Capítulo 7: Acuerdos

—Me temo que no podemos seguir ignorándolo Majestades…
—Lo sé…— dijo el Rey. Su voz denotaba tensión y cansancio, su rostro, delgado y largo, y tan condenadamente igual al de sus hijos miraba encolerizado y la postura tan rígida de su heraldo, lo exasperaba aun más; y aún no eran ni las nueve de la mañana. Estaba sentado en su trono, vestido impecablemente de negro con detalles en oro puro, y en el trono a su lado, se encontraba la reina, vestida con suaves sedas tan negras como las del Rey; tenía una expresión pálida y fatigada, y su piel estaba helada.
Por detrás de ellos, en completo silencio estaban sus guardias y escribas, y también el consejero real, Georg, quien a veces trabajaba más para el Rey que para el Príncipe Bill, su gran amigo.

—El Rey Magnus se ha pronunciado advirtiendo que es la última vez que lo hará —continuó el heraldo, leyendo un pergamino con el sello real de Mónaco roto—y arribará en Julio durante el jubileo de verano, para que vuestra Alteza Real e Imperial, El Príncipe William Diávolo Von Kaulitz de Hannover contraiga nupcias con su Alteza Real, la Princesa Ambrosía Abigail Fátima de Grimaldi y de esta manera unificar los reinos de Mónaco y Calabria en uno solo.
—Me temo que…— El Rey miraba sin ver por el ventanal, mas allá, donde los arbustos de flores agitaban alegremente sus colores con el viento del medio día— que William no tiene opción— y al decir eso, su alma se volvió tan pesada como el plomo, y no se atrevió a mirar a la Reina. —tendrá que desposar a Ambrosía y convertirse en regente.
—No pueden obligarlo— dijo la Reina, sumamente molesta, y el heraldo hizo una profunda reverencia antes de voltear a verla a los pies; prácticamente nadie se atrevía a mirarla a los ojos, y no por miedo, sino por vergüenza de si mismos.
—Obligarlo no Alteza, pero según el protocolo…
—Si cometiéramos la estupidez de seguir el protocolo, — interrumpió la Reina con brusquedad, haciendo que el heraldo se encogiera— entonces sería Thomas y no William quien tendría que desposar a la princesa, puesto que el compromiso se hizo desde que ambos eran niños, además Thomas es el mayor aunque sea por algunos minutos, pero no podemos ni vamos a someternos a los caprichos del rey Magnus, no puede estar enviando cartas de amenazas o exigencias como si fuera el dueño de mi hijo, no lo permitiré.
—Exactamente— dijo el rey, pero en su voz se filtraba la derrota.
—El Rey Magnus ha declarado, que de negarse su alteza imperial, el Príncipe William, o los Reyes de Calabria, en dado caso, será declarada una guerra por ofender el honor de la única princesa de Mónaco, Reino que hace siglos no ha tenido una hija de sangre noble hasta la llegada de su alteza Ambrosía.
Los reyes dibujaron muecas de incredulidad y hasta de desprecio ante la lectura de tal estupidez escrita por el rey de Mónaco. No es que menospreciaran a la princesa Ambrosía, pero había una leve animadversión que era causada por el rey Magnus cuando escribía aquellas sandeces nacidas de la desesperación.
— ¿Por qué no puede buscarse a otro príncipe? — Tronó la reina, aun más molesta —El príncipe Andreas, soberano de la isla de Sicilia por mencionar alguno, es un joven apuesto, y que también heredará su reino al casarse.

Llegados a aquel punto, el heraldo del Rey disipó fríamente la pregunta.

—El Rey Magnus desea que su hija sea desposada por un príncipe de sangre real pura por nacimiento y heredero de Italia por nombramiento, ya que su Alteza Imperial, el Príncipe William encierra esos dos títulos en su noble estampa. Es claro que un matrimonio así de ventajoso, elevará aun mas los reinos de Mónaco y Calabria en todos los aspectos, sobre todo, por los futuros herederos que tal unión podrá crear.
— ¡Ventaja! — Bramó el Rey, irguiéndose sobre el trono para fulminar al heraldo con la mirada— ¡Nadie sacará ninguna ventaja de ninguno de mis hijos! Además los deseos del Rey Magnus me tienen sin cuidado alguno. Esto es únicamente obra del encaprichamiento de su hija, y por tal ridículo motivo, dos reinos que han sido aliados durante siglos, se enfrentan a la posibilidad de una guerra. Y si habrá guerra entonces que la haya — el Rey se volvió bruscamente hacia Georg — avisa al capitán que reclute y entrene suficientes soldados como para enfrentar al ejército de Mónaco si es que Magnus persiste en sus disparates, que se apoye en el príncipe William para la selección y los entrenamientos.— Georg asintió, no necesitaba tomar notas, todo quedaba registrado en su memoria.
—Puede ser de ese modo majestad,— prosiguió el Heraldo, visiblemente nervioso y afectado— pero cualquiera que sea la princesa que contraiga matrimonio con alguno de los príncipes gemelos, encontrará ventaja en ello, ya que el reino es próspero, sus tierras fértiles y sus monarcas jóvenes, y sobre todo, Calabria necesita herederos, o el linaje real se perderá y la isla podría ser conquistada y tomada por otro reino— repuso el Heraldo amablemente, dejando sin argumentos a los Reyes.

Georg sintió su interior contraerse de pura impotencia y temor, negó con la cabeza, y cambió su peso de un pie al otro. Se sentía incómodo además, el traje de lino carmesí y dorado que vestía le pesaba demasiado y se sentía acalorado, aunque quizá fuese también por la presión del ambiente que vivía. Los Reyes estaban furiosos, y esa energía repercutía en todos aquellos que estaban presenciando esa extraña asamblea.

—Ojalá Magnus nunca le hubiera dado ese título a William — murmuró el rey por lo bajo, encolerizado — tal vez así buscaría en otro lado un yerno y dejaría en paz a mis hijos.
—Pasando a un tema similar, Majestad— prosiguió el Heraldo, impasible ante la mirada ceñuda del Rey, mientras sacaba otro pergamino, aun enrollado y cerrado con un elegante sello de cera color verde aceituna — hay otro anuncio.
Ambos Reyes fruncieron el ceño, intrigados ante aquel documento cuyo sello no reconocían. Esperaron mientras el Heraldo lo abría y se aclaraba la garganta para comenzar a leer.
—Fechado hace una semana, sus Majestades el Rey Felipe Augusto III de Falaise y su esposa, la reina Arlette, soberanos del Reino de baja Normandía, los saludan e informan de una visita que efectuarán al Reino de Calabria durante la segunda semana del mes de julio, ya que desean presentar a su única hija, la princesa Felitza de Falaise, ante los príncipes herederos de Calabria.
—¿La princesa Quien?— preguntó el rey.
—La princesa Felitza de Falaise.
—De Normandía, sí, recuerdo al Rey Felipe pero no recuerdo que tuviera una hija.
—Así es majestad, la princesa nació seis años después que vuestros príncipes— dijo el Heraldo.
—Georg, dame información sobre Normandía.
El castaño asintió, y se volvió hacia una pequeña mesa redonda llena de pergaminos con mapas, datos e información. Desde que Georg llegó al Palacio no había perdido el tiempo y descubrió que la geografía, la cartografía y la investigación lo apasionaban y tenía toda la información existente sobre cada reino en Europa.
—Baja Normandía es un reino del noroeste de Francia ubicado en la bella región de Calvados, se encuentra al lado del canal de mancha y desemboca en el mar céltico. La región es próspera, hermosa por sus paisajes y su clima, y la principal fuente de ingresos son las cosechas y la minería. Es llevado eficazmente por su soberano Felipe Augusto III y sus tierras son ricas y prósperas.
—Muy bien, háblame ahora de esa princesa.

El silencio reinaba mientras se escuchaba el movimiento de papeles que efectuaba Georg, quien se aclaró la garganta antes de empezar.
—La princesa Felitza Neitín Ibolka de Falaise es una princesa de ascendencia pura Celta, cuenta con diecisiete años cumplidos hasta este año, es la única descendiente de los Reyes Normandos y sus leyes decretan que para asumir el reinado debe contraer matrimonio con un príncipe heredero.
—Cuantas sandeces que unicamente comprometen las vidas y futuros de jóvenes e ilustres nobles herederos, sólo por necedades — masculló el rey.

Nadie más dijo nada. La reina negó tristemente y se hundió más en su trono ornamentado. La opresión que sentía en el pecho después de esta carta era doble, ya que se había agregado una segunda visita real que buscaba un compromiso con alguno de sus príncipes herederos. Ella no deseaba forzarlos a nada pero sabía tan bien como el rey, que su reino iba a necesitar pronto algún heredero. Y a momentos recordaba las palabras de la fallecida reina madre y las amenazas que profirió al advertir que la presencia de dos príncipes y un trono era algo que no debía ser; y cuando aquello sucedía, todo el interior de la reina se convulsionaba de ira y de rabia, y la determinación de no forzar a sus hijos a nada se hacía mucho más fuerte.

El Rey volvió a suspirar, no miraba a nadie; en realidad le pesaba en el alma el sufrimiento de sus hijos. Ni siquiera se sintió así cuando fue su propio compromiso arreglado, quizá porque la princesa Simonetta de Hannover era muy hermosa, tanto que se enamoró de ella como un loco tan sólo al verla y el casarse con ella conllevaba reinar una isla preciosa, mística y próspera, o quizá porque él era el tercero en la línea de sucesión al trono de su propio país y de no contraer matrimonio con la princesa Simonetta de Calabria, jamás habría sido Rey de nada, ni habría tenido aquel par de hijos que adoraba. Cuando lo comprometieron con la princesa Simonetta, ni siquiera se lo pensó; accedió hecho unas pascuas.
—Pues no podemos hacer nada más que recibirlos —dijo el rey al cabo de unos minutos.
—En efecto Majestad, y los soberanos de Normandía hacen énfasis en presentar a su hija ante el Príncipe Thomas, aunque expresan su curiosidad en cuanto a eso, por ser los príncipes hermanos gemelos…
—Thomas… William…, no estamos seguros sobre quien es el mayor, pero como sea, en caso de que surgiera algo entre Tom y Felitza, Thomas tendría que irse a Reinar a Normandía, y William debería asumir el trono en Calabria…
— Nadie puede predecir el futuro y nadie puede separarlos…— amenazó la reina, tan bajo que sólo el rey la escuchó.
—Majestad…— llamó el Heraldo — ¿confirmo las visitas?
—Me temo que no hay otra cosa que hacer… confírmalas y hay que informar a los Príncipes… encárgate de eso Georg— dijo, y el castaño asintió — reúne a mis hijos en la sala de audiencias generales, a las seis en punto, dentro de tres días.
Después de aquella orden, todos se dispersaron.
Georg se retiró tan discretamente como una ráfaga de aire caliente; el Heraldo guardó sus pergaminos y pertenencias y se retiró entre reverencias a sus Reyes y los escribas y mayordomos recibieron la orden de esperar tras las puertas cerradas de la sala del trono. Y así fue que tras dos minutos, los reyes se quedaron solos y en completo silencio.
— ¿Qué vamos a hacer Jörg? — preguntó la reina en voz baja.
—No lo sé querida — respondió el Rey, consciente de que sus dos hijos se negarían ante los próximos compromisos, por ese intenso amor que se tenían, que era más que fraternal y que el rey no se atrevía a juzgar, por que después de todo, no sabía que era realmente lo que se escondía en la magia que había nacido con sus hijos — No vamos a obligarlos a nada, recibiremos a las princesas, haremos fiestas y banquetes y aguantaremos sus irritantes y groseras curiosidades y si Magnus persiste en su insensatez, le daremos su guerra, mil veces le doy batalla antes que darle a mi hijo.
—Sabes tan bien como yo que Bill no dejará que haya guerra. Tom estaría feliz pero Bill…
—No subestimes a mi hijo— dijo el rey, haciendo sonreír débilmente a la reina.
— Ya veremos que es lo que sucede…

Y mientras los Reyes permanecían cavilando en la intimidad de la sala del trono, el joven consejero Georg caminaba de prisa por los enormes y bastos pasillos del Palacio con tanta naturalidad como si llevara toda la vida viviendo ahí. Había ordenado a su escriba que se fuera, pues deseaba estar solo.
Se detuvo delante del enorme ventanal de una de las muchas salas del Palacio y miró la gran extensión de jardines reales y parte del lago. No tenía ni idea de donde se encontraban los príncipes, y tampoco sentía muchos deseos de buscarlos en ese momento, ya que el príncipe Tom estaba más al acecho que nunca y eso lo ponía nervioso. No tenía muy claro como iban a reaccionar ambos al saber lo que se avecinaba, pero podía adivinar que no iba a ser agradable comunicarselos. No le sorprendía mucho que ambos príncipes se negaran en redondo a contraer matrimonio, ya que el podía ponerse perfectamente en el lugar de ambos y No, tampoco aceptaría casarse de esa manera, por obligación y sin sentir amor, pero también sospechaba que algo más que rebeldía era lo que hacía a los príncipes negarse de esa manera; pero no podría averiguarlo, ni el ni nadie, pues si alguien osaba perturbar a Bill o a Tom, se metía en graves problemas con los Reyes.

Ahogando un suspiro se dejó caer sobre la clara suavidad de uno de los muchos sofás de aquel enorme salón. Era tan cómodo. Si no tuviera encima tantas presiones, responsabilidades y preocupaciones, podría darse el lujo de disfrutar de todo aquello que nunca pensó tener o hacer, como reposar en medio del lujo del Palacio, sin que nadie viniera a molestarle. Pero eran escasos los momentos tranquilos y apacibles que tenía, así como también eran escasas las ocasiones en que podía estar con Bill o visitar a sus padres.
Pero no se arrepentía de su presente, por muchos altibajos que tuviera. Y sobre todo, lo que más podía disfrutar era estar con Bill.

Jamás rompería la promesa que le hizo a Constanza en su lecho de muerte, sobre cuidar de Bill a cualquier costo, y ahora, el joven príncipe lo necesitaba más que nunca, aunque jamás pidiese ayuda. Georg lo conocía más que nadie, algo que lograba cabrear mucho al príncipe Thomas y que Georg disfrutaba al máximo, pero no era exactamente fastidiar a Tom lo que más disfrutaba Georg, sino cumplir su promesa.
El sabía leer a la perfección en los oscuros ojos de su mejor amigo y adivinar que es lo que deseaba, o que necesitaba, o que le lastimaba.

Nadie más que el podía ver a Bill de pie sobre algún claro de los imponentes bosques del Reino y entender la extraña conexión de su espíritu con la naturaleza; o verlo observar el mar, callado y expectante, como si el sonido de las olas al reventarse unas con otras le susurraran mágicos secretos que sólo el podía comprender, o verlo de pie delante de la fría  lápida de Constanza y entender y descifrar la tristeza que se derramada con cada una de sus lágrimas; nadie tenía esa paciencia ni esa sensibilidad.

Bill era de corazón noble y generoso y siempre tenía tiempo cuando algún habitante de la pequeña isla le saludaba, o le preguntaba algo, a lo que el príncipe detenía su camino y se interesaba de verdad en el asunto, algo que desconcertada a su familia y los demás aristócratas con quien ahora compartía. Ni siquiera el príncipe Thomas lo entendía del todo y casi siempre conseguía desesperarse e interrumpir el flujo de energía que emanaba de su hermano.

Georg volvió a suspirar al pensar en todo aquello, y con los ojos entornados siguió mirando el fabuloso paisaje de los jardines, mientras el sol italiano bañaba de dorado el césped e incendiaba las hojas de los árboles.
Deseaba poder dormir aunque fuera por unos minutos, pero no podía, en sus aposentos era esperado por el capitán de los soldados, que traía un informe sobre algunas apariciones de un navío extraño y potencialmente peligroso, y debía poner especial atención en eso, así que después de ahogar un enorme bostezo, el joven de clara melena castaña se levantó y prosiguió su camino.

Mónaco

Tres discretos golpes resonaron en la puerta de roble oscuro y perfumado.
—Pase, pase quien quiera que sea— urgió el Rey Magnus sin despegar los ojos de los papeles que tenía sobre su mesa.
Las puertas se abrieron mas discretamente aún y su nervioso escriba se postró ante el.
—Majestad
—Ponte de pie y entrega tu mensaje— dijo Magnus, impaciente, no quería ser molestado.
—Ha llegado ésta carta Majestad.— dijo, tendiendole al rey una charola de plata que contenía un pergamino color marfil, largo y estilizado, atado con un lazo de seda roja y el sello de cera combinado en colores azul y blanco… los colores imperiales de Calabria.
—Vaya, ya era hora— dijo el rey, casi arrancando el pergamino de la charola de su escriba —ya puedes retirarte, si te necesito te mandaré llamar.

Y en cuanto el escriba se fue, el rey Magnus sacó un documento de un pequeño cajón que estaba bajo el escritorio y se levantó, dejando la carta sin leer sobre su escritorio y se detuvo ante el enorme ventanal que dominaba la vista espectacular de los estanques y jardines de su vasto y cálido Palacio.

Por fin el rey Jörg se había dignado a responder a sus últimas misivas, pero se sentía profundamente indignado por la tardanza de la respuesta. De verdad empezaba a plantearse si todo aquello merecía la pena.

Maldijo a la suerte que los había llevado a todos a aquella situación, y justamente cuando él ya estaba casi totalmente decidido a cancelar la unión de su hija con el arrogante y apuesto Príncipe Thomas y olvidarse del linaje inferior de Bill, valiéndose de su título de nobleza de príncipe heredero Erpa-ha para unirlo con la princesa Ambrosía y hacerlo Rey de Mónaco.

—Y justo resulta que eres hijo del Rey Jörg y heredero de Calabria. — suspiró, pensando en Bill y cerrando los ojos para evocar su recuerdo e imaginar que estaba ahí de pie con él, tan gallardo y elegante como lo recordaba. Acto seguido miró el papel que extrajo del cajón, el cual era un pequeño retrato al óleo que los pintores reales habían hecho a Bill cuando había sido nombrado Erpa-ha. Y el Rey Magnus volvió a contemplar la extraordinaria perfección de su magnifico y pálido rostro de lineas fuertes y marmóreas, reconociendo el trabajo de los pintores, pues lo habían plasmado tal y como era, y mirándolo, el Rey se preguntó como no vio los rasgos aristocráticos y el aura de nobleza que rodeaba al príncipe. Tan solo al verlo, se notaba que era un miembro de la realeza, específicamente, Príncipe Heredero de Calabria.

Aquello había complicado las cosas terriblemente, y Magnus sabía que se estaba comportando de una manera necia y obcecada, ya que, al ser William el hijo menor del Rey Jörg, aunque fuera por diez minutos, debía ser el segundo en contraer matrimonio, según los protocolos reales, pero es que en realidad quería a Bill para su hija. Y su hija le quería también.

Pero todo tenía un límite, y aquella situación estaba a punto de rozarlo.
Pensó en su hija, tan bella, tan única y perfecta que sus sirvientes apenas se atrevían a mirarla. Era esbelta y muy alta, con aquellos ojos tan azules como el cielo de la mañana, y el cabello dorado, suave y brillante; sus modos seguían siendo dulces pero algo fiero se iba despertando dentro de ella y el Rey observaba embriagado de orgullo cuando los ojos azules de la princesa se volvían astutos y cortantes como el filo de una navaja. Pero a pesar de todo aquello, la joven princesa no era altanera ni soberbia, pues había aprendido de Bill a ser empática, justa y noble y se preocupaba de verdad si se cometía alguna injusticia con alguien de su reino. El Rey estaba seguro de que su hija sería la compañera ideal del príncipe William y una excelente Reina.

Pensó luego en Bill ¿se habría recuperado ya? No estaba seguro de cuál sería su estampa ahora, había sido tan apuesto y elegante cuando estaba a salvo y entero en Mónaco. Pero el Rey Magnus, así como todos los que habían visto al joven príncipe Bill tan herido por su propia abuela, jamás iba a olvidar su aspecto desde aquel día terrible; el hermoso rostro hecho pedazos, escondido detrás de capas y mas capas de sangre espesa y oscura, el cuerpo ardiente, golpeado y retorcido en extraños ángulos y cómo su vida había pendido de un hilo por días enteros.
Se había alegrado de marcharse para no presenciar la dolorosa recuperación del príncipe y para darle espacio y algo de sosiego a los Reyes.

Realmente compadecía al Rey Jörg y sobre todo a la Reina Simonetta, no alcanzaba ni a vislumbrar la tremenda pena que se cernió sobre ella cuando supo la verdad, pues él sabía perfectamente que no había en el mundo peor dolor que el ver así a un hijo, añadiendo el dolor de saber que su propia madre había dañado de semejante manera a su hijo. Y a un hijo tan valioso como el príncipe William.

Era sólo por eso, y por su cariño hacia Bill, que no había atacado Calabria.
Si hubiese sido su hija….
No sabría que habría hecho, y sacudiendo la cabeza decidió que ya no deseaba pensar en eso ni en los sombríos soberanos de Calabria, tan herméticamente encerrados en su enorme Palacio.

Se volvió sobre sus pasos y abrió la carta, rasgando el sello con su abre cartas y leyendo en tiempo récord las palabras educadas y simples del rey Jörg.

Todos se encontraban bien de salud, ambos príncipes estaban muy bien y se alegrarían de recibirlos en Calabria hacia el mes de Julio, para que los jóvenes nobles decidieran sobre su futuro.
El rey Magnus maldijo por lo bajo y enrolló de nuevo la carta, usando quizá más fuerza de la necesaria mientras pensaba que era lo mejor que Jörg podría ofrecer de momento.
No lo iba a presionar más; esperaría hasta el mes de Julio para volver a ese mágico lugar para contemplar la imponente masa de colinas llenas de árboles, el océano transparente y tibio de Calabria y los ojos oscuros, cálidos y brillantes del príncipe William; y con esos pensamientos fue que decidió ir a buscar a su joven e ilustre hija.

Continuará…

por Shugaresugaru

Escritora del Fandom

6 comentario en “El Heredero 7: Acuerdos”
  1. Mierda!! Ahora no es solo la amenaza de casar a Bill con Ambrosia,sino ahora aparece una nueva princesa para ser presentada y posiblemente desposarla con Tom. A los gemelos no les va hacer ni pisca de gracia lo que se avecina.
    Nos leemos en el proximo, saludos 😊

    1. Adoro tu intensidad Mimis, mierda!! Jaja lo ame, y en efecto entra un personaje nuevo pero verás que es increíble su aparición, y necesaria y ya no diré más!
      Nos vemos pronto 😍😘 gracias por comentarme 💜💜💜

  2. Un navio extraño y potencialmente peligroso???
    Los Príncipes se llevarán tremenda decepción y tristeza por lo que se avecina.
    Bill estará en contra de una guerra y Tom jamás aceptará la union de Bill con Ambrosia.😥

    1. Sip, un barco sospechoso cuyos tripulantes harán acto de presencia pronto, y estas en lo correcto, se vienen uhhh cosas intensas que pronto leeras.
      Mil gracias por tu comentario, de verdad.
      Te mando un abrazo y nos leemos muy pronto.💜

  3. Dos princesas para los dos príncipes gemelos. .. par de busconas jajajajaja!
    Es triste lo de heredar un reino por un matrimonio, pero lamentablemente así eran los acuerdos y sé cuál será la respuesta de ambos pero me temo que al final el deseo de evitar una guerra o dañar inocentes sea favor para inclinar la balanza a las exigencias del soberano de Mónaco. U.u

    Pues ojalá les den los herederos q desean y los dejen regresar y vivir juntos para poder amarse porque sino la distancia y tristeza me los acabará *suspira*.

    Ahora a esperar con ansias el siguiente capítulo! ♥

    1. Ay ay Ady jaja pues quizá logre sorprenderte aunque con ese don que tienes como de vidente no lo creo haha
      En 2 capítulos más verás a la segunda princesa y espero que te guste, yo ame hacer el personaje.
      Ahora, pues incluso ahora los protocolos en donde hay reinos son muy importantes, como leyes y espero que también te guste el rumbo que tomará la historia. Ojalá te guste el siguiente capi que subiré yo creo mañana 😄
      Nos vemos!! Un abrazo

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