Capítulo 8: Escape
El enorme reloj de péndulo de la sala del trono anunciaba el medio día, y con sus lóbregas y graves campanadas llegaba la promesa de un suculento almuerzo que ya se preparaba en las enormes cocinas del fastuoso palacio, ahí donde la actividad nunca cesaba, donde todos parecían apurados pero era también el sitio en donde más íntimamente se podían reunir los sirvientes a platicar historias de sus vidas, o comentar sobre las actividades de la realeza.
—¿Y que o a quién se supone que estamos esperando? — preguntó el desgarbado muchacho ladrón al impecable consejero de ojos color turquesa y melena castaña.
—Tu eres es el que está esperando — dijo Georg, con la vista fija en sus papeles.
Estaba en su enorme despacho, sentado ante una mesa redonda de cedro oscuro; un gran florero lleno de algodonosas rosas amarillas y blancas descansaba al centro, y la mesa estaba repleta de papeles y mapas, y mientras Georg se concentraba, aquel ladronzuelo de la tumba de Constanza daba vueltas como un león enjaulado. No podía hacer nada, ni siquiera tratar de escapar, pues dos guardias con enormes espadas y lanzas custodiaban las puertas y tenían un aspecto salvaje, y lanzarse por las enormes ventanas era imposible, ya que había muchos metros de distancia hasta el piso de ardiente cantera negra de la explanada principal.
Reinaba el silencio absoluto, salvo por el crujir de los leños en la enorme chimenea.
—¿Y qué estoy esperando?
—Esperamos al príncipe William.
—¿Y para qué lo esperamos?
—El es quien va a decidir que hacer contigo y me permito vislumbrar que te va a enviar a tu tierra.
—No volveré ahí — respondió el chico levantando el mentón de manera desafiante.
—Eres un impertinente, ¿lo sabías? —los ojos color turquesa lo fulminaron —Cuando robaste en esa tumba tu destino dejó de pertenecerte y deberías agradecer de rodillas, por caer en manos del príncipe William, si el príncipe Thomas te hubiera atrapado, ahora estarías encadenado en las mazmorras del Palacio, repleto de azotes y muriendo de hambre y de frío.
En realidad Georg estaba exagerando un poco, sabía que Tom no haría una cosa así de aberrante, aunque sí que lo habría enviado a las mazmorras del Palacio; y el comentario surgió efecto, pues la altanería en los ojos del joven se esfumó.
Lo exasperaba un poco y no sabía realmente si podría servirle a Bill, y así de ese modo lo iba a aconsejar.
Solo unos minutos después el príncipe William llegó, solo.
Iba ataviado tan magnífico como siempre, con pantalones de lino negro, camisa de seda blanca de manga larga, con un moño ancho ceñido a su cuello, también blanco, lo que le daba un aspecto muy estilizado, además portaba un chaleco negro, bordado con florituras de hilo de oro, y los brazaletes de comandante. No llevaba corona, y en las altas botas, obsesivamente pulidas, se reflejaban las luces de los ventanales.
Georg se levantó para recibirlo y para su sorpresa, el chico por sí mismo se postró al ver aparecer por la puerta la figura oscura del príncipe William.
—Hola Geo— dijo Bill, sonriendo al ver a su amigo mientras le daba un amistoso puñetazo en el hombro. Siempre le daba gusto al joven príncipe el ver a Georg y a pesar de ser ahora quien era, jamás había dejado de tratarlo como cuando eran unos niños que no tenían nada, y aquella era una prueba más de que a Bill no le impresionaban los lujos y la elegancia.
— Eh Bill — dijo el castaño, riendo y frotándose el hombro de manera disimulada; quizá Bill no lo notaba pero sus amistosos saludos a veces dolían.
—Ponte de pie ya — dijo el príncipe hacia el ladrón, quien obedeció y miró avergonzado al monarca, con fascinación.
Jamás en toda su vida había visto a un miembro de la realeza, había escuchado sobre ellos, pero estar tan cerca de uno, era casi imposible para cualquiera, más aun cualquiera que viniera de su miserable pueblo; de modo que mirar al príncipe tan de cerca, con ese aire enigmático que lo envolvía, con el aroma fresco que se desprendía de su negra cabellera y de sus elegantes ropajes y respirar de la poderosa aura de su esencia, lo impresionaba mucho.
Había muchas preguntas rondando en su mente y sentía como los oscuros ojos del príncipe lo estudiaban con detenimiento.
— Muy bien… Nico…¿Nicolás? — la voz era como la grave campanada de una catedral.
—Nicolá… Alteza
—Variante en italiano de tu nombre griego.
El joven estaba sin palabras, ni siquiera sabía que su nombre fuese de origen griego.
—Ehhh… supongo— respondió, y su vacilación hizo sonreír al príncipe y a Georg, y el habría sonreído también, pero había captado algo; cuando el príncipe sonrió, la piel de su rostro se estiró, revelando así un vestigio del aterrador trazado de cicatrices blanquecinas que discurrían desde las comisuras de sus labios, y subían ondeando sobre su afilado pómulo y algunas otras que se perdían entre sus sienes con el cabello negro corto cubriendolas; y al verlas, sus ojos se dilataron por el miedo y su curiosidad se avivó.
¿Cómo podía ser posible que un príncipe de aquella talla pudiera tener esas marcas? ¿Como era posible que existiera alguien que fuera capaz de tocarlo para dañarlo así, si el mismo ladrón bien podía hasta llegar a pelear y matar por él? Era inconcebible, pero la realidad es que el joven príncipe había sido muy dañado en el pasado, y el ladrón se prometió averiguar el porqué.
—Pasé toda la mañana en conferencia con tus padres y algunos emisarios — dijo Georg entonces, captando la atención del príncipe, y confundiendo más al ladrón. Se supone que estaba ahí por robar en la tumba de la madre del príncipe, pero el castaño enorme había dicho que pasó la mañana en conferencia con sus padres… estaba hecho un lío y se frustró.
—¿Novedades? — inquirió Bill.
— Muchas, los Reyes desean verte y a Tom, a las seis en la sala de audiencias, pero… — el consejero le dirigió una mirada especulativa a Bill, no seguiría hablando de eso frente al ladrón.
—Nicolá, hablemos un poco, pero debes hablarme con la verdad — dijo el príncipe, mirando nuevamente al joven ladrón — ¿habías robado antes?
—Nunca Alteza.
—¿Porque robaste en la tumba de mi madre?
—Por… desesperación — admitió con un gemido — Nunca lo habría hecho sabiendo quien se trataba pero… llegué hace cinco días en barco y no había comido nada…
Cinco días. A Bill se le revolvieron las tripas al escuchar aquello, aquello que tan familiar le era.
— Comprendo… — dijo el príncipe con aire melancólico — pero has comido ya…—el joven asintió — y las cosas se ven diferentes con el estómago lleno.
—Si Majestad — dijo el joven, extrañado ante la empatía del príncipe, como si él mismo hubiera pasado por algo así.
—¿Qué es lo que más deseas? — preguntó, rememorando las palabras que hacía años le había dicho la graciosa princesa Ambrosía cuando llegaron a Mónaco y cuando él no era absolutamente nadie — Porque si no estoy seguro de ti, serás desterrado.
—Mi ciudad es muy pobre Alteza, es un pequeño lugar de pescadores y terratenientes que no buscan empleados sino esclavos; no hay nada que allá me ate, por eso vine a Calabria, porque escuché una historia en un barco, sobre este lugar.
—¿Y qué decía la historia?— preguntó Georg, alzando una ceja. Por supuesto que él sabía que Marsala era un lugar miserable y peligroso, con algunos terratenientes avaros que se aprovechaban de la pobreza de la gente, y asediado por piratas y contrabandistas.
—Decía que Calabria era una isla hermosa, mágica, con paisajes únicos, mucha prosperidad y que apenas se notaba alguna carencia, que había muchas oportunidades y mucho trabajo…
—Entonces, ¿deseas un trabajo?
—Si Alteza — dijo con fervor — permítame servirle y le aseguro que no lo defraudaré— añadió. Durante su viaje a Calabria pensó en conseguir trabajo en un barco, o en los campos de algodón o de trigo, o con algún comerciante del pueblo, pero ahora, estaba dispuesto a dar el brazo derecho por trabajar para el enigmático príncipe William.
Bill seguía sonriendo, animado, quería creer en aquel muchacho pero, seguía siendo receloso como un gato.
—Te pondremos a prueba, y si demuestras que eres absolutamente confiable, y que eres capaz de dirigirte con lealtad y honradez, te daré un puesto de escriba o de guardia, pero para eso debes tener disposición para aprender… ¿Qué opinas?
Los ojos del muchacho se iluminaron como un amanecer y asintió con ardor.
— Muy bien — dijo Bill — ahora sal y dile a mi escriba personal que te lleve a alguna habitación de servicio que esté disponible y mañana empezará tu prueba.
Y cuando el muchacho se fue, resuelto, Bill siguió sonriendo, nostálgico.
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— ¿Qué opinas de el? — le preguntó a Georg, mientras se sentaba frente a su consejero en una alta silla ornamentada que Georg siempre reservaba para él.
Georg volvió a ocupar su silla, quedando frente a Bill.
—No se… se dirige la mayoría de las veces con insolencia y altanería, no parece dispuesto a acatar órdenes y el puesto de escriba me parece mucho para el.
— Tal vez Si… Pero quiero darle una oportunidad, sólo hay que mantener una estricta vigilancia sobre él.
— ¿Qué dirá tu hermano, o tus padres?
— Seguramente se van a molestar pero no los culpo, situaciones como las de Nicolá son totalmente desconocidas para Tom, para Andreas e incluso para mis padres, pero tu y yo lo entendemos muy bien, nosotros conocemos el hambre feroz que muerde las entrañas, y el frío desesperante que hace doler los huesos, y hemos palpado la tristeza, ha sido nuestra compañera; ellos no, todos nacieron en el lujo y no es su culpa tampoco…
Bill guardó silencio y Georg torció el gesto.
— Tu no debiste pasar todo lo que has pasado Bill, ni hambre, ni frío ni tristeza o soledad, no fue tu culpa tampoco, esas cosas que has conocido sí son culpa de alguien; y es por eso que aquellos que te rodean y te aman, se sienten molestos y traicionados.
—Lo sé Geo… — suspiró el príncipe, pensando en su monstruosa abuela con miedo y aprehensión, si se concentraba lo suficiente, podía recordar incluso el olor — pero no se puede hacer nada ante eso, pasé por lo que el destino escribió para mí, y aun así aprendí.
—Por eso quieres ayudar al ladrón.
—Alguna vez, cuando no tenía nada, recibí ayuda de la realeza, de una pequeña y encantadora princesa que creyó en mi, que sabía que había algo dentro de mi ser que merecía la pena ser preservado, y si ahora tengo lo que tengo, es gracias a ella y su tenacidad, porque yo había decidido nunca volver aquí.
El consejero suspiró pesadamente, con la mente revuelta, pensaba en su amigo y su destino, y en la princesa Ambrosía también. Quizá ella fue el detonante de aquella situación. Sabía que Bill la adoraba, y que eso le supondría muchos problemas, porque él no sentía ese amor por ella, como para convertirla en su esposa y acceder a lo que los soberanos de Mónaco demandaban.
Quizá si se hubiese quedado en Mónaco, aunque fuera como un simple noble, el estaría intacto, entero, y no repleto de cicatrices que herían su cuerpo y su alma, pero de ese modo, jamás habría conocido el calor de una familia que lo amaba con locura, ni jamás habría sido lo que nació para ser y los deseos de Constanza se habrían quedado en nada. Definitivamente, lo que el joven príncipe había experimentado estaba más allá de la comprensión de Georg.
—¿Donde está Tom? — preguntó entonces, notando que Bill estaba sólo, y aquello casi nunca sucedía, era usual ver que en cualquier lugar donde estuviera Bill, estaba Tom a su lado, callado y misterioso, al acecho como un halcón.
—Esta con nuestra madre — dijo Bill, en un tono muy bajo.
—¿De nuevo indispuesta?
—Si…— fue apenas un murmullo y el príncipe clavó la vista en sus manos, fuertes y surcadas de venas.
—¿No fuiste también tú…?— cuestionó Georg, pero se calló como un muerto cuando Bill alzó la vista; y es que en sus ojos cristalizados como un caleidoscopio de lágrimas, había un dolor potente e infinito; y entonces lo entendió. Bill estaba aterrado de perder a su madre, a su verdadera madre, por segunda vez.
—No… no lo puedo soportar… es superior a mí, es volver a ver a Constanza así…
—No Bill, no le pasará nada a la Reina.. — le dijo, yendo hacia a él y arrodillándose frente al príncipe, pero con que cara podría asegurarle el bienestar de su madre si el sabía perfectamente bien que la Reina no estaba bien; y por ende, Bill tampoco estaba bien y toda su estampa se veía empequeñecida por el dolor y por el miedo.
—Le he pedido mucho a mi madre muerta que no me quiten también a mi madre viva… Pero no he visto indicio alguno de que mis plegarias sean escuchadas y por el contrario… la reina parece más débil cada día…
Y Georg no podía objetar nada, pues aquella misma mañana, él había visto el semblante cansado y pálido de la reina. Y no estaba seguro de que su amigo fuese a soportar la pérdida de otra madre, de su madre real, la que lo había traído al mundo y la que sufría tanto por todos aquellos años perdidos. Quizá fuese solo una etapa, una enfermedad pasajera que se iría rápido para que la reina volviera a ser aquella que era, alegre, de risa burbujeante, que adoraba pasar tiempo con sus hijos, pero no podía abrir la boca para prometer algo que tal vez no se iba a cumplir.
El silencio era agónico, Bill sufría en silencio y el consejero sentía una densa rabia impotente; nada se podía hacer más que esperar e implorar porque la reina estuviese bien.
Dos segundos después, tres discretos golpes resonaron en las puertas cerradas.
Georg abrió puerta y esperó en completo silencio mientras dos esclavos hacían sendas reverencias y colocaban dos bandejas de plata con el almuerzo sobre la mesa; levantaban luego los domos de plata y acomodaban cubiertos de plata delante del melancólico príncipe. Acto seguido se retiraron.
Georg se aproximó a las bandejas y miró su contenido. El almuerzo era sencillo y contenía cosas dulces, pues los cocineros ya sabían que el joven príncipe adoraba los dulces: té de cardamomo con miel, frutos secos con almendras, pignolatas* cubiertas de glaseado blanco y frambuesas frescas, pan recién horneado, frutas cítricas rociadas de miel dorada de abeja y unos delgados escalopes de huevo cocido salpicados con especias. Aquello lucía delicioso, acomodados los platillos en una vajilla de porcelana y filos de oro; pero lo suculento de la comida no surtió efecto en Bill, se sentía inapetente y cabizbajo, y como siempre le sucedía al ver las abundantes comidas del Palacio, pensaba en todas esas personas como Nico que no tenían nada que llevarse a la boca.
Georg se preocupó aún más, su deber personal con Bill era cuidar de él, no por orden de nadie, si no por lealtad y por cariño. Decidió picarlo.
— ¿No vas a comer nada, renacuajito?— le dijo, exactamente como cuando eran pequeños y el deseaba molestarle;
«A ver si Bill no esta de humor y me mandaba decapitar» pensó Georg, pero poco le importó.
Y lo consiguió, Bill entornó sus maravillosos ojos oscuros, hizo una mueca graciosa y le dirigió una mirada fulminante.
—¿Cómo me dijiste? Gorila castaño.
Georg se carcajeó.
—Que si no comes parecerás una rana escuálida con corona.
Bill también sonrió y la tensión que crispaba sus facciones se aflojó un poquito.
—Si como demasiado voy a parecer un gorila como tú— le dijo cuando ambos comenzaron a comer.
—Te faltaría mucha comida para tener estos músculos— tronó Georg mostrando orgulloso sus bíceps envueltos en seda roja.
Bill pinchó una rodaja de melocotón, se la llevó a la boca para saborearla y siguió sonriendo.
—Sigues sin convencerme, pareces una sandía.
Georg gruñó, mientras Bill manipulaba como un experto su tenedor de plata al rebanar una de sus pignolatas por la mitad.
—No parezco sandía —refunfuñó, mientras liquidaba un escalope de huevo de un bocado.
—¿Cómo están tus padres? — preguntó Bill, dejando de lado los cubiertos plateados.
—Están muy bien —respondió el castaño de manera mecánica — ayer fui a verles. Han tenido mucho trabajo en el taller, cada día hay que exportar más y más, incluso mi madre está pensando poner un taller de hilado para hacer tela.
—Vaya — Bill estaba gratamente impresionado — Es lo mejor que podría hacer, pero dime ¿porque no lo ha hecho? ¿necesita capital?
— No, nada de eso, es tardado porque hay que levantar el telar al lado del taller, adquirir las máquinas y contratar personal, pronto lo hará.
—No lo dudo y si necesitan algo por favor házmelo saber de inmediato.
—Lo haré — el castaño le sonrió a su amigo, olvidándose que era príncipe y que era heredero, para el seguía siendo su mejor amigo por encima de cualquier cosa — la mina también está produciendo mucho, quizá demasiado — comentó, preocupado.
— ¿Qué tanto es demasiado? — inquirió el príncipe luciendo pensativo.
—Mucho oro, y mucho platino, carretas llenas, y me temo que han encontrado también un yacimiento de diamantes.
—¿Y que es lo que te preocupa?
—El robo, así como vino Nicolá a robar en el cementerio, pueden venir otros a intentar saquear las riquezas del Reino, ha habido avistamientos de piratas.
—¿Piratas? — preguntó alarmado— ¿en donde los han visto?
—En el mar Jónico, llegaron noticias, han saqueado la isla de Kefalonia y la dejaron casi devastada.
—De ninguna manera harán algo aquí — el rostro de Bill se oscureció y un escalofrío le recorrió la espina — hay que reforzar la seguridad en la mina, encargate de colocar a los más fieles soldados custodiado las excavaciones y el transporte de los materiales.
—Eso haré amigo. Esa isla no tiene tanta vigilancia como Calabria, pero aun así, no dejaré que nadie se confíe.
Mas tarde, Bill se sumiría aún más en la miseria, pero por ahora, Georg había conseguido darle un almuerzo tranquilo y eso le bastaba.
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Al joven príncipe William, pese a todo, le gustaba la vida en su Palacio, le gustaba como sus pasos creaban ecos que subían resonando por las paredes perfumadas de caoba y de cedro negro al caminar por los iluminados pasillos, ahí dentro se sentía finalmente parte de algo, parte esencial de algo, de una familia; aquello que siempre quiso.
El recuerdo de Constanza envolvía cada célula de su cuerpo, impregnaba cada partícula del aire que respiraba, pero Bill ya no sentía que traicionaba su amor y su memoria al sentir un inmenso amor desmesurado por la Reina, su verdadera madre. Era imposible no amarla, y resistirse a ese amor que se desplegaba como los pétalos de una rosa, era ir contra la marea.
Si tan sólo ese profundo amor no estuviera teñido de aflicción…
El príncipe suspiró pesadamente al recordar a su madre, mientras su escriba, que caminaba en silencio tras él, se tensaba, pero el príncipe lo ignoró. Se sentía inquieto, pensaba al caminar en que podría ir a ver a su madre y de paso reunirse con Tom, pero no deseaba en realidad la compañía de nadie, al menos por un rato.
Se detuvo delante del vestíbulo principal del enorme Palacio, y mirando hacia la pared central, ahogó otro gran suspiro.
Ahí al fondo había un cuadro, un nuevo cuadro pintado hacia un escaso año, que había reemplazado a aquel cuadro que contenía los rostros cansados de sus padres y de su hermano y que había sido pintado hacia muchos años.
Bill recordó cuánto le había impresionado ver ese retrato cuando estuvo por vez primera en el Palacio, siendo tan solo un mendigo.
Pensó en cuán caprichoso era el destino, teniéndolo en el mismo lugar, vestido como el noble que era y que siempre había sido, tal vez un poco incómodo, con el ancho moño ceñido al cuello que le picaba y lo acaloraba, y las botas con los pies cansados, estaba ahora ahí, así, mirando con una extraña mezcla de sentimientos el nuevo y gigantesco cuadro.
Los pinceles de los pintores italianos habían trabajado hábilmente. En primer plano, sentados sobre los ornamentados tronos de madera y oro estaban los Reyes de Calabria, tan magníficos como siempre, altivos, orgullosos, quizá con un par de arrugas más que cuando habían hecho el primer cuadro, pero en los ojos del Rey ya no había aburrimiento, ahora estaban brillantes y atentos, con una chispita de orgullo titilando en su resplandor oscuro. La reina lucía radiante, parecía que el ardor del océano se desbordaba por sus ojos encendidos y la sonrisa que armonizaba sus facciones era de una extraña pero contagiosa satisfacción.
En segundo plano, de pie, había dos siluetas prácticamente idénticas entre ellas, con esbozos de las facciones de los Reyes en ellas. Ambos príncipes herederos se erguían detrás de los tronos, vestidos de igual manera, con trajes negros con dorado, capas idénticas forradas de satén escarlata y coronas gemelas hechas de oro con piedras preciosas. Sus rostros eran dos perfectas copias, con los mismos penetrantes y astutos ojos oscuros, facciones angulosas, cabellos negros y brillantes, la misma fiereza en su estampa, y las más tenues y genuinas sonrisas que evocaban paz.
Lo único que distinguía a los príncipes entre ellos, era una ínfima diferencia en la delgadez de sus rostros, ya que el hermano mayor tenía líneas más fuertes en el rostro lobuno, era un extraño aire agresivo y fiero que combinaba con su pose, más bien posesiva y cautelosa.
El hermano menor en cambio, poseía un rostro afilado y andrógino, de líneas delgadas y ojos más alargados, como los de un gato salvaje, siempre alertas; y con un cierto halo de pena y de sabiduría. Los pintores no habían detallado las cicatrices que surcaban delicadamente su faz, así que en la pintura, Bill mostraba una piel lisa y perfecta, resplandeciente y tan altiva y magnífica cómo la de sus padres y su hermano mayor.
—Es un cuadro magnífico, Majestad —intervino el escriba, que también se había perdido en la profundidad de aquel cuadro.
—Lo es, definitivamente que lo es Alonso — respondió el príncipe.
Decidió que no quería estar más en el Palacio, sentía bastante calor, quizá porque la primavera estaba más que entrada, o porque estaba incómodo y pesado.
Afuera, un tranquilo atardecer de nubes brumosas y ligeras que ocultaban tenuemente al sol, moría lento y a solas.
Bill se deshizo del escriba con facilidad al ordenarle irse, y una vez sólo, se encaminó a los establos.
—Buen día Alteza — saludo Bernardo, el encargado de los establos, inclinándose con deferencia y respeto.
—Saludos Bernardo, trae por favor a mi caballo. — pidió cortésmente.
Al contrario de todos en el Palacio, Bernardo era discreto y nunca hacía preguntas incómodas. Como era natural, entre sirvientes corría toda la información más privada de la familia real, y a Bernardo le parecían bastante paranoicas las estrictas reglas de los Reyes en cuanto a ambos príncipes y cuando podía, trataba de ayudar al más joven de ellos a conseguir, aunque fuera un rato la libertad que sus ojos oscuros pedían a gritos.
Tan sólo cinco minutos después, Bill iba a todo galope por el sendero que estaba tras los establos, ya que por las puertas principales, siempre custodiadas, jamás habría podido salir sólo.
Sonreía al sentir el viento azotarle el rostro y despeinar su cabello, y mientras más se alejaba del Palacio, más temerario se sentía.
Sólo tenía fijo un objetivo, el fresco mar.
Cuando el caballo tomó el sendero de piedras cubiertas de arena blanca, Bill se arrancó el ancho e incómodo moño y la holgada camisa de seda quedó hecha jirones sobre las piedras, del chaleco ni hablar, lo había dejado sobre uno de los tablones del establo.
La playa estaba vacía, pacífica y clara; Bill desmontó de un salto, y no se molestó en atar al caballo, pues Capriccio no se separaba de el.
Bill sonrió, mientras aspiraba profundas bocanadas de brisa salada y húmeda, le gustaba estar solo, se sentía casi como cuando era sólo un humilde chico del pueblo, con toda la libertad del mundo.
Estaba en la misma solitaria playa donde había conocido a Tom y al príncipe Andreas.
Los montículos de piedras negras y puntiagudas seguían en el mismo sitio, y las olas rebotadas de espuma y arena se enredaban y jugaban entre ellas, atrayéndole con su sordo rugido. La tarde era caliente y soporosa, como las que a él le encantaban.
Las botas quedaron abandonadas en la arena y Bill sonrió cuando la cálida agua salada le mojó los pies desnudos. Se quedó únicamente con los pantalones de lino y entonces así, de pie con el agua bailando en sus tobillos, se miró el torso desnudo.
Su piel tenía un cremoso tono marfileño, con los músculos detallados delicadamente por todos lados, duros y firmes, ya no sobresalían los huesos de sus costillas, ni los de sus clavículas. Tenía unas líneas fuertes y casi perfectas, pero su costado izquierdo mostraba un área dispareja e irregular, en donde una zigzagueante cicatriz más blanca que su piel se mostraba, abultada y deforme.
Bill estaba acostumbrado ya a todas sus cicatrices, no le molestaban demasiado, y nadie más que el y Tom las conocían. Si sus padres lo veían así, se volverían aún más paranoicos y melancólicos, y el no lo iba a permitir.
Finalmente se encogió de hombros, restándole importancia a su piel remendada y se lanzó al mar, disfrutando del agua y de su temperatura. Se sentía exactamente como antes. Nadó por debajo del mar, clavandose una y otra vez en las grandes olas, y dejando que la marea jugara con su cuerpo, y no pensaba en nada más.
Entraba y salía del agua para respirar y admirar el cielo infinito que se extendía hasta tocar el horizonte del mar, mientras se prometía a sí mismo ir mucho más seguido ahí, en donde podía estar solo y pensar, o tan sólo dejarse llevar por el mar.
La tarde siguió avanzando, pintando el cielo de lánguidos tonos azules y lilas, mientras el sol se empezaba a ocultar tras las montañas.
Bill pensó que debería volver en ese momento, estaba seguro que ya estaban buscándolo, y la familiar y repentina urgencia por ver a Tom se enganchó en su espina y subió, amenazando con cerrarle la garganta mientras el pánico le corría por las venas. Debía ir con Tom, empezaba a quedarse sin aire.
Salió a trote del mar, sacudiendo el agua que le escurría del negro cabello y chorreaba por los pantalones de lino que se habían estropeado sin remedio; una ráfaga de aire frío le hizo estremecer, y cuando levantó la vista para buscar a su caballo, se topó con los oscuros y penetrantes ojos del príncipe Tom.
Bill se detuvo en ese momento al verlo, estaba a varios metros de distancia pero podía ver perfectamente como sus ojos fulguraban en el ocaso, inundados de alivio y de una extraña rabia apenas contenida. Pero a Bill no le asustaba, sentía que su corazón volvía a latir dentro de su cuerpo, y se acercó confiado hacia Tom.
— Bill — fue lo único que Tom dijo, cuando tuvo frente a si a su extraño hermano menor.
— Tom, estas aquí…— respondió, mirando de modo disimulado a la escolta de guardias que esperaban en completo silencio, rodeando un enorme carruaje negro decorado con oro, jalado por cuatro enormes caballos garañones, y volviendo luego su vista a Tom, quien olisqueaba delicadamente la brisa vespertina, con los ojos perdidos en la nada.
— Tom, yo creo que esto no era necesario — murmuró.
— Es totalmente necesario — respondió el mayor, mirando nuevamente a su hermano y esbozando una sonrisa de esas que detenían el corazón — tengo ganas de comerte entero en este momento, hasta hacer que te duela por darme tremendo susto, pero no lo haré con tanto público — susurró, y entonces se desató la pesada capa negra y con ella cubrió los desnudos y mojados hombros de su hermano, rozando la fría piel de su cuello al atarla con sus dedos.
Bill, ruborizado hasta la punta del pelo, estaba a punto de comenzar a hiperventilar por el deseo, y entornó sus maravillosos ojos oscuros, se moría de ganas de besarle, de morderle y arañarle; pero los ojos de Tom se habían vuelto distantes mientras pensaba en que hacia más de tres años, en esa misma playa, había usado una capa negra para cubrir las heridas de su hermano; se le formó un nudo en la garganta y podrían incluso haberle escurrido un par de lágrimas, así que haciendo un esfuerzo colosal, se concentró en la imagen que Bill le ofrecía en ese momento: empapado, húmedo, con los ojos más brillantes que había visto, incrustados en su rostro perfecto y pálido, con sus labios entreabiertos, calientes, perfectos y lustrosos, tan suculentos como una fruta madura, y más abajo, en las marmóreas líneas de su pecho desnudo… tan irresistible como para morirse de gusto.
Tom sonrió al sentir su mismo deseo desmesurado brotando de su hermano.
— ¿Podrás esperar hasta llegar a la bañera?— murmuró, prometedor — estas helado, tendré que calentarte…
Bill asintió de una manera casi frenética, enviando una lluvia de gotitas saladas por todos lados, y se dejó conducir por su hermano hasta el cálido y elegante carruaje que lo llevaría a su enorme hogar, mientras las olas del mar seguían reventándose unas a otras, enviando un diluvio de espuma plateada más y más adentro de la playa, como si quisieran alcanzar al príncipe que iba en el enorme carruaje, custodiado por doce soldados, y que se alejaba lentamente entre la oscuridad.
Continuará…
* Pignolata es un tipo de postre de origen siciliano muy común también en Calabria. Se encuentra también en el área calabresa de Capo d’Armi hasta Cannitello. Se trata de un dulce que se suele presentar glaseado en dos colores: oscuro (chocolate) y claro (limón o bergamota).
Bill al igual que todos esta asustado por la salud de la reina, pero él es quein mas sufre, ha pasado muy poco tiempo de haberse reunido con familia y de disfrutar del amor y cariño de su madre. Quien fuera Bill para recibir esa promesa tan caliente de Tom.
Nos leemos en el proximo, saludos 😊
Pues es normal que estén asustados muajaja okno
Ha sido difícil pero como resistirse? Imposible y a ver como les va en un futuro, ni yo lo sé y con eso te digo pero tengo buenos presentimientos
Gracias por leer mimis y por comentarme, ea genial te dejo un beso grande 😙
Y al leer el capitulo me entró nostalgia. Bill se ha acoplado a su nueva familia, ama a su madre a su padre y por supuesto que Tom es el amor de su vida, pero no puede olvidar su pasado quien fue que lo forjó y en él está Ambrosía y temo tanto que su noble corazón opte por la decisión errónea y que por evitar una guerra terminé haciendo perecer de tristeza a su madre que imagino es el triste futuro de sus hijos lo que la tiene decaída.
Piratas. ..será que el imponente Barrabas se acerca? .
La conexión desarrollada entre ambos príncipes es fascinante, se aman, se sienten, se desean y con una sola mirada hacen que el deseo fluya, arda y los consuma. ..bueno hay una promesa de hacer el amor en la tina y que TOM caliente a Bill^//^ pero como no creo que la vayamos a leer porque usted señorita la h dejado como que iba a suceder en un instante pues tristemente me toca hacer uso de mi pervertida imaginación y recrearla jajajajaja.
Saludos y espero leerte en el siguiente (y cercano porfis) capítulo! ♥
Nostalgia… Es la palabra correcta, a fin de cuentas el ya se rindió porque luchar con los sentimientos es agotador y su familia lo ama, pues así como te resistes??
Y los próximos acontecimientos.. puedo decirte que las cosas están giros vertiginosos ha que aún se despliegan las opciones en mi mente, pero será algo bueno, nostálgico también pero bueno.
Y sip, sólo estamos esperando el arribo de los piratas para ponerle aventura a esto, será genial!! Jeje
Y mira que solo por ti voy a añadir algo de la bañera en el próximo capítulo.
Mil gracias Ady por tus increíbles comentarios que retroalimentan está mente estancada.
Te mando un beso enorme ❤
Un capítulo nostálgico, ojalá Bill no tenga que pasar por la pérdida de otra madre mas.
Ambrosia en su momento fue de gran apoyo y confianza para Billy ojalá ella haga recapacitar a su padre y no se inicie la tan anunciada guerra.
😘💐💐💐
Esa es la palabra, nostalgia y sobre todo añoranza… pobre Bill la vdd pero a fin de cuentas el presente no se puede cambiar No?
Y ya verás lo.que pasará con Ambrosía..