Gusto Di Vino 5

Gusto Di Vino” Fic de Shugaresugaru

Capítulo 5

La oficina móvil ya está en su sitio, Bill — dijo el señor Kaulitz, mirando de reojo a su hijo.

Eran apenas las nueve de la mañana del lunes, el día de arranque del ambicioso proyecto de TrümperExperts, y todo se encontraba encausado.

La maquinaria aguardaba órdenes en el suelo blando de las tierras Kaulitz, la oficina móvil ya estaba colocada en su sitio, bien provista de comodidades y servicios, y los ingenieros revisaban planos y documentos, esperando la llegada de Bill, quien se encontraba sentado en la cocina de su casa, tomando un desayuno ligero sobre la barra. El rubio muchacho tenía ojeras, y el semblante algo crispado, por eso su padre lo miraba algo extrañado; no sabía que Bill había despertado muy temprano aquel día para recorrer el pueblo hasta el centro para recoger su Jeep del estacionamiento del chiringuito.

Enseguida iré— respondió, apurando el último trozo del plato de fruta que se acababa de zampar.

¿Te sientes bien hijo?— su padre estaba comenzando a sentirse preocupado— ¿Deseas que vaya yo a coordinar los primeros trabajos?

No — soltó Bill de inmediato, tratando de recomponer su expresión — No te preocupes papá, es solo que anoche hizo demasiado calor y no pude dormir bien, y además tú debes encargarte de los demás negocios— le dijo, recordando que su padre tenía que salir de viaje ese mismo día para atender otros asuntos.

Creo que te he cargado con demasiadas responsabilidades Bill— meditó su padre y se sentó frente a él, con aire un tanto avergonzado — además de todo este asunto, me iré de viaje y debes encargarte de Zac, del proyecto, de los negocios, de la gente de Trümper…

Puedo con todo papá— desechó Bill, comenzando a sentirse ansioso— además Zacky estará conmigo, y me aligera el día, no será ninguna carga ni molestia, nunca lo ha sido.

¿Estás seguro?— de pronto, la mirada del señor Kaulitz se volvió un tanto inquisidora.

Claro que si— respondió Bill, mientras dejaba el plato sucio dentro del lavavajillas — ahora mismo iré a la oficina para ver que se comience con todo esto, hasta aquí puedo escuchar el rugido de la maquinaria y estoy empezando a ponerme nervioso.

Está bien hijo— suspiró el empresario, mirando a su hijo con una mirada llena de orgullo y de ternura — debo irme ahora, pero estaré de vuelta en una semana y me pondrás al tanto de todo esto. Ada te ayudara con Zacky.

Desde luego papá, ve tranquilo — lo animó.

El señor Kaulitz salió rápidamente hasta su auto, después de abrazar con fuerza a su hijo mayor y desearle toda la suerte del mundo.

Bill lo miró marcharse desde la cocina, apoyadas ambas manos sobre la superficie fría y pulida de la barra, y cuando el auto de su padre desapareció, el rubio muchacho suspiró y cerró los ojos.

A ver si me voy a creer yo todas las mentiras que acabo de soltarle a mi padre— se dijo.

Pensó entonces en Tom, evocando su más reciente recuerdo, aquel de sus ojos, brillantes y torturados, llenos de pena, y aun no lograba descifrar por qué sentía Tom esa pena, que era casi palpable. No podía ser por él ¿o sí? No lo sabía, ni siquiera sabía a qué había venido Tom, y lo único que se le ocurría pensar era en el proyecto, y se preguntó si lo volvería a ver, aunque fuera sólo para despedirse. Pero la respuesta a su propia pregunta le llegó en el acto, y era que Tom ya se había despedido la noche anterior.

Bill no era alguien que creyera en milagros, en especial en alguno que tuviera que ver con el hijo del nuevo socio de su padre, que quizá fuera a quedarse en esas tierras, para florecer junto con el campo, junto con el viento, y junto a él. Quería creer en eso, lo quería desesperadamente, y se preguntaba si quizá algún día podría ser indispensable para la vida de alguien, de alguien como Tom. Pero la sombra del abandono de su madre lo perseguía incansablemente, y no podía creer que alguien pudiese vivir sin él.

Y que Tom se quedase era imposible, Bill no sabía absolutamente nada de él, ni de su vida, ni de sus gustos ni de nada y pensaba que tal vez lo mejor era conformarse con el conocimiento de su existencia, y agradecer la oportunidad de al menos, haberlo conocido, de haberlo escuchado, de haberlo saboreado…. aunque hubiera sido por ese fugaz momento.

Decidió no postergar más las cosas, así que salió por la entrada lateral de la cocina, que comunicaba directamente al jardín. Le parecía hasta hilarante que su nuevo trabajo, por así decirlo, estuviera en el jardín de su propia casa.

«Al menos no llegaré tarde a trabajar» Se decía, mientras caminaba por un sendero tachonado de diminutas piedras de río, que pasaba al lado de la piscina y llevaba más allá de los terrenos construidos de la casa.

«Si al menos no sintiera esta apatía» se lamentó.

Debía caminar bastante, y estaba a punto de regresar por su caballo, pero al final decidió no hacerlo, porque después de casi un kilómetro de caminata, pudo divisar el enorme contenedor blanco de forma rectangular que era la oficina móvil, con sus enormes logotipos de TrümperExperts pegados a los costados, y aquello no era todo. Había también toda una flota de vehículos ahí, entre camionetas blancas con los logotipos de la empresa de Tom, autos pequeños además, muy del tipo para transportar gerentes o encargados de alguna cosa más importante que solo rascar la tierra. Y por último, a un costado del camino estaba la maquinaria, enormes monstruos de hierro amarillo con palas, picos y demás aditamentos siniestros que habrían de desgarrar los terrenos Kaulitz en tan solo unos momentos.

En cuanto todas las personas ahí reunidas divisaron a Bill -gracias a su altura, su porte autoritario y sobre todo al brillo intenso del sol que hacía fulgurar su largo cabello rubio- dejaron de lado sus propias actividades para ir a saludarlo, actuando con sumo respeto y hasta con algo de miedo, como si alguien les hubiese advertido sobre él, y sobre la deferencia que debían mostrar.

Bill frunció el ceño, extrañado, pero de igual manera se presentó, respondió saludos cortésmente, y se dispuso a hablar con el encargado del proyecto.

¿Es usted la persona a cargo?— se decidió a preguntar por fin a un caballero entrado en años, suponiendo por su experiencia, que él llevaba la batuta del proyecto.

No señor Kaulitz — le dijo, y Bill torció el gesto al ser llamado señor, ya que solo tenía veintitrés años — mi nombre es Tomeo, y solo soy el gerente de proyecto.

Bueno, mucho gusto, y entonces, ¿dónde está el encargado de todo esto? — inquirió cruzándose de brazos y sintiéndose algo molesto. Ya le era lo suficientemente difícil concebir lo que estaba a punto de suceder en sus amadas tierras, como para soportar a personal que no tenía ni idea de nada.

Esta en la oficina — respondieron a coro otros dos trabajadores, cuyos cascos amarillos y brillantes le provocaron nauseas a Bill.

Gracias— siseó el rubio haciendo énfasis en la última letra y volviéndose hacia la oficina, sólo para quedarse tieso en ese mismo momento.

Cuando llegó, por la posición en la que estaba colocado el contenedor oficina, no lo notó, pero ahora, estando de cerca y al rodearlo para buscar la entrada, vio, aparcado afuera de la oficina, un blanco y reluciente auto BMW.

Su corazón dio un paquete completo de saltos dentro de su pecho, y su cerebro despertó con una sacudida, enviando una descarga de adrenalina que recorrió todo su cuerpo. De momento olvidó su molestia, las náuseas y la apatía con la que había amanecido, porque viendo como el sol arrancaba destellos luminosos de la carrocería de aquel auto, no podía pensar en nada ni en nadie más que en Tom.

Estaba tan quieto que todos los trabajadores lo miraban con preocupación, pero Bill ni cuenta se daba. Tenía la piel de gallina, le picaban las manos, y de un momento a otro, las náuseas volvieron con más violencia que antes, así que, tomando dos profundas respiraciones, subió los dos escalones de metal de la oficina, giró el pomo de la puerta, y al abrirla, un potente aroma a yerbabuena, perfume fresco, afrutado y amaderado, y sobre todo, la almizclada esencia de Tom le llenó totalmente los sentidos, nublándole la mente.

Y ahí estaba él, sentado como si de un príncipe en trono se tratase; salvo que en lugar de trono, estaba tras un gran escritorio cubierto de carpetas, documentos, y una delgada computadora portátil, enfundado en un traje oscuro hecho a la medida, el largo cabello negro suelto, esparcido entre los hombros y la espalda, y una sonrisa galante y juguetona tirando de las comisuras de sus labios.

¿Tom?— fue lo único que Bill pudo bisbisear, mientras parpadeaba, queriendo asegurarse de que aquello fuera verdad.

Buenos días Bill— respondió, cauteloso y serio, como si tuviera miedo de las reacciones de Bill.

No… No entiendo… ¿qué haces aquí?— preguntó, incapaz de hilar dos pensamientos seguidos y coherentes.

Primero lo primero— murmuró Tom, levantándose para rodear el mueble que los separaba y ofrecerle a Bill una de las dos mullidas sillas que estaban frente al escritorio, y de nuevo, el rubio sintió que vivía dentro de una novela de época, con un caballero solícito y galante de protagonista.

Después de una imperceptible vacilación, Bill se sentó, y esperó hasta que Tom estuvo sentado nuevamente frente a él, con el escritorio de por medio…

Pensé que… te habías ido…— dijo Bill, mirando sus manos.

¿Irme?— Tom frunció el ceño, incómodo y molesto ante esa melancolía que se despedía de Bill, y que el rubio ni siquiera notaba — ¿Porque iba a irme?

Porque…— y por más que Bill lo pensaba, y las respuestas le picaban la punta de la lengua, no fue capaz de lanzar ninguna.

Ya veo…— susurró Tom, de una manera un tanto enigmática, mientras formaba un triángulo al unir sus manos frente a su apuesto rostro— Mira, Bill, a pesar de que noté cierta hostilidad viniendo de ti la noche de ayer, debes saber que soy yo quien va a estar al frente de éste proyecto representando a la empresa de mi padre, y por lo que veo, tú también estas a cargo de los intereses de tu padre así que lo mejor que podemos hacer es aprender a trabajar juntos.

Y Bill permaneció en mudo shock, preso de sentimientos que no alcanzaba a catalogar del todo y que bullían furiosos en el erial de su cuerpo. Sentimientos mezclados entre los que predominaba la emoción. Tenía tantas preguntas, tantas interrogantes.

Pero… tú aquí… trabajando en este pueblo, tan alejado de tu ciudad…

Lo hago por gusto y decisión propia— saltó Tom, adivinando hacia donde se dirigían los pensamientos de aquel rubio fascinante— nadie me ha obligado a hacerlo, eso debe quedar muy claro.

Pero tú, ni siquiera deseabas venir— murmuró muy bajito, con un leve dejo de amargura ofendida que Tom percibió en el acto, y que le hizo sonreír.

Lo admito— dijo, tenuemente avergonzado— pero si puedes recordar, el mismo día que vine, te dije que ya no deseaba marcharme…

Si…— Bill sonrió, haciendo que el corazón de Tom quisiera salir disparado de su pecho— lo recuerdo…

Pues entonces, ahora somos socios— Tom sonreía, animado— ¿puedo ofrecerte algo?

Bill también sonreía y miraba atentamente la pequeña oficina, con sus tres escritorios bien equipados con portátiles de alta gama, alfombras de aspecto áspero y duro color vino con los logotipos de la empresa, y en una esquina, una pequeña mesa equipada con un horno de microondas, una cafetera grande, media docena de tazas blancas que también rezaban el nombre de la compañía de Tom, y al lado de la mesa, un pequeño frigo bar, con un moderno aditamento de madera suspendido al lado, de donde pendían cuatro copas de cristal.

¿En verdad tienes copas?— preguntó Bill, riendo. Tom también rió, y todo el ambiente de tensión se disolvió.

&&&&

¿Se puede saber ya a dónde vamos?— inquirió Bill, que estaba cómodamente sentado en el suave cuero del asiento del copiloto del auto de Tom.

La tarde del lunes había caído, cálida y perfumada. El ambicioso proyecto arrancó como estaba previsto, y Tom y Bill descubrieron lo eficientes que eran al trabajar juntos, así que al culminar ese primer día de arduo trabajo, el castaño había invitado a Bill a dar un pequeño paseo para mostrarle algo.

Después de conducir por diez minutos, con el sol poniente bañándoles suavemente el rostro, Tom se metió por un amplio camino empedrado, tapizado por las copas de los árboles que bordeaban y oscurecían el camino, lleno de bellas casas en cada lado de la acera con sus pórticos bien decorados, hasta entrar en un pequeño jardín con entrada para dos autos, una buena porción de césped salpicado con algunos árboles enormes, y una pequeña casa blanca al final de un porche decorado con piedras de río. Aquella parecía una casa sacada de algún cuento de hadas, con sus muros de piedra cubiertos por enredaderas de flores moradas, farolas blancas en el jardín y una banca al lado de la entrada.

Cuando el auto se detuvo, Bill liberó el seguro de su cinturón y descendió, mirando hacia todos lados, alerta como un gato. Por supuesto que conocía bien esa zona del pueblo, elegante y costosa, muy bella y tranquila, puesto que estaba habitada en su mayoría por personas retiradas o parejas recién casadas.

Se volteó hacia Tom, quien acababa de bajarse del auto.

Vereda del rosal silvestre— murmuró, viendo el letrero que daba el nombre a la vereda — ¿Qué hacemos aquí? — preguntó, mientras se acomodaba el rebelde mechón rubio de siempre detrás de la oreja.

¿Te gusta? — preguntó Tom, esbozando una tenue sonrisa.

Pues— Bill volvió a mirar a su alrededor. La tarde caía, amarilla y preciosa, encendiendo las hojas de los arboles, los vivos colores de las flores y resaltando cada detalle ahí donde los rayos del sol impactaban —me encanta, siempre me ha gustado esta zona de mi pueblo.

Entonces ven— dijo Tom, rodeando el auto y tomando a Bill de la mano, para acercarlo a la entrada de aquella pequeña casa marcada con el número trece, y antes de que el rubio pudiera reaccionar, Tom ya había metido la llave en el picaporte y abierto la puerta— anda, entra— continuó, remolcando el delgado cuerpo de Bill, hasta que estuvieron de pie sobre las pulidas duelas del recibidor.

Bill no dijo nada, porque estaba atento mirando a su alrededor. Si la zona le gustaba, aquella pequeña casa le gustaba mil veces más. Admiró el salón, con sus sofás de suave gamuza color azul turquesa, la pequeña chimenea donde ardían algunos leños, y los sencillos y elegantes detalles que estaban por todo el lugar. Caminó despacio hasta la zona del comedor, donde una mesa con superficie de cristal, adornada por un jarrón repleto de rosas amarillas, y rodeada por seis sillas blancas, invitaba a organizar cenas y reuniones, en un ambiente íntimo casi mágico.

Me encanta…— susurró.

No es ni una cuarta parte del tamaño de tu actual casa pero…

No es el tamaño Tom —interrumpió Bill de una manera algo tajante; los ojos le brillaban como dos topacios mojados— mi casa en realidad no me gusta, me trae, algunos malos recuerdos, en cambio tu casa es, perfecta, acogedora… y me encanta— repitió.

Entonces deja que te presente a alguien— dijo Tom, apenas podía contener la emoción de tener a Bill ahí con él, y decidió llevarlo a la pequeña cocina blanca; y Bill por su parte, lo seguía, algo impresionado, pero de una manera grata, pues aún le parecía irreal que Tom estuviera en el pueblo, y añadiendo el encanto de aquella preciosa casa, era algo de verdad difícil de creer; aunque la mención de presentarle a alguien comenzó a preocuparle.

Ambos llegaron a la espaciosa cocina que estaba inundada de luz, ya que toda la pared trasera eran puertas corredizas de cristal, desde donde se apreciaba el enorme jardín, salpicado de unos cuantos troncos negros y húmedos, altísimos y de frondosas ramas. Tom supuso, que por la naturaleza de Bill, aquello iba a encantarle y no se equivocó, el rubio estaba tan admirado por la belleza que escondía ese paisaje, que no se fijó en nada más, hasta que de repente, sintió un fuerte par de golpes en el pecho, que no fue nada más que las potentes patas delanteras de Scott.

¿Pero qué…?— murmuró Bill, algo sorprendido, pero en cuanto había visto al perro, se transformó— ¡Tom, no me dijiste que tienes un perro!— se volteó hacia Tom para reclamarle, pero tenía una enorme sonrisa que le surcaba el rostro.

Era una sorpresa— murmuró Tom — es mi perro, se llama Scott.

Scott — repitió Bill, mientras acariciaba la cabeza del enorme perro —me encantas Scott— le dijo sonriendo y rascándole tras las orejas, y al oírlo, Tom arrugó el gesto, sintiendo algo de envidia de su propio perro; luego también sonrió.

Sabía que iba a gustarte— añadió Tom, poniéndose rojo de bochorno— ¿solo te encanta mi perro, o también su dueño? — se lanzó, algo nervioso, pero aparentando mucha tranquilidad.

Bill se puso tieso enseguida, y su semblante se volvió preocupado, pero eso al contrario de desanimar a Tom, le confirmaba algunas sospechas que tenía en cuanto a Bill y su sistema de confianza, que había quedado muy dañado por el abandono de su madre, aunque él lo negara.

Yo…— el rubio no supo que responder. Su corazón palpitaba enloquecido dentro de su pecho, haciendo eco en sus oídos, y sentía la sangre arder, pero algo dentro de su alma se revelaba y no creía que Tom en realidad estuviera interesado de verdad en él; era su corazón que no deseaba ser abandonado de nuevo —Tom, no lo sé…

No deseo que estés nervioso Bill, solo te necesito atento, porque lo que te he dicho, te diga, y te diré es cierto y sincero— murmuró Tom, al tenderle una mano, sonriendo cuando después de dos segundos, Bill la tomó —sé qué desde que me volviste a ver, te has estado comiendo la cabeza sobre la cuestión de lo que hago aquí.

Si, en realidad no he dejado de pensar en eso.

Lo sé, a pesar de que te he visto solamente tres veces puedo vislumbrar, por así decirlo, hacia donde van algunos de tus pensamientos.

Es muy poco tiempo, señor lector de mentes— dijo Bill, algo melancólico, pero una sonrisa le tiraba las comisuras hacia arriba.

Pero, es muy poco tiempo ¿para qué? — preguntó hábilmente Tom, dejando a Bill en blanco — no hay límite de tiempo para nada, menos aún para conocerte.

¿Y ya vas a decirme que haces aquí?

Tom se rio suavemente. No había caso, Bill era un cabezota y eso le fascinaba.

Te lo dije en la mañana ¿recuerdas? — Sonrió, haciendo una extraña mueca de circunstancia —te lo he dicho de muchas maneras desde la primera vez que te vi. Yo no deseé nunca venir aquí, eso lo sabes de sobra, pero en cuanto llegué, ya no quise marcharme, y tan es así, que estás parado en mi nueva casa, porque sí, voy a quedarme aquí.

Pero…— Tom puso los ojos en blanco. Ahí iba otra vez con lo mismo — tu vida, tu familia, tu ciudad… dejarás todo— dijo Bill, haciendo un mohín.

Es más profundo que eso — confesó Tom, luciendo por vez primera serio y desconectado — en realidad yo tampoco lo entiendo del todo, solo puedo decirte que… desde la primera vez que te vi, también vi la primera pauta real en mi vida. Estuve lejos un mes, pensándote, dentro de mi mundo, mi casa, con mi familia y todo lo que quieras, pero ahora que te he vuelto a ver, también vi el lugar hacia donde deseo dirigirme. Mis padres aun no lo creen, a ratos ni siquiera yo lo creo, pero la vida está llena de signos invisibles, y uno de esos fue la orden de mi padre, de venir aquí, ¿y cómo iba yo a imaginar que alguien como tú, estaría aquí? Antes de eso, en realidad mi vida iba, por así decirlo, en automático. Ahora es diferente, ahora deseo asentarme… contigo… si tú lo deseas así…

El joven de rubios cabellos no tenía voz ni palabras, se sentía abrumado ante la sinceridad de Tom, ante su seriedad y la expresión entre desconcertada y serena de su apuesto rostro.

¿Qué se supone que debía responder? Todo era demasiado rápido, porque el mes transcurrido de repente desapareció, y lo único que importaba en ese momento era Tom ahí de pie frente a él, listo para ser tomado; pero Bill aun recelaba un poco, aunque no sabía ni de qué. Las palabras de Tom no eran desconocidas para Bill, ya que antes de conocerlo, también sentía su vida avanzar pero sin rumbo fijo, menos aún en su pueblo, que le encantaba por obvias razones, pero no dejaba de sentirse perdido de algún modo, hasta la llegada de Tom. Quizá si tenía razón y había cursos intrazables e invisibles, pero que estaban ahí y los habían terminado juntando, en el momento y el punto exacto; y estaba seguro que si perdía a Tom, jamás se lo iba a perdonar.

Si…— la voz de Bill era baja y tímida, y se acercó a Tom, hasta que sus frentes se juntaron— claro que lo deseo— murmuro, sonriendo al sentir los cálidos dedos de Tom entrelazarse con los suyos.

Continuará…

Escritora del Fandom

5 Comments

  1. Lo mejor de este capitulo sin duda fueron las palabras de Tom, para hacerle entender a Bill, que aunque su vida en la ciudad parecia perfecta, no lo era porque le hacía falta él. Me alegro que Bill aceptara.
    Nos leemos en el ultimo, saludos y bonito finde 😊

  2. Si duda es un sentimiento puro e inesplicable por un lado me recuerda a mi relación actual las palabras que Tom le dijo a Bill muy tierno

  3. 💞💞💞💞💞💞
    Love!!! 😍😍😍😍 por fin Tom fue claro con el hermoso rubio cabezota!!!
    Hermoso!!! 😘

  4. Por finnnnn! !! De verdad me daban ganas de entrar a la historia y darle un zappe a Bill por ser tan testarudo y poner trabas y trabas.
    Claro, también entiendo tal como lo Hizo Tom, que el abandono de su madre le hace creer que con otras personas puede ser lo mismo, pero ya Tom le hizo ver aunque sus caminos parecían distintos, separados, ahora, después de conocerse se pueden volver uno♥ Awwww, eso es bello y me dio la sensación que al final la casa de Tom bien podría ser la casa del matrimonio ( yo ya casandolos xD ) Kaulitz-Trumper♥

    Nos vemos mañana con el final!

  5. Wowww !!! por fin … espectacular !!! bellisimo capitulo … me encantó … continua porfis … nos leemos en el final. Besos . Muakkk !

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