Nada más escuchar la voz de su hijo, Gordon y su mujer corrieron al salón a ver qué pasaba. Se quedaron en el umbral de la puerta viendo como Bill estaba de pie con las manos apretadas en dos fuertes puños como si buscara pelea. Su hijo tampoco se quedaba atrás, tenía un puño levantado en alto y miraba con odio a ese chico que se había encontrado cómodamente tumbado en su sofá.
—Tom, baja ese puño—pidió Gordon tratando de mantener la calma.
Tom maldijo por lo bajo y obedeció a su padre. Se cruzó de brazos y esperó a que alguien le dijera que estaba pasando.
—Tom, Bill va a quedarse una temporada con nosotros—empezó a explicar Gordon.
— ¿Por qué? —preguntó Tom resoplando.
—Su madre….no puede cuidar en estos momentos de él y yo me he ofrecido—contestó Gordon.
— ¿Por qué? —repitió Tom de nuevo resoplando.
—Porque somos viejos amigos y me lo ha pedido….y porque lo digo yo y punto—-dijo Gordon ya estallando.
— ¿Y dónde va a dormir…? —empezó a preguntar Tom, viendo la respuesta en los ojos de su madre— ¡Ni hablar! Pero… ¿no sabéis que es marica? ¡Me pedirá que le folle en mitad de la noche!
— ¡Tom! —gritaron Simone y Gordon escandalizados.
Los ojos de Gordon volaron a Bill, preguntándose si lo que le había dicho acerca de su homosexualidad era al fin verdad. Pero solo le vio separar los labios y soltar una profunda carcajada.
— Mira Tom, si quisiera que alguien me diera por culo, ten por seguro que ese no sería un capullo como tú— dijo sin dejar de reír.
— ¡Bill! Parad los dos de decir estupideces—ordenó Gordon.
Los chicos se miraron echando chispas por los ojos. Se conocían de sobra, iban a la misma clase y Bill había sido más de una vez victima de las burlas de Tom cuando se hacía el gallito delante de sus amigos. No le caía nada bien, era el rarito de la clase y el saber que tenía que pasar unos días durmiendo en la misma habitación que él hacía que se le revolviera el estómago.
—Tom, sube a lavarte las manos, comemos en diez minutos—ordenó Simone a su vez.
Tom asintió en silencio y recogiendo la mochila que tiró al suelo echó a correr escaleras arriba tras echar una última y fulminante mirada a Bill.
Una vez a solas, Simone se dirigió a su invitado con una amplia sonrisa en los labios.
—Debes estar hambriento, estoy preparando la comida y puedes venir a echarme una mano mientras esperamos a que baje Tom.
Bill estuvo a punto de negarse tajantemente, pero recordando que su madre le pidió que obedeciera a su “nueva familia” no le quedó más remedio que ceder. Además, la madre de Tom le había caído muy bien, y en cierto modo era una víctima inocente como él.
—Y quítate la cazadora, hace calor en casa—dijo Simone camino de la cocina.
Antes de que saliera tras ella, Gordon le cogió con suavidad del brazo y le hizo esperar.
—Aún no le he dicho a mi mujer que eres hijo mío, solo te pido tiempo y…paciencia con Tom. No sabía que os llevaseis tan mal…
—Tom es un verdadero capullo—dijo Bill sin pelos en la lengua-No sabía que era tu hijo, reconocí el apellido pero pensé que habiendo más gente con ese mismo apellido en el mundo iba a ser maldita la suerte que fueras su padre.
—Es tu hermano—aclaró Gordon, viendo que Bill no había caído aún en ese dato.
—Eso aún está por ver—replicó Bill bufando.
—Por favor, compórtate. Sé que no tengo ningún derecho a pedirte nada, pero ni mi mujer ni mi hijo están al tanto de la situación. Se lo explicaré con el paso del tiempo, pero déjame a mí hacerlo. No digas nada todavía, por favor—suplicó Gordon de nuevo.
—Claro que no, Gordon—dijo Bill con una amplia sonrisa—No quisiera destrozar tu familia tal y como tú has hecho con la mía.
Y tras esa “amenaza”, Bill se soltó de su agarre y entró en la cocina halagando el buen aroma que había en ella. Simone le sonrió agradecida y le pidió que fuera poniendo la mesa mientras terminaba de freír las patatas.
—Tal vez quieras lavarte la cara antes—murmuró Simone.
—Me gusta maquillarme y no pienso… —empezó a decir Bill tajantemente.
—Eso no es ningún problema—se apresuró a explicar Simone—Pero como has llorado, pues…
No tuvo que decir más, Bill corrió al baño de la planta baja que le indicó Simone y ahogó un grito al ver sus mejillas bañadas en lágrimas negras. Se lavó con rabia, pensando que había dado otro motivo a Tom para que se mofara. Los chicos no lloran, y él le acababa de mostrar que era de lágrima fácil.
Comieron en silencio, Tom no paraba de fulminar a Bill con la mirada, más cuando le pidió a su madre una segunda ración de estofado y sonriéndola ampliamente le dio las gracias. Resopló y trató de comerse esa incomestible cena, lo que daría por una buena hamburguesa…
Terminada la comida, Simone encargó a su hijo que le ayudase a prepararle la cama al invitado, ignorando sus protestas y la patética excusa de que tenía deberes pendientes.
Gordon aprovechó ese momento para llevar a Bill a su apartamento y que recogiera sus pertenencias. Las de su madre fueron a parar a una caja que Gordon se encargaría de llevar a comisaría para que se le llevasen a Elizabeth. No había mucho que recoger y 10 minutos después le ayudaba a llenar una pequeña maleta.
—Podré venir cuando quiera si necesito algo, ¿no? —preguntó Bill mirando a su “padre”.
—Bueno Bill, el alquiler está pagado solo esta semana y si tu madre no lo sigue pagando…quiero decir, como no está en condiciones de…
—Pero cuando salga de la cárcel no tendremos donde vivir, y serán solo unos cuantos días… ¿verdad? —preguntó Bill sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Tú recoge todo por si acaso—murmuró Gordon carraspeando.
— ¿Y las cosas de mi madre? —susurró Bill.
—Hablé con la policía, necesitará su ropa allí donde está y yo mismo me encargaré de que la reciba—contestó Gordon con firmeza.
—Pero… ¿y lo demás? —insistió Bill—Algunos muebles son nuestros, mi madre tiene libros y…
No pudo seguir hablando, tenía la garganta llena de lágrimas. Y Gordon lo sabía. La verdad era que no tenía ni idea de lo que iba a pasar con el resto de las cosas, 7 años era mucho tiempo para que siguieran pagando el alquiler del apartamento y el dueño lo querría alquilar de nuevo. De seguro que todo iría a un guardamuebles de la policía hasta que Elizabeth saliera de la cárcel y pudiera hacerse cargo de nuevo de su hijo.
Regresaron a casa y Simone le ayudó a deshacer la maleta. Tom los observaba tumbado de espaldas en su cama, con un libro de texto abierto sobre su pecho, fingía estar estudiando, pero tenía un oído puesto en la conversación de su madre.
—Te he puesto una manta, pero si tienes frío en el estante de arriba del armario hay otra más—explicaba Simone mientras alisaba la colcha de la cama—Y Tom ha tenido la gentileza de dejarte libre unos cajones y la mitad del armario.
Bill dirigió una mirada a su “hermano”, que fue pillado espiando y se escondió tras el libro que leía. Sonrió de inmediato, fijo que su madre le había obligado a cederle algo de espacio. Colocó su ropa y puso encima de la mesilla una foto suya y de su madre, el único detalle personal que había podido llevarse.
Bajaron a cenar y como al día siguiente tenían clases Simone los mandó a la cama antes de que se hiciera tarde. Eran apenas las 10 y media de la noche, y Bill acostumbraba acostarse mucho más tarde.
Ni que decir tiene que se pasó la noche dando vueltas en la cama. Recordaba como él y su “hermano” subieron a acostarse y mientras que Tom se lavaba los dientes en el baño él aprovechó para cambiarse. Se puso la camiseta que usaba para dormir y un pantalón de pijama, notando que Tom también se había puesto otro por él. Se le notaba incómodo, fijo que estaba acostumbrado a dormir en bóxers, pero con él en la cama de al lado…
Entró en el baño cuando se lo dejó libre con un gruñido y se llevó su neceser con él. Se lavó los dientes y tras hacer sus necesidades se fue a acostar. Tom ya había apagado las luces pero por la ventana le llegaba bastante claridad y se acostó sin chocarse contra nada.
Y aún estaba con los ojos abiertos, sintiendo como una lágrima bajaba lentamente por su mejilla hasta rozar la comisura de sus labios. Echaba mucho de menos a su madre, se preguntaba que estaría haciendo, y si ella también le echaba de menos.
Tenía mucho miedo, pero no pensaba dejar que nadie lo descubriera. Esa sería una mentira más que contar…