Capitulo 15
Llegaron a casa y tras comer Simone se los llevó de compras tal y como les había prometido. Fueron al centro comercial y una vez allí se recorrieron varias tiendas que no eran del gusto de Bill, hasta que al final entraron en una y enseguida puso los ojos en varias prendas. Simone le estuvo observando y le animó a que se las probara, recordándole que no se preocupara del precio, que ella pagaba.
Bill iba a negarse pero Simone no le dio ninguna oportunidad, cogió un par de camisetas y unos vaqueros y se los puso en los brazos, empujándole con suavidad hacia los probadores. Esperó fuera hasta que Bill se probó toda la ropa y escogió con unos vaqueros y una camiseta. Simone sonrió y se dirigieron hacia la caja, mientras pagaba Bill se dedicó a observar unas gafas de sol que había sobre un mostrador bajo la atenta mirada de Tom, que nada más verle meterse una de ellas en el bolsillo de la cazadora se le acercó y le tocó en el brazo sobresaltándolo.
—Joder, me has dado un susto de muerte—susurró Bill resoplando.
—Prometiste no volver a los viejos hábitos—susurró Tom también—Si quieres las gafas cómpralas, pero no las robes.
—Son muy cara—dijo Bill sacándoselas del bolsillo—No puedo malgastar el poco dinero que me queda en ellas.
—Pues no lo hagas, pero tampoco las robes—siseó Tom echando un vistazo a su alrededor—Déjalas de una vez y vámonos, como nos pille alguien…
—Será por tu culpa—murmuró Bill dejando las gafas en su sitio—Nunca jamás me han pillado, cuando quieras te enseño.
—No hace falta—dijo Tom recogiendo las gafas.
— ¿Qué vas a hacer? —preguntó Bill sin entender.
Tom no dijo nada, se dirigió a la caja y puso las gafas sobre el mostrador, sacando la cartera para pagarla de su propio bolsillo. Bill arrugó la frente al verlo, más cuando regresó a su lado y le entregó la bolsita plateada donde se las habían metido.
— Tus gafas —dijo sonriendo ampliamente.
—No las quiero—siseó Bill devolviéndoselas.
Pasó por su lado y siguiendo a Simone salió de la tienda. Pasó en silencio el resto de la tarde, hasta que regresaron a casa y mientras que Simone preparaba la cena subió a la habitación para empezar a arreglarse. Habían quedado en verse con Andreas a las 8 y mientras elegía la ropa entró Tom y cerró tras él la puerta.
— ¿Quieres dejar de hacer el idiota y coger las malditas gafas? —preguntó Tom resoplando.
—No necesito que me compres nada—estalló Bill enfadado.
—Es un regalo, acéptalo—insistió Tom tendiéndole la bolsa.
—No tienes porque regalarme nada—insistió a su vez Bill.
— ¿Y por qué no? —preguntó Tom cansado ya de la conversación.
—Porque no me lo merezco—murmuró Bill desviando la mirada.
¿Qué había hecho para que Tom le regalara nada? Se habían llevado muy mal desde siempre, y solo porque pasaba unos días en su casa y compartido sus males y alguna que otra lágrima, no eran motivos suficientes para que Tom le compensara con unas gafas que solo cogió por costumbre. Ni siquiera le gustaban, pero no podía estar sin coger nada. Empezaba a convertirse en una peligrosa adicción…
—Te mereces esto y más—dijo Tom para su asombro—Tu vida no ha sido nada fácil, lo has pasado mal y ya es hora que algo te salga bien en la vida. Y si a mí me apetece regalarte algo porque me da la gana, haz el favor de cogerlo y dejar de rechistar.
Bill estuvo a punto de negarse de nuevo pero no pudo, Tom le miraba casi suplicándole que aceptara su regalo. Era solo un detalle, y él no se iba a morir por aceptarlo. Resopló y asintió con la cabeza al tiempo que cogía la bolsa que Tom le tendía. La abrió y sacó las gafas que se puso de inmediato para ver qué tal le quedaban.
—Muy guapo—dijo Tom sin pensar.
Bill se le quedó mirando con la respiración entre cortada. ¿Había escuchado bien? ¿Tom le había llamado guapo?
—Quiero decir…que te quedan muy bien—murmuró Tom carraspeando, sintiendo que se sonrojaba hasta las orejas.
Bill sonrió ampliamente, lo que hizo que Tom se ruborizara más y huyera de la habitación para que Bill no le incomodase más. Porque fue verlo con las gafas puestas apartando el pelo de la cara y sentir que era el chico más guapo que jamás había visto. Y su subconsciente le jugó una mala pasada haciendo que de sus labios salieran esas palabras que nadie más debería haber escuchado.
Y para colmo, le dedicaba una amplia sonrisa. Y muy bonita. Rara vez veía sonreír a Bill, y cada vez que lo hacía iluminaba la habitación.
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Bajaron a cenar y antes de que se fuerana reunir con Andreas Simone les pidió que tuvieran cuidado.
—A las 11 en casa—dijo Simone.
— ¡Mamá! —exclamó Tom resoplando—Son casi las 9, y en lo que llegamos al bar…
—Cariño, son jóvenes. Déjales que se diviertan—intervino Gordon.
—De acuerdo, hasta las 12. Pero ni un minuto más—cedió Simone a regañadientes.
Bill y Tom sonrieron y se apresuraron a despedirse antes de que nadie cambiase de opinión. Salieron de la casa y echaron a andar a la de Andreas, quien ya los esperaba fumando en la acera. Desde ahí se dirigieron los tres a buscar a Samantha y luego fueron al bar al que solían acudir los muchachos del pueblo.
Estaba a las afueras pero no lo bastante lejos para poder ir a pie. A esas horas ya estaba lleno y les costó hacerse un hueco en la barra, donde pidieron unas cervezas. El camarero se las sirvió sin poner pega alguna, sabía que eran menores de edad pero no le importaba, eran su mejor clientela y lo importante era la caja que iban a tener al final de la noche.
Con la cerveza de la mano se dirigieron a la pista de baile y empezaron a bailar los cuatro. A su alrededor había mucha gente, la mayoría de ellos compañeros del instituto pero eso no le importó a Tom. Se sentía libre y tras su segunda cerveza ya se atrevía a bailar sin despegar los ojos de Bill, quien se movía al compás de la música con los ojos cerrados y esbozando una amplia sonrisa.
No sabía que le pasaba, no podía apartar los ojos de sus labios, menos aún cuando veía como Bill se pasaba la lengua por ellos sin borrar en ningún momento esa dulce sonrisa…
Pasó el tiempo y llegó la hora de regresar a casa, dejaron que Andreas disfrutara de la noche con Samantha. Ellos no tenían hora y tras despedirse quedando en verse al día siguiente, salieron por la puerta.
—Mmmm…aire fresco—susurró Bill suspirando—Creía que me ahogaba dentro.
—Hacía mucho calor, si—susurró Tom carraspeando.
Se sentía algo raro. Iban caminando ellos solos por la calle, a esas horas estaban la mayoría en sus casas durmiendo y había algo que no le gustaba en ese silencio…
—Buenas noches, parejita.
La voz de Georg hizo que Tom se moviera con rapidez, de repente cogió a Bill del brazo y lo colocó tras él protegiéndolo de la lasciva mirada que Georg le dirigía en esos momentos.
— ¿Ya tienes unos minutos para mí, Bill? —preguntó Georg.
—No, no los tiene—contestó Tom en su lugar.
—Esta tarde me he tenido que ir con un gran calentón y te juro que esta vez no será así—dijo Georg con firmeza—Entiendo perfectamente que no quieras dejarle ir, Bill es el mejor en su trabajo. No hay polla que no se corra en su boca.
Bill se mordió los labios, sentía los ojos llenos de lágrimas. No quería que Tom escuchara esas palabras, se avergonzaba de que supiera que era eso en realidad a lo que se dedicaba, claro que él ya se lo había contado pero usando otras palabras.
—Mira lo que tengo—siguió diciendo Georg enseñando dos billetes de 50€—Te pago más de lo habitual, pero esta noche quiero que sea…especial.
—Si le tocas un solo pelo, te parto la cara—siseó Tom sintiendo que la sangre le hervía por la rabia.
—Va a ser solo un momento, ¡joder! —estalló Georg cansado de tanta charla—Me lo presta, echamos un polvo y es tuyo el resto de la noche.
Tom dio un paso en su dirección, pero Bill se apresuró a cogerle del brazo con firmeza.
—Venga, veamos quien es mejor de los dos—animó Georg remangándose las mangas.
—No lo hagas—susurró Bill tirando de Tom—Piensa en tu madre, el disgusto que se puede llevar….
—Vamos, el que gane se lleva a Bill y gozará de ponerlo a cuatro patas—picó Georg rompiendo a reír a carcajadas.
Tom no se reprimió más y soltándose del agarre de Bill cerró la mano en un puño y la estrelló en la cara de un sorprendido Georg, quien recuperó enseguida el equilibrio y le devolvió el puñetazo, alcanzándole en el pómulo.
— ¡Parad, por favor! —pidió Bill entre lágrimas.
Por suerte pasó en esos momentos un grupo de chicos que hizo que Georg echara a correr maldiciendo por lo bajo. Por nada del mundo podía permitir que la gente supiera que se estaba pegando porque dejaba que otro chico se la chupara, por muy bueno que fuera.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó uno de los chicos al ver a Tom de rodillas en el suelo.
—Le han pegado—explicó Bill entre lágrimas.
Tom consiguió ponerse en pie con ayuda de Bill y el chico, sentía el sabor de la sangre en los labios y la escupió al suelo con rabia.
—A lo mejor hay que dar algún punto—dijo el chico.
—No, no es nada—susurró Tom—Gracias.
Levantó una mano y enseguida encontró la de Bill. Se apoyó en él y caminando con dificultad emprendió el camino de regreso a casa con una mano apretando un pañuelo contra su mejilla.
Por más prisas que se dieron no pudieron llegar a tiempo y al abrir la puerta Simone les esperaba en la cocina en bata.
—Son las 12:30—dijo Simone enfadada— ¿Así es como agradecéis que…?
Dejó de hablar al ver a Tom. El primero en entrar había sido Bill y tras él venía su hijo con un pañuelo manchado de sangre en una mano.
— ¡Tom! Pero… ¿qué ha pasado?
—No es nada, mamá—contestó Tom suspirando.
Simone cogió a su hijo y le hizo sentarse, en el piso de arriba Gordon dormía a pierna suelta.
—Déjame que lo vea—pidió Simone cogiéndole de la barbilla.
Le alzó la cara con cuidado y observó la herida a la luz de la cocina. Por suerte era una herida superficial y ya había dejado de sangrar.
— ¿Con quién te has peleado? —preguntó Simone yendo directa al grano.
—Trataron de robarnos—intervino Bill con voz temblorosa.
— ¿Qué? —gritó Simone sin querer.
— Fue a la salida del bar, nos asaltó un tipo que quería nuestras carteras pero Tom se enfrentó y le hizo huir—mintió Bill sin pestañear.
—Tom, eso ha sido una estupidez—dijo Simone suspirando—Te podían haber matado, la próxima vez les das la cartera y lo que te pidan. No te juegues la vida.
Tom asintió en silencio, no era tan bueno como Bill mintiendo y lo último que quería era que su madre se enterara que había sido por defender a Bill delante de un cabrón con el que se solía ver a cambio de dinero.
Dejó que su madre le curara la herida y una vez hecho subió a acostarse acompañado de un silencioso Bill. Se puso el pijama y se metió en la cama mientras que Bill terminaba de lavarse los dientes en el baño.
Le dolía mucho la mejilla. Pero eso era lo menos importante, estaba rabioso. Odiaba a Georg con todas sus ganas, se aprovechaba de Bill solo porque él necesitaba el dinero y tenía que recurrir a serpientes como él para poder sobrevivir.
Sentía que se le cerraban los ojos, no quería dormirse hasta que Bill se hubiera también acostado pero estaba tardando mucho en el baño. Se estaría desmaquillando, esa noche se había aplicado una sombra azul plateada sobre sus ojos y estaba más guapo que nunca, con su pelo bien alisado y ese mechón rubio cayéndole sobre un ojo…
Se quedó dormido sin poder evitarlo, no sabía cuánto tiempo hasta que sintió que alguien se sentaba en el borde de la cama. Abrió los ojos de golpe, encontrándose con los de Bill en la oscuridad. La luz de la mesilla estaba apagada y podía verle gracias a la luz de la luna que se colaba por las cortinas medio echadas.
Se fijó bien en su cara, sus ojos estaban ya desmaquillados e hinchados. No hacía falta que le dijera nada, estaba claro que había estado llorando.
— ¿Estás bien? —preguntó incorporándose en la cama.
—He pasado mucho miedo Tom—contestó Bill en un susurro—Georg es muy fuerte, podía haberte matado.
—Georg es un mierda, puedo con él y…
Se calló de golpe, Bill se había inclinado sobre él y puesto una mano en su barbilla. Sintió que se le secaba la garganta, empezaba a recordar aquel sueño que tuvo hacía varias noches en el que Bill se sentaba también en su cama y le suplicaba que le follara… ¿se iba a hacer realidad? ¿Esa misma noche?
— ¿Te duele mucho? —preguntó Bill fijando la mirada en la herida.
Tom negó con la cabeza. La verdad es que ya le dolía menos, gracias a tenerle tan cerca se le pasaban todos los males. Y cuanto más tiempo pasaban así, mejor se iba sintiendo. Y lo mismo le parecía pasar a Bill. Sus ojos brillaban y sus labios esbozaron una tímida sonrisa al tiempo que la mano que sujetaba su barbilla empezó de repente a acariciarla.
—No te va a quedar ninguna cicatriz—susurró Bill sin dejar de acariciarle.
—No me importaría—susurró a su vez Tom.
—Cuando era pequeño mi madre me regaló una bicicleta—empezó a decir Bill esbozando una sonrisa—No sé de donde la sacaría, yo no sabía montar y ella quiso enseñarme, pero me caí y me eché a llorar. Me había hecho una herida en la rodilla que no dejaba de sangrar y me dolía mucho. Ella me la curó con su pañuelo y me la besó con suavidad, dijo que así se curaría antes.
Tom le escuchaba en silencio, no sabía a qué venía contarle una historia de su pasado por muy tierna que fuera. No le había prestado mucha atención hasta que Bill repitió su pregunta.
— ¿Te duele mucho? —repitió Bill en un susurro.
Asintió con la cabeza y antes de que se diera cuenta Bill se había inclinado más sobre él y besado con suavidad en la mejilla para no hacerle daño. Se puso rígido sin poder evitarlo, más al notar cómo tras el primer beso le siguieron otros más, y no en su mejilla. Los labios de Bill fueron bajando hasta llegar a los suyos, de los que se apoderó cortándole la respiración. Sintió como le besaba muy despacio, como su lengua rozaba con timidez el piercing que tenía haciéndole gemir por lo bajo.
— ¿Te he hecho daño? —susurró Bill contra sus labios.
Tom no contestó, llevó una mano tras su nuca y atrayéndole más tomó el control del beso olvidando las punzadas de dolor que sentía. No quería que el beso terminara nunca, no quería. No sabía cómo había pasado pero tenía que reconocerlo. Se había enamorado, y de otro chico ni más ni menos.
¿Y cómo no hacerlo? Bill era perfecto, muy guapo y una buena persona. No sabía cómo no se había dado cuenta antes, cómo había sido tan idiota de perder el tiempo riéndose de él e insultándole.
Y esa noche le tenía en sus brazos, respondiéndole al beso cómodamente acomodado en su regazo suspirando. Hasta que sintieron que les faltaba el aliento y dieron el beso por terminado. Se separaron con lentitud y se quedaron mirando en silencio sin saber que decirse.
Pero sobraban las palabras, la amplia sonrisa de Bill lo decía todo. Tom le devolvió la sonrisa, viendo como se incorporaba y se iba a su cama sin apartar los ojos de los suyos. Le vio meterse entre las sábanas y echarse de lado si apartar la mirada.
Él tampoco lo hizo, permanecieron así hasta que el sueño les venció y durmieron profundamente los dos…
Continuará…