrea la visita de ciertos bucaneros. Quizá sea un momento de «calma»… o no XD.

    Entiendo lo de la crisis literaria, creo que este fandom esta pasando por ello. Esta en su etapa crítica pero aunque sea con demora, sé que amas escribir esta historia y saldrás airosa a cualquier bloqueo, ánimo! Y yo aquí a esperar con ansias las aventuras que cuentas sobre éstos príncipes.
    Saludos y nos leemos pronto! ! :*

    1. No creas que es tan noble Ady querida jojo vas a ver que le sale el carácter en los siguientes episodios y puedo decirte que Tom va a mostrar mas nobleza ésta vez. Las circunstancias van a poner en super jaque a Bill y le costará mucho encontrar el rumbo correcto.
      Pero de mientras pues debo abordar temas que quedan en el aire y aunque puedan parecer aburridos son como parte de todo y en efecto, habrá cosas muy interesantes con ciertos visitantes jajaja
      Espero que te guste la nueva actualización y nos leemos pronto! 😀

  2. Andreas sigue siendo el mismo niño mimado que hirió a Bill en la playa, sólo que ahora siente simpatía por él. No veo yo que sigan siendo los «buenos» amigos que decían ser.
    No estoy preparada para la tormenta que se viene, los gemelos van a sufrir, sus seres queridos van a sufrir, incluso nosotros (los lectores) vamos a sufrir!
    Aún así se que me encantará leer todas y cada una de las palabras que escribas.

    1. Uhm pues Si, Andreas es un niño consentido que no sabe de las carencias pero Bill no lo culpa tanto por eso, sólo lo exaspera un poco jojo.
      Y pues si te digo que no habra drama te mentiría pero todo va a acabar super bien ya verás!!
      Mil gracias por comentar y ojalá te guste la nueva actualización
      Abrazos y besos

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