Fic de PinkGirl. Temporada II
«Fresas Amargas» Cap. 11
«El tiempo cambia, pero el corazón es caprichoso…»
¿El primer amor se olvida? Sí, solo cuando uno tiene amnesia.
Había pasado ya tres años, tres largos e inmensos años que habían hecho que la vida de ambos chicos se cimentara más. Veintitrés años, en plena juventud, cada uno vivía por su lado lo que la vida le exigía vivir.
Bill se había cortado el cabello, ahora vestía trajes finos de diseñadores y aún mantenía su imagen muy pulcra y con ese maquillaje que lo caracterizaba a pesar de ser ahora un padre de familia.
Vivía con Astrid en una lujosa casa que los padres de ella le habían dado en el corazón de Paris y ambos tenían dos hermosas gemelas a las cuales llamaron Tifany y Laurín, Bill estaba orgulloso de ellas, eran su adoración, dos bellas gotitas de agua, risueñas, con mucha vida y energía con apenas dos años.
Astrid había dejado de estudiar, solo se dedicaba a ellas, así que Bill, él tuvo que esforzarse mucho para trabajar y estudiar por su familia, en parte eso le convenía para así mantener el tiempo ocupado en cosas que sí valían la pena.
Era un día viernes y regresaba a casa después de trabajar en el Museo de Arte, estaba cansado puesto que su trabajo era de supervisor, casi ni pudo sentarse todo el día. Pero llegar a casa le trasmitía tranquilidad. Entró en ella y se desajustó la camisa caminando rápido para ir al cuarto de sus niñas, éstas aún no dormían hasta que su papi les diera las buenas noches, ahí en el cuarto rosa de ellas, Astrid les ponía el pijama.
—¡Papi! —apenas balbuceaban, sabían muchas palabras con sus apenas dos años.
—Mis nenas —se sentó en su camita y las sentó una en cada pierna, ellas le besaron las mejillas y él rió emocionado. Astrid le miraba con una pequeña sonrisa—. Hola —le saludó Bill y ella le pasó unos pantaloncitos blancos de pijama de sus hijitas.
—Hola, termínalas de vestir —él asintió y luego entre juegos recostó a sus cariñosas hijas para ponerles los pantaloncitos. Ellas eran castañas como Astrid, pero tenían los ojos como él, de un color chocolate.
—Papi… —decía una de ellas y Bill reía terminándole de vestir.
—Deben dormir ahora… Mañana prometo llevarlas al parque, ¿les parece? —ellas reían emocionadas— Creo que sí les parece… —levantándose de la cama fue hacia un mueble lleno de peluches y sacó de ahí algunos, se los llevó a la cama arropando a sus nenas— Aquí tienes —le dijo a la más tímida, Laurín, ella tomó el osito panda y lo abrazó y a la otra de sus hijas le dio un caballito rosado. Bill les besó en la frente y permaneció cerca de ellas hasta que bostezaron.
—Buenas noches, papi… —le dijo una de ellas a lo cual la otra le siguió diciendo lo mismo.
—Buenas noches mis amores —salió de aquella habitación rosa suspirando en una sensación de tranquilidad y paz, amaba mucho a sus hijas.
Fue al baño a darse una ducha, sentía que la necesitaba para quitarse las tensiones y poder dormir relajadamente. Aunque sabía que también debía de alguna manera complacer a su mujer.
La relación que ellos tenían era algo extraña. Después de que Bill le confesara que había tenido una relación homosexual con su amigo, las cosas nunca volvieron a ser como al principio, Astrid dudaba de Bill y se había cerrado un poco convirtiéndose en una mujer demandante de sus responsabilidades estando confabulada con su mamá y la mamá de Bill. A él le parecía un suplicio tener que ir a reuniones familiares para soportar a su suegra dándole indirectas de cómo tratar a una mujer, como si él no supiese eso… Le enfurecía, y por lo general eso era tema de discusión para ambos. Astrid muchas veces le hostigaba y le sacaba en cara el pasado, pero Bill sentía que no podía exigirle nada puesto que tenían a las gemelas, quería conservar a toda costa a su familia, aunque él comenzaba a tener secretos, muchos secretos.
Salió de la ducha y se puso un pijama, secándose el cabello caminó sigiloso a su habitación esperando encontrar dormida a Astrid. Se sentó en la cama y con ese pequeño movimiento ella despertó, aunque quizá no haya estado durmiendo. Ahí recostada le sonrió un poco, estaba de buen humor y Bill le sonrió también para luego echarse a su lado y apagar el lamparín.
—Buenas noches —le dijo él suspirando.
—¿Me das un beso? —tragó saliva sabiendo lo que eso significaba, pero era una responsabilidad.
Girándose hacia ella, le besó para luego posarse sobre su cuerpo, ella parecía ansiosa, comenzaba a respirar rápido mientras él le besaba, sabía donde terminaría todo aquello y sintió que debía hacerle el amor, casi como un deber. Ella ni se desnudó completamente, Bill le levantó la bata de dormir para fusionarse con ella. Astrid añoraba aquellas épocas cuando tenían dieciséis y había sido su primera vez, añoraba como Bill la trataba, con delicadeza y esa manera única de hacerle sentir especial, las palabras bonitas que salían de sus labios… Ahora él solo la besaba y sus movimientos eran algo intensos con la finalidad de acabar, ella no sentía que él lo disfrutara totalmente, podía percibir que lo hacía por cumplir.
—Me encantas, Bill —le gimió ella, buscando en la oscuridad su mirada, su marido gruñía y jadeaba mientras se movía en ella. Sintió que Bill le esquivó la mirada para besarle en el cuello. Y ella tocando su espalda, le acariciaba para luego suspirar hondamente armándose de valor para hacer lo que sentía debía hacer.
Bill pudo escuchar como ella se lamía parte de sus dedos, y él se irguió un poco para verla, se intrigó y se puso curioso. Ella logró mirarle y luego descendió sus manos por su espalda y con algo de duda un poco más abajo entre las nalgas de su marido, Bill detuvo sus embestidas en una.
—¿Astrid? —se removió algo incómodo cuando ella quiso introducirle uno de sus dedos— ¿Qué haces? —salió de ella algo consternado para tomar sus manos y apartarlas de su trasero, él se sintió extraño y ella se avergonzó.
—Creí que… que te gustaba eso… sé que te gusta que te den por detrás… —le dijo segura y él no quiso seguir teniendo sexo, se recostó en la cama suspirando mientras se acariciaba él solo para terminar.
—Qué dices… —no quería ni verla, ella cerró las piernas y se giró para verle en la penumbra.
—Lo sé, Bill —trató de no sonar ruda, pero para Bill sonó una fiscalizadora de sus actos, una metiche en su mundo privado.
—Estoy cansado… —la erección que tenía decayó con lo pesado que se tornaba el ambiente— Lamento esto —ella aún le miraba fijamente, quería que Bill confiara en ella otra vez, aunque sabía que le dolería todas esas cosas que él ahora hacía.
—¿Por qué llevas condones en tu maletín si nunca los usas conmigo? —Bill se incomodó.
—Astrid… —habló pesadamente.
—Y además lubricante, sé que es para ti —él se sentó en el borde de la cama dándole la espalda.
—No quiero que revises mis cosas… Sabes que me molesta mucho —habló en tono molesto con las manos sobre su cabeza.
—¿Soy la única mujer? —preguntó insegura, en un susurro.
—Siempre lo has sido, siempre, Astrid —eso era verdad.
—Pero no soy tu único amor —Bill se mantuvo en silencio, eso no podía contestarlo.
—Ninguno de los hombres con los que me acuesto lo es, ninguno —ella se puso fría con esa nueva revelación… Había muchos hombres en la vida de su marido, se sintió pequeña no sabiendo como enfrentarse a todos ellos…
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A Tom le faltaba meses para graduarse de médico y ya hasta tenía un trabajo como tal en un hospital particular, quería especializarse en cardiología.
Este último año en el cual se residía como médico, había sido el más intenso puesto que tenía mucho trabajo. Él trabajo era bueno para él porque ganaba experiencia y así sería un buen médico, compartía esa pasión por las ciencias de la salud con su pareja Andrej quien ya era un médico veterinario y vivía con él.
Tom regresaba del hospital algo apurado ya que su mamá le había invitado a su casa para cenar después de meses sin verse, Tom sentía que había llegado el momento de presentarle al chico con el cual vivía, sabía que su mamá no lo tomaría nada, pero nada bien, pero ella debía saberlo ya que Tom estaba pensando en formalizar con Andrej, sabía que no podría casarse con él, pero una ceremonia simbólica no vendría mal, y quería que Simone estuviera presente, además de que estaban pronto a inaugurar una clínica veterinaria.
Llegó a su departamento y subió el ascensor lo más rápido que dieron sus piernas y entró en su departamento encontrando listo a Andrej, éste se había puesto una ropa que parecía un vestido negro elegante y una chaqueta, Tom se quedó algo sorprendido.
—Andrej, ¿y eso? —el aludido le miró algo triste.
—Quizá así tu mamá me acepte más rápido, cuando salgo así a la calle todos creen que soy una mujer —le sonrió, pero eso no le gustó a Tom.
—Mi madre tiene que saber que eres un hombre, ella tendrá que entenderlo, no tienes que vestirte así por ella —se le acercó un poco y tomó sus manos—. Andrej, por qué mejor no te pones ese conjunto de traje que te compré la otra vez…
Vestido de traje por complacer a Tom, se armó una coleta de su rubio cabello, se delineó los ojos con lápiz negro y se perfumó mirando como su Tom terminaba de alistarse—. Ya estoy listo —le dijo el de trenzas negras. Andrej tomó su mano y salieron del departamento.
Simone vivía en el barrio de toda su niñez, donde él vivió hasta los diecisiete años y luego entró a la escuela de medicina y así pudo independizarse cuando optó por vivir solo. Aquella pequeña casa le llenaba de recuerdos de todo tipo.
—Llegamos —le dijo Tom—. Esta es mi pequeña casa… aquí pasé casi toda mi infancia y adolescencia —Andrej miraba todo aquello con asombro, conocería más de Tom, del amor de su vida, el primero para él.
—Que bonita… —Tom le sonrió amable y se dispuso a abrirla entrando en ella tomado de la mano de Andrej.
—¿Madre? —llamó.
—¡Tom! —ella salió de la cocina— ¡Cuántas veces te he dicho que no me llames madre, suena como si fuese una monja! —habló rápido y luego se detuvo cerca de su hijo, se intrigó— ¿Hola? —miró a Andrej.
—Mamá —le sonrió—, quiero presentarte a alguien especial —ella frunció el ceño en evidente molestia cuando vio las manos entrelazadas de los dos—, él es Andrej, y Andrej ella es mi madre Simone.
—Es un placer, señora… —ella le miraba seria.
—¿Pasa algo entre ustedes? —preguntó algo indignada, Tom rodó los ojos y asintió.
—Es mi novio —le dijo seguro, tenía veintitrés años, esperaba que eso sea una ventaja para él cuando vendrían las toneladas de preguntas de parte de ella.
—¿Cómo? —ella estudió su rostro recordando alguna vez un jovencito que se maquillaba los ojos de negro como ese rubio— Entonces lo de ese jovencito Bill fue verdad… ¡Tom! —le gritó indignada. Andrej frunció el ceño, aquella mención de ese nombre le incomodaba profundamente, se puso detrás de Tom algo intimidado.
—Madre, por favor… Creo que mejor nos vamos —dijo dándose media vuelta apretando la mano de Andrej.
—Tom, espera hijo —ella temblaba un poco, era un manojo de nervios—. Esto es nuevo para mí… No pensé que eras gay, recuerdo que una vez te lo pregunté cuando salías con tu amigo Bill que también se pintaba los ojos así —otra vez ese nombre, Andrej estaba seguro que al regresar a casa tiraría su delineador negro a la basura.
—Madre, eso es el pasado, no lo menciones ahora si quieres que me quede.
—De acuerdo, lo siento —buscó con la mirada a Andrej y le sonrió, éste estaba avergonzado—. Lo siento, Andrej, es un placer conocerte, si eres el que mi hijo escogió has de se buen chico —ella le extendió una mano y él se la tomó.
—Gracias señora…
Así los tres sentados en la mesa cenaban un pollo al vino, menos Andrej quien era vegetariano, Tom le había preparado rápidamente una ensalada de verduras que estaba muy sabrosa.
—¿Todos los veterinarios son vegetarianos? —preguntó Simone para romper ese silencio extraño que se había formado en la mesa, no todos los días le presentaba Tom una pareja, era la primera vez que pasaba y ella no sabía cómo tomarlo, más aún si la pareja se trataba de un chico.
—No señora —rió Andrej—, somos pocos.
—Los que tienen verdadera vocación —interrumpió Tom y Andrej le sonrió.
—Ya veo, eso es muy lindo y esos planes de la clínica también.
—Sí, Andrej y yo estamos por inaugurarla, quisiéramos que vayas mamá —ella se sintió honrada y asintió.
Luego de aquella cena Tom se disculpó excusándose con ir al baño para subir las escaleras e ir a su anterior habitación, Simone se quedó en la sala conversando con Andrej para conocerlo más, le pareció un jovencito agradable.
Allá arriba, caminó algo temeroso por el pasillo que le conducía a lo que antes era su habitación, ahora Simone había armado ahí una pequeña biblioteca, ya su cama no estaba pero sí un viejo mueble, estaba curioso por saber si aún conservaba ahí las cosas que había guardado a sus catorce años…
Efectivamente, el viejo mueble estaba, era como un ropero de madera en donde él solía esconder algunas de sus cosas privadas que cuando se mudó no quiso hurgar para sacarlas. Simone, como buena madre, había sabido mantener aquello cerrado puesto que Tom le había dicho que eran cosas personales que él prefería tenerlas ahí. Lo abrió y encontró su pequeño cofre marrón con un candado el cuál él sabía la clave, era la fecha que Bill se había ido, y así lo abrió. No sabía por qué hacía aquello, pero sentía que debía hacerlo, era un deseo, un anhelo y sabía que no estaría tranquilo hasta tocar con sus manos ese mugroso papel… Estaba medio amarillento por el tiempo, pero aún se podía leer con aquella caligrafía infantil:
“Cuando tenga dieciocho años te buscaré, y saldremos por un helado de fresa otra vez… es una promesa. Te amo Tom, y nunca te olvidaré”
Aquella promesa de la cual no quedaba nada y ahí en el cofre permanecía también algunas fotos de Bill, una junto a Tom en el jardín verde de la casa del pelinegro, después de haber comido un postre de fresas, aún en la foto se podía notar los labios rojizos de Bill. Ambos sonreían y había un brillo especial en sus ojos, era como si antes fuesen felices y ahora sus ojos no volvían a brillar así… Le llenó de nostalgia y luego sacó la foto que Bill le había mandado meses después de haberse ido a Francia, como su aspecto había cambiado para bien y posaba para la foto con algunas fresas cerca de sus labios, Tom suspiró viendo aquella foto causante de su dolor en aquellas épocas, la volteó para releer el mensaje grabado el cual en su momento había memorizado y repetido antes de dormir, como un calmante de sus inseguridades.
“Querido Tom, te mando esta foto como recordatorio, te extraño mucho, no sabes cuánto añoro que me beses y me digas un te amo cerca al oído. Perdón por no poder estar en el Internet cada vez que tú lo estás, pero siempre pienso en ti, cada día… Espero y podamos seguir…Te amo Tomi.”
Él comenzó a torturarse mentalmente, ¿y si hubiera podido soportar el dolor de sentirlo lejos? Quizá Bill no hubiera terminado con él, quizá ahora estarían juntos… Pero, ¿para qué remover el pasado de esa manera? Tom se sintió frustrado y guardó aquellos recuerdos en ese cofre, escuchando que alguien entraba.
—El famoso cofre —le dijo Simone acercándose. Tom suspiró y lo guardó.
—Ya estoy por bajar, quise saber si aún estaba aquí…
—Era verdad lo de ese niño Bill, quiero saberlo —Tom se sonrojó un poco, pero ya su mamá sabía que era gay, él no podía seguir fingiendo.
—¿Dejaste solo a Andrej? —cambió el tema.
—Está lavando los platos, él mismo me insistió en hacerlo; pero dime, lo que te pregunté, exijo saber.
—Madre, ¿cómo le dejaste lavando los platos? —caminó hacia la puerta, pero Simone le tomó del brazo, mirando hacia arriba a los ojos de su alto hijo. Él resopló y sus ojos se pusieron rojos, llevó una mano hacia ellos suspirando queriendo no llorar, se sentía abrumado de emociones pasadas.
—Tom, hijo…
—Lo siento… lo siento —habló con la voz entrecortada—, esto no debe estar pasando —decidió callar por un momento antes de que lágrimas comenzaran a descender por sus mejillas, había removido el pasado y esas eran las consecuencias.
—Tom… —Simone comenzaba a angustiarse.
—Bill fue mi primer amor, al que quise hasta… Por el cual tuve problemas en la adolescencia, fue porque le amé demasiado… —le confesó y ella unió piezas en su cabeza, la vez que Tom se había tomado sus pastillas de dormir y casi muere, ella lo llevó desesperada al hospital cuando había dejado de respirar, los paramédicos lo reanimaron y uno de ellos le dijo que necesitaba ayuda terapéutica puesto que eso era intento de suicido, pero Tom dijo que estaba jugando, que no quería morir y ella le creyó, aunque por precaución lo mandó a un psicólogo el cual supo guardar el secreto de que sí había intentado matarse por Bill… Ella ahora entendía por qué desde que ese compañero se había mudado su hijo bajó de notas y casi ni salía de su habitación por estar pegado a la computadora esperándole… Ella abrazó a su hijo quien no dejaba de llorar amargamente y ella entrando en una duda algo incómoda.
—¿Aún le quieres? —Tom intensificó su llanto no queriendo contestarle— Por Dios, Tom… —le sobaba la espalda.
—No quiero quererle, ya no quiero…
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A la mañana siguiente, Astrid tenía puesto unos lentes de sol que ocultaban sus feas ojeras mientras veía a Bill maquillarse frente al enorme espejo que tenían en su cuarto.
—Las bebés ya estarán despiertas —le dijo Bill mientras delineaba uno de sus ojos mirando a Astrid por el espejo, esperando que ella vaya a vestir a sus niñas.
—Está Denise —Dijo refiriéndose a la niñera que les apoyaba, Bill frunció el ceño, ¿qué esperaba ella para ir con sus hijas?— ¿Saldrás? —le preguntó seria.
—Sí…
—Dijiste que hoy iríamos al parque, los cuatro.
—Sí, iremos en la tarde, lo prometo —ella frunció el ceño queriendo preguntar dónde mierda él iría ahora, pero se limitó, ¿para qué hacerlo si la respuesta le dolería? Mejor no… Mejor iba a ver como estaban sus gemelas, eso le haría bien. Bill se le acercó y le besó en los labios sin que ella pudiera resistirse—. Nos vemos, cariño.
Y salió de ahí con ese perfume especial y finamente arreglado, ella suspiró sintiéndose mal… Su marido saldría con alguien, podía adivinarlo.
Viendo su celular, Bill se percató de un mensaje de texto con remitente conocido, sonrió de lado mientras manejaba su auto.
“Te estoy esperando, precioso” Bill le dio eliminar y aceleró.
Ya en el hotel Tokio, subió el ascensor y sacó la tarjeta que tenía como cliente exclusivo de ese local y así pudo entrar. Había un muy agradable olor ahí dentro, a incienso, Bill se sintió exquisito, amaba sentirse deseado hasta ese punto.
—Aquí estoy —le dijo al moreno que descansaba en la cama, éste abrió los ojos celestes y sonrió satisfecho.
—Estás hecho un adonis, te extrañé Bill…
—También yo, Jared.
—Quítate la ropa para mí —había una música de fondo, Jared había preparado todo tratando de ser perfeccionista.
Bill fue muy sensual en el proceso, lentamente se quitaba cada prenda y se balanceaba al ritmo de la música, comenzaba a jadear y eso incitó al otro a ir y comerle a besos. Ambos en aquella enorme cama, la desordenaban a su antojo, a Jared le gustaba el sexo fuerte y casi siempre Bill terminaba bajo su cuerpo, siendo aprisionado por sus manos en la cama.
—Ahh… me dejarás marcado, desátame, me traerá problemas —apenas dijo Bill arrodillando, temblando de tanta excitación con Jared detrás suyo follándole.
—¡Quieto! —le dio una fuerte nalgada y Bill frunció el ceño— Aquí mando yo, te follo yo y tú calladito…
—¡Grr! ¡que me desates! —gritó furioso y Jared tuvo que hacerlo, lo volteó para verle y continuó follándolo a su antojo, Bill lo prefería así, y cerró los ojos sintiendo al otro dar tantas veces en su próstata, se mordió el labio arqueando su espalda y con sus finas uñas arañando la del otro comenzando a gemir sonoramente.
—Sí precioso, gime… hum…
—Oh, Tomi… —susurró con los ojos muy cerrados, Jared sonrió de lado, no era la primera vez que Bill mencionaba ese nombre — Tom, ahh… —Jared salió de él causando en el otro un pequeño gritito de dolor y lo volteó contra la cama, apoyando una mano en la cabeza de Bill para aprisionarlo contra la almohada— ¡Ey! —se quejó, pero Jared le penetró fuerte y fue rudo hasta que ambos se corrieron.
—Uff… Bill, eres el hombre más misterioso con el que he follado en este mundo —le decía recostándose a su lado y viendo al bello hombre arrodillarse para recostarse antes de irse de aquel lugar—. ¿Quién mierda es Tom? —le preguntó sacando un cigarro. Bill se recostó lejos del otro calmando su agitada respiración y cubriendo un poco su cuerpo.
—Que te importa —le dijo pesadamente.
—Me importa pues cada que te la clavo hasta el fondo ese nombre mencionas, no es primera vez —Bill casi no era conciente de ello, le dio la espalda queriendo dormir un poco.
—Olvídalo simplemente…
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—Trümper —le llamó su jefe dándole un file con una historia clínica de una señora que apellidaba Franz— Creo que le queda muy poco, ¿qué me dices tú? —Tom tenía conocimientos muy recientes pues estaba a punto de graduarse, su jefe sabía ello por eso le consultaba algunas cosas.
—Con un trasplante de corazón quien sabe, aunque… la operación sería muy arriesgada, quizá no sobreviva al menos que baje unos veinte quilos…
—Eso mismo pensé, ella está por venir, me gustaría que la atendieras tú —Sí, claro, pensó Tom, su jefe le daba la parte más difícil del trabajo… Tener que dar las malas noticias.
Tom caminó hacia el consultorio con la historia clínica de la paciente y ahí estaba ella esperando con los ojos que denotaban nerviosismo, Tom quería darle esperanza de alguna manera.
—Buenas tardes señora Franz, soy el doctor Trümper…
—¿Tom? —preguntó ella y él la miró detenidamente, aquella mujer tenía los ojos familiares, pero no podía reconocerla, es que había subido de peso.
—¿Disculpe?
—Soy la señora Amelia… —aquel nombre y esa voz le ayudaron a dar con ella, prácticamente nueve años sin verla, ella había cambiado mucho— La ex nana de Bill, ¿no te acuerdas de mí?
—Claro que sí, señora Amelia —le extendió una mano saludándola y luego tragó saliva por lo que tenía que decirle…
Se sentó en el escritorio y le explicó su delicada situación, Tom se sintió tan mal, eso no era bonito en medicina, y siendo realistas a ella le quedaba poco tiempo de vida. Tom le pasó un pañuelo en cuanto vio que quería llorar, tuvo que ser pausado y calmado, cuidando sus palabras para no causarle un shock que podría llevarla hasta la muerte ahí mismo…
—Lo lamento, pero seguirá un tratamiento estricto el cual le permitirá poder ser operada. Señora Amelia no pierda las esperanzas, estaré siguiendo de cerca su caso —ella le tomó una mano agradeciéndole.
—Gracias, ha sido muy bueno haberte conocido, ahora ya todo un joven, puedes ayudar a esta anciana…
—Descuide de eso, señora, haré todo lo posible —ella se levantó de ahí y antes de cruzar la puerta pudo percatarse de la ansiedad del joven.
—Tom… ¿estás bien? —volteó a verle y él asintió.
—Sí… —ella le sonrió y él se mordió el labio— Amelia… ¿Sabe algo de él? —ella asintió regresando cerca de él, sacó su celular y le mostró una fotografía de Bill con dos bebés en ambos brazos— No puedo creerlo… —su corazón latía haciéndole sentirse pequeño… como el niño enamorado que una vez fue.
—Es papá.
—Es papá —repitió él—, de gemelas y aún está con Astrid.
—Es una buena chica —habló ella suspirando—. Creo que debo irme…
—Ha sido un gusto verla y gracias por mostrarme la foto… Señora Amelia —le miró nervioso—, si logra verle… no le diga nada de mí, por favor.
—Descuida, Tom, no lo haría…
La señora Amelia regresó a casa, vivía sola de su liquidación, no tenía a nadie en este mundo que no sea la familia de Bill la cual se había dividido. Le llamó algo triste.
—Bill… cariño, mi niño —le oía reír bajito.
—Amelia que gusto… gracias por llamarme, ¿cómo estás?
—Ay, hijo, empeoré, el médico me da meses de vida… Te estoy llamando porque quiero agradecerte el haber llenado este espacio en mi vida —Bill escuchó aquella despedida con un nudo en la garganta—. Recuerda que la vida es un bello camino el cual debemos de recordar como algo bello, ama vivir Bill, vive cada día como si fuese el último… Haz que cada segundo cuente, enséñale a tus hijas lo bello que es el mundo y hazlas feliz…
—Amelia… —se tapó la boca queriendo no llorar.
—No llores, la vida es una fiesta…
Casi una semana después de esa llamada, ella falleció de un ataque al corazón, Bill se enteró de aquello y tomó un vuelo lo más rápido que pudo junto a su hermana Daniela quien ya tenía dieciocho años, se lamentaba no haberlo tomado antes… Su segunda madre había muerto y eso marcaría parte de su vida.
Al bajar del avión y tomar un taxi hacia el cementerio, una sensación extraña le inundó, estaba en casa…
Ya en el cementerio, abrazaba a su hermana quien también había sido criada por Amelia, aunque no por mucho tiempo como él. La ceremonia fue sencilla y cuando el ataúd estaba ingresando a la tierra Bill vio a lo lejos un joven con gafas negras el cual le observaba estático.
Bill pudo reconocerlo, era él… su primer amor…
Continúa…
Gracias por la visita.