Los 3 días que pasó encerrado en casa no fueron tan malos como él esperaba. Mientras que Tom se encargaba del jardín y de terminar de limpiar el garaje, él quiso reconciliarse con Simone y le echó una mano en la cocina con las comidas y lavando luego él mismo los platos a pesar de contar con lavavajillas.

—Me has sorprendido, Bill—dijo Simone el jueves por la noche.

Habían terminado de cenar y mientras que Gordon estaba en el salón viendo las noticias y Tom en el baño, Simone decidió echarle una mano y así poder hablar a solas con él.

—Sé que estás muy arrepentido por lo ocurrido y te pido por favor que no se vuelva a repetir—siguió diciendo Simone—Eres muy joven para destrozar tu vida con las drogas, tienes un gran futuro por delante. Concéntrate en los estudios, se nota que eres un chico muy listo y sería una pena que por querer divertirte eches a perder tu vida.

Bill la escuchaba en silencio, pensando que no era la primera vez que oía un discurso parecido. Cada vez que su madre se arrepentía de cómo había llegado ella a esa vida que odiaba le cogía de la mano y le hacía jurar que no seguiría sus pasos, que estudiaría y sacaría una carrera. Que el camino más fácil no era siempre el adecuado…y él se lo prometía con los dedos cruzados, pues mucho se temía que ya era demasiado tarde para hacerle esa promesa…

—Ahora date prisa y vete pronto a la cama—dijo Simone suspirando—Mañana os espera un duro día a los dos, comportaos bien.

Bill asintió y terminó él solo de lavar los platos tragándose las lágrimas que sentía en su garganta. Sabía que había echado a perder su vida, que tras el instituto si lograba terminarlo solo le esperaba seguir el mismo camino que su madre, no sabía de otro para un perdedor como él…

Cuando subió a acostarse Tom estaba ya en su cama. Recostado en las almohadas leía una revista de coches sin mucho interés, pues la dejó a un lado nada más entrar él por la puerta.

— ¿Estás bien? —preguntó Tom sin poderse contener.

—Me duele un poco la cabeza—murmuró Bill suspirando.

Dejó sobre una silla la ropa que llevaba en las manos y se metió en la cama. Se había puesto el pijama en el baño mientras que Tom se desnudaba en la habitación.

—Supongo que…que mi madre te ha echado la charla—comentó Tom resoplando—Hace unos minutos vino a dármela a mí, a pedirme que me porte bien y saque buenas notas… ¡qué pesada!

—Tu madre lleva mucha razón—interrumpió Bill con brusquedad—Deberías hacerle caso, y no terminar siendo alguien como yo…

Se calló de golpe maldiciendo por lo bajo, viendo la mirada que Tom le dirigía extrañado. En el tiempo que habían pasado juntos habían dejado atrás ese odio que mutuamente se procesaban y a Tom le había dado la impresión que no conocía tanto a Bill como él pensaba. No era ese chico raro con pintas extrañas que se sentaba en el fondo de la clase y pasaba de todo, estando esos días en casa había podido observarle en un ambiente más relajado.

No se había maquillado en esos días, lo que había servido para ver que de esa manera también era muy guapo. Lo que más le había llamado la atención fueron sus ojos castaños, sin esa sombra que los enmarcaba pudo ver la tristeza que emanaban. Ya no era ese chico de mirada fría que tanto le imponía, sino el niño de 16 años que parecía necesitar ayuda desesperada.

—Durmamos, mañana hay que levantarse temprano—murmuró Bill dándole la espalda.

Se cubrió hasta la cabeza con las sábanas y esperó a que Tom apagase las luces. Entonces cerró los ojos y suspiró. Odiaba que esos días hubieran terminado, se había encontrado muy a gusto en esa casa donde le habían obligado a vivir. La madre de Tom se había comportado como una verdadera madre con él, obligándole a levantarse a las 9 para ponerse a estudiar o echar una mano en lo que pudiera.

A Gordon casi no le vio, era como si le hubiera estado esquivando. Mejor, a él tampoco le apetecía verle la cara. El tiempo que no pasaba en la cocina lo había pasado en la habitación tumbado en la cama con la mirada clavada en el retrato de su madre. Hasta que un día un silbido llamó su atención y se asomó curioso por la ventana. Era Tom cortando el césped, otro día que también le estuvo espiando pudo admirar su musculosa espalda. Se había quitado la camiseta para trabajar con más comodidad y desde donde estaba pudo comprobar que hacia ejercicio con regularidad, no como él, que huía de cualquier actividad física.

Más de una noche se había ido a la cama y soñado con acariciar esa espalda…desde el beso que se habían dado ni se había repetido ni hablado del tema. Era como si Tom ya lo hubiera olvidado. Quizás debiera hacer algo para recordárselo…

A la mañana siguiente fueron al instituto y todas las miradas se dirigieron a ellos. Tenían clase con su tutor a primera hora y lo primero que hizo fue sentarles en la primera fila juntos.

—Quiero teneros a mano, y como vea que no prestáis atención os añado un trabajo extra—les explicó con el ceño fruncido—También os puede caer un examen oral cuando menos lo esperéis, y sobra decir que si se vuelve a repetir un incidente como el anterior seréis expulsados de inmediato. ¿Me habéis entendido?

Bill y Tom asintieron con la cabeza al momento y la clase empezó con total normalidad. Pero por más que lo intentó, Bill se perdió en mitad de la ecuación que se estaba explicando en la pizarra. Se quedo con la mirada fija tratando de entenderla y solo logró que le cayeran 4 más para el día siguiente.

—Más te vale tenerlas bien—gruñó el tutor.

Bill se mordió el labio viendo el folio donde se las había apuntado, pensando en cómo iba a salir de esa.

—Yo te echo una mano—susurró Tom al ver la cara que ponía.

—No es necesario—susurró Bill a su vez.

— ¿De veras? —preguntó Tom alzando una ceja.

Bill sacudió la cabeza resoplando. O aceptaba la ayuda de Tom o le iban a caer más deberes extras.

Pasaron juntos el resto de las clases, recibiendo de cada profesor una charla por haber sido expulsados esos días y la misma amenaza de deberes extras si se distraían. Cuando llegó el recreo casi gritaron aliviados. Bill se fue por su lado y Tom iba a ir tras él cuando le alcanzó Andreas, al que no veía ni hablaba desde hacía 3 días. Su madre no le había dejado usar el teléfono para nada ni recibir una visita suya.

— ¡Bendito los ojos! —bromeó Andreas-Espero que estos días te hayan servido para recapacitar sobre lo que me has hecho.

Tom se le quedó mirando sin saber a qué demonios se estaba refiriendo.

— ¡Por tu culpa me ha dejado Jennifer! —exclamó Andreas resoplando—Como pasaste de Lucy…pero da gracias a que no me he enfadado mucho, porque ahora estoy con Samantha y…

—Y nada—cortó Tom con firmeza—No vuelvas a buscarme ningún ligue, por favor.

—Tienes suerte que no le prometiera nada, porque si me vuelves a arruinar un polvo…

Tom no le escuchaba, estaba intrigado con Bill. Se había ido sin despedirse y nuevamente tomaba la misma dirección que la otra vez. Habían salido al patio y a lo lejos veía a Bill perderse por el campo de fútbol y hacia el se dirigió con Andreas pegado a sus talones.

— ¿Se puede saber dónde vamos? —preguntó Andreas con curiosidad.

Pero Tom no le contestó, siguió andando como si no le hubiera escuchado. A lo lejos veía la larga melena de Bill ondeada al viento, esa mañana había refrescado y mientras que él iba cómodamente abrigado con una sudadera amplia Bill llevaba una minúscula cazadora de cuero negra desgastada y una ceñida camiseta de manga corta que se le subía al igual que la cazadora, dejando al aire parte de su estómago y tatuaje.

Por lo que había escuchado, Bill se lo había hecho unos meses antes y le daba una envidia enorme. Su madre se había negado tajantemente a que se hiciera uno, permitiéndole al menos el piercing que llevaba en su labio inferior. Bill en cambio, tenía ese tatuaje, un piercing en su ceja derecha y otro en la lengua. Se lo había visto más de una vez cuando Bill jugaba con él estando distraído…

—Tom, ¿me estás ignorando? —preguntó Andreas empezando a enfadarse.

—Espera un momento—pidió Tom levantando una mano.

No podía negarlo, estaba realmente intrigado. Bill no hacía más que caminar como si diera tumbos pero al final se dirigió justo donde Tom pensaba: tras las gradas.

—Tenía mejores planes para el recreo que pasarnos media hora siguiendo al rarito—comentó Andreas resoplando-Samantha me dijo que estaría por los baños…

—Vale—masculló Tom entre dientes.

— ¿Cómo que vale? —casi gritó Andreas, recibiendo una asesina mirada de Tom—Me estás ignorando y encima harás que pierda también a Samantha.

—Esto es más importante, créeme—susurró Tom—Dame solo unos minutos y luego podrás reunirte con tu querida Samantha. O vete, nadie te obliga a quedarte.

—Me quedo porque ya me ha picado la curiosidad—dijo Andreas resoplando—Yo también quiero saber a dónde va ese tan sigilosamente, pero como en 10 minutos no descubra nada me voy con Samantha y tú haces lo que te dé la gana.

Tom asintió resoplando y siguieron andando tras Bill, llegando a la zona que había bajo las gradas y… ¡nada! No había rastro suyo por ningún lado. Tom le empezó a buscar con la mirada hasta que un sonido a su izquierda le hizo girar la cabeza.

Se dirigió hacia allí como un sonámbulo con Andreas resoplando a su espalda, pero le ignoró. Estaban llegando a una zona vallada que separaba los terrenos del instituto de una zona ajardinada. Pero sabía de un sitio donde la alta valla metálica estaba cortada, ¡la de veces que se habían escapado él y Andreas por el hueco cuando se querían librar de la clase de ciencias!

Se dirigió hacía allí y traspasó la valla. Sus ojos buscaban como locos la melena morena de Bill…y no tardó en encontrarla…más o menos. Un sonido le llegó a los oídos y nuevamente giró la cabeza en la dirección correcta. Había unos árboles en la parte más alejada de la zona de los columpios, conocía ese sitio a la perfección: ideal para hacer algo sin ser descubierto.

Contuvo el aliento y se dirigió con cuidado de no hacer ruido, hasta que sus ojos dieron con una melena larga, pero… ¡castaña! Enseguida supo de quien se trataba, Georg Listing. Se hallaba apoyado contra un árbol dándole la espalda. Podía ver desde donde estaba como sus manos parecían agarrar algo y se acercó más intrigado.

Rodeó unos columpios y corrió a esconderse tras un árbol, seguido de un intrigado Andreas.

— ¿Qué demonios hace ese aquí? —preguntó Andreas en voz baja.

Tom no le contestó, desde donde estaba esa vez tenía una amplia visión de lo que pasaba. Podía verle la cara a Georg, como sus ojos estaban cerrados y sus labios se tensaban y relajaban. Sus manos efectivamente sujetaban algo… ¡una cabeza!

Arrodillado a sus pies había una persona, la misma a la que Tom llevaba siguiendo todo el recreo…

por lyra

Escritora del fandom

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