Lie to me 8

Bill. No hacía falta ser un genio para saber lo que estaba haciendo. Más al ver los pantalones de Georg bajados hasta las rodillas junto con su ropa interior. Hasta sus oídos le llegaban unos sonidos muy conocidos, como si Bill estuviera lamiendo y chupando algo. Y ese algo era…

— ¡Joder! —gritó sin querer Andreas.

El codazo que Tom le dio le dejó momentáneamente sin respiración. Por suerte Bill y Georg estaban concentrados cada uno en lo suyo y no le habían oído.

—Pero… ¿tú los ves? —susurró Andreas agazapado tras Tom—Se la está chupando, ¡y a plena luz del día!

—Lo sé, tengo ojos en la cara—apuntó Tom resoplando.

Y Andreas también, los tenía clavados en la extraña pareja que tenía a escasos metros. Ni él ni Tom sabían porqué seguían mirando, era como si una fuerza invisible les obligara a ver algo que era a la vez morboso y repugnante.

Estuvieron mirando con la respiración contenida hasta que pasados unos minutos vieron como Bill se movía y separándose escasos metros terminó su trabajo con una mano, haciendo que Georg se corriera entre gemidos sobre la hierba salpicándole un poco en la mejilla.

Luego le vieron ponerse en pie y mientras que se pasaba el dorso de la mano por la cara y los labios Georg recuperaba la respiración y su ropa de paso. Esperaron hasta que estuvo vestido del todo y se marchó por otro lado, no sin antes pasarle a Bill un par de billetes por su trabajo.

—Vámonos—murmuró Tom carraspeando.

Andreas asintió y de nuevo le siguió. Dieron un amplio rodeo y volvieron al patio sin decir nada entre ellos, con la visión de Bill aún fresca en sus retinas.

—Jamás lo hubiera pensado de Georg—comentó Andreas rompiendo el silencio.

— ¿Lo qué? —preguntó Tom distraído.

—Que fuera gay—aclaró Andreas.

—Yo creo que no lo es—apuntó Tom.

— ¿Me quieres decir que le gusta que se la chupe un tío? —casi gritó Andreas.

—Le gustará que se la chupen, ¡qué más da quien sea!—murmuró Tom encogiéndose de hombros.

— ¿Y tú? —preguntó de repente Andreas.

Tom se paró en el sitio y miró sin entender a su amigo. ¿De qué demonios le estaba hablando?

— ¿Yo, qué? —preguntó poniéndose tenso.

—Joder, ¡mírate! —exclamó Andreas señalándole.

Tom obedeció y soltó una maldición por lo bajo. Estaba empalmado, y no entendía por qué.

— ¿Quién te pone más, Bill o Georg? —picó Andreas entre risas.

— ¡Vete a la mierda! —gritó Tom echando a correr.

Cruzó el patio y no paró hasta llegar a un baño, donde se encerró en una cabina. Nuevamente tenía un problema entre manos y no tuvo más remedio que solucionarlo de la misma manera que la vez anterior. Sacó su erección al aire y cerrando los ojos no dejó de masajearse hasta que minutos después se corría entre gemidos apretando los labios para que de ellos no saliera ese nombre tan temido…

—Bill…

Cuando pudo salir ya era tarde para entrar en clase, pero aún así lo intentó. No porque de verdad lo estuviera deseando, sino porque era mejor que no llamasen a sus padres. Pero una vez sentado al lado de Bill no pudo concentrarse, le veía a su lado como si nada hubiera pasado y él se moría de ganas de cogerle de un brazo y no soltarle hasta que respondiera a cada una de sus preguntas.

Y así lo haría, una vez terminadas las clases y tras apuntar todos los deberes extras que le habían caído salió del instituto. Bill se le había adelantado y pudo comprobar aliviado que iba solo y Georg no estaba a la vista.

El que sí estaba era Andreas, quien se le acercó con una boba sonrisa.

— ¿Solucionaste el problemilla? —preguntó Andreas entre risas.

Viendo la mirada que Tom le dirigió dejó de reírse y se puso muy serio.

—Pero… ¿de verdad te gustan los tíos? —preguntó en voz baja.

— ¡Claro que no! —exclamó Tom procurando no gritar.

«Solo me gusta…Bill…» —pensó suspirando.

—Entonces, ¿qué pasó? Porque yo también los vi, y no me puso para nada—dijo Andreas resoplando.

Pero Tom no lo sabía explicar, como de la noche a la mañana no le atraía un chico cualquiera, sino Bill, la persona más rara del planeta. No sabía cómo explicarle que viéndolo con Georg sintió unos celos irrefrenables, como por un momento deseó estar él en su lugar sintiendo la lengua de Bill recorrerle de arriba abajo…como deseó correrse en su boca y verle sonreírle pasándose la lengua lentamente por los labios…

—Vamos Tom, es normal que estés confundido—empezó a decir Andreas—Llevas más de 4 meses sin estar con una tía, vale que la última fuera tan mala que hasta yo mismo vomitaría si me pidiera una segunda vez, pero…de ahí a que empiecen a gustarte los tíos…

— ¿Tan malo sería? —preguntó Tom de repente— ¿Dejarías de hablarme por eso?

— ¡Claro que no! —dijo Andreas al momento—Eres mi mejor amigo y te apoyaré al 100% en la decisión que tomes. Aunque debo decirte…que más de una se va a llevar una desilusión…

—Todavía no he decidido nada—aclaró Tom—Como tú bien has dicho, estoy confuso y necesito tiempo para pensar con calma.

—La culpa es de Bill—dijo Andreas de repente—Durmiendo los dos en la misma habitación…a lo mejor te ha contagiado algo…

— ¿Puedes dejar de decir burradas? —pidió Tom tratando de mantener la calma—Si supieras por lo que está pasando, no hablarías así.

— ¿Qué es lo que le pasa? —preguntó Andreas con curiosidad.

Pero Tom no le supo contestar, pues ni él mismo lo sabía. Ni por qué lo había dicho, pero ese fin de semana lo descubriría. Que pintaba Bill en su casa, y que oscuros tejemanejes se traía con Georg…

Se despidió de su amigo hasta el lunes, viendo la cantidad de deberes que le había caído dudaba que saliera en todo el fin de semana, y sus padres le tenían castigado en casa al menos todo lo que quedaba del mes.

Cuando llegó a casa le estaban esperando para comer. Bill estaba sentado en silencio y se sentó a su lado sin decir nada, viéndole arrugar la frente cuando su madre le puso delante el plato con judías verdes que había para comer.

— ¿No te gustan? —preguntó Simone—Si quieres, te hago otra cosa.

—No tengo hambre, gracias, es que…tengo el estómago revuelto—explicó Bill sonrojándose.

— ¡Normal! —murmuró Tom sin poder contenerse.

Vio como Bill se le quedaba mirando alzando una ceja, pero no dijo nada. ¿Qué quería, qué le empezaran a preguntar el porqué de su malestar? De solo pensar donde había tenido los labios hacía un par de horas…hacía que a él también se le revolviera el estómago. Pero… ¿y aquel día? A la hora del recreo le vio llegar por la parte del campo de fútbol, ¿venía también de…? ¿Y luego dejó que le besara…?

Una arcada le subió por la garganta, respiró hondo mientras trataba de no pensar en ello. Además, creía recordar que estuvo unos minutos en la fuente bebiendo agua, o lavándose la boca al menos. Aún así, no dejaba de ser asqueroso, si pensaba que le iba a dar otro beso más le valía que se levara la boca con lejía por lo menos…

— ¿Estás bien, Tom? —preguntó Simone preocupada—Tienes mala cara.

—Yo…también estoy algo revuelto—contestó Tom en voz baja.

—Tom, no cuela—dijo Simone poniendo ante él otro plato de judías—Sé que odias las verduras pero son necesarias para crecer fuerte y sano.

— ¡Mamá! Ya no soy un niño, tengo 16 años—murmuró Tom resoplando.

—Pues deja de comportarte como tal y cómete la comida sin rechistar—ordenó Simone—Y Bill cariño, si te sientes mal puedes tomar un poco de sopa que hice para la cena, o sube a acostarte.

Bill eligió tomarse la sopa, notando divertido como a Tom le habían obligado a comerse las judías mientras que a él se lo habían perdonado. Así que tampoco le gustaba la verdura… ya era una cosa que tenían en común…

Terminada la comida Bill se encargó de nuevo de lavar los platos a pesar de la negativa de Simone.

—El castigó se terminó ayer—dijo Simone tratando de convencerle.

Pero Bill insistió, la madre de Tom se había pegado una paliza en la cocina haciendo la comida y la cena y se la veía cansada.

—Tom, échale una mano—dijo Gordon de repente.

— ¿Cómo?—preguntó Tom sin entender.

—Bill lleva fregando todos estos días, es lo menos que puedes hacer—explicó Gordon.

— ¿Y no cuenta para nada que haya limpiado el garaje y cortado el césped? ¿O que me hayáis castigado el resto del mes sin salir?—estalló Tom sin poderse contener— ¿Qué ha hecho Bill para librarse?

Gordon se le quedó mirando sin poder contestarle, si a Bill le trataban de manera especial era porque era un invitado, un chico cuya madre pasaría una buena temporada en la cárcel y no tenía donde vivir ni a nadie que cuidase de él.

—No me lo hagas repetir—dijo Gordon con firmeza—Ayuda a Bill.

Tom se levantó de mala gana de la mesa y cogiendo su plato se dispuso a fregarlo en silencio. No le dirigió la palabra a Bill hasta que sus padres anunciaron que salían a dar un paseo, entonces estalló con toda su rabia.

— ¿Sabes que desde que estás en casa las cosas no me pueden salir peor?—gritó sin poderse contener.

Bill se le quedó mirando, no se esperaba ese arrebato. Pensaba que habían dejado atrás los malos rollos que podría haber entre ellos y de repente Tom estallaba.

—Me han expulsado, me han llenado hasta arriba de deberes, me han castigado…—empezó a enumerar Tom.

—Te recuerdo que todo empezó con un porro que te fumaste tú solito en los baños del instituto—apuntó Bill esbozando una amplia sonrisa—Por no hablar de lo que pasó luego… ¿tan malo fue el beso?

—Espero que si se llega a presentar otra ocasión te laves la boca con lejía al menos—estalló Tom de nuevo—No quisiera que me dejarás ningún rastro de Georg en la boca…

La cara de Bill era todo un poema, sus ojos se habían llenado de lágrimas y su sonrisa se había esfumado de inmediato. Tom se dio cuenta que se había dejado llevar por la rabia y había dicho algo de lo que ya se estaba arrepintiendo.

—Bill….yo no…

No pudo seguir hablando, Bill ya había salido de la cocina dejando caer al suelo el plato que tenía en las manos, rompiéndolo en mil pedazos. Por el camino pudo escuchar como rompía a llorar y el portazo que dio cuando se encerró en el baño.

«¡Genial!» —pensó resoplando.

Quería ir a su lado, decirle que era un idiota y que por favor le perdonase. Si le dijo esas cosas era porque estaba celoso de lo que había hecho con Georg… ¡y encima por dinero!

¿Lo necesitaría? Tal vez no le quedó más remedio…y él iba y se lo restregaba por la cara. A él, que nunca le había faltado nada. Que tenía una familia que le cuidaba y amaba. En cambio Bill no tenía a nadie.

Echó a correr tras él, llegó al baño y llamó con suavidad a la puerta.

—Bill, abre por favor—pidió en voz alta.

Podía escuchar sus sollozos desde donde estaba. No obtuvo respuesta y volvió a llamar con más insistencia hasta que Bill abrió de golpe la puerta. Retrocedió un paso de la impresión, Bill le estaba mirando con una expresión muy triste en la cara. Antes de que pudiera decir nada Bill le cogió por la cintura del pantalón y tiró de él hacia el baño.

— ¿Qué haces?—preguntó Tom forcejeando.

— ¡Vamos, que sé que lo estás deseando!—gritó Bill sin dejar de tirar de él.

Tom no entendía nada, hasta que las manos de Bill trataron de desabrocharle los pantalones. Se resistió como pudo, notando que a pesar de su delgadez Bill era extremadamente fuerte cuando quería. Como en esos momentos, que ya tenía una de sus manos dentro de su ropa interior acariciándole la entrepierna.

—Ahora que has descubierto mi secreto…quieres probar tú también, ¿verdad?—preguntó Bill entre jadeos—Pues te sorprenderá ver que soy muy bueno.

Se arrodilló en el suelo, y entonces fue cuando Tom reaccionó. Logró hacerle sacar la mano de donde la tenía y sujetándole por los hombros le hizo ponerse en pie y le empujó con fuerza contra la pared, escuchándole gemir por lo bajo.

—He venido a pedirte perdón, no a que me la chupes—jadeó por el esfuerzo—No me van los tíos, ¿vale? Y solo fue un estúpido beso que no se va a volver a suceder. Ahora cálmate un poco, y si necesitas hablar, hablamos.

Le soltó de golpe y salió del baño, escuchando como rompía a llorar de nuevo. Se encerró en su habitación dando él un portazo esa vez. Sentía…aún podía sentir su mano acariciarle de arriba abajo, tan bien que casi consiguió hacerle perder la razón.

Se sentía utilizado. No volvería a caer en su trampa, no volvería a dejarse engañar por sus lágrimas…

Escritora del fandom

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