Parte III, capítulo 2
No se esperaba que lo de su hijo fuera en ese mismo instante. Gordon le veía bajar las escaleras llevando una pequeña mochila colgada del hombro y una maleta de la mano. No había pasado ni una hora desde que hablaron y ya lo tenía todo listo y planeado.
—Pero… ¿dónde irás?—preguntó sin saber si se estaba precipitando su hijo.
—La verdad, no lo sé—contestó Bill suspirando—Pasaré la noche en un hotel y luego ya veré.
— ¿Esos son tus planes?—estalló Gordon sin querer—No puedes irte así como así sin tener nada planeado.
—Papá por favor—dijo Bill con firmeza—Tengo que salir de aquí ya mismo, me ahogo en el restaurante.
—Yo…no lo sabía—murmuró Gordon.
—Antes no me importaba pasarme aquí encerrado el resto de mi vida pero…han pasado cosas que me han cambiado y necesito salir de la seguridad de estas cuatro paredes—trató de explicar Bill—Ver algo de mundo y luego pensar si es esto lo que quiero.
Gordon no sabía que decir, siempre pensó que a su hijo le gustaba el negocio familiar y que cuando él se jubilase su hijo se encargaría de llevarlo. Pero…en esos momentos veía que peligraba el restaurante que sus abuelos levantaron con sus propias manos…
—No estoy diciendo que no me guste—apuntó Bill como si le hubiera leído el pensamiento—Ha sido mi hogar y me gusta trabajar aquí, pero también sé que hay algo fuera esperándome y metido aquí dentro no…
—Lo sé, lo sé…—murmuró Gordon suspirando—Y todo es culpa mía, debí insistir en que salieras más e hicieras amigos pero tras lo mal que te ha tratado la vida, tenía mucho miedo de que te hicieran más daño.
—Eres el mejor padre del mundo—dijo Bill con firmeza abrazándolo—Te llamaré cuando decida donde ir y cada día para no preocuparte.
Gordon asintió estrechando con fuerza a su hijo. Le besó en la mejilla y soltó para que pudiera seguir su camino.
Pero había una persona que había estado escuchándolo todo y también quería despedirse. Espero hasta que padre e hijo terminaran y siguió este último tras la barra y luego fuera del restaurante.
— ¿Te ibas sin despedir de mí?—preguntó dolido Andreas.
—Sabía que vendrías tras de mí y que en la cocina no podías decirme todo lo que querías—se defendió Bill.
— ¿Te vas con Tom?—preguntó Andreas pillando a Bill por sorpresa.
No se esperaba una salida como esa, más bien que Andreas le insistiera y pidiera que se quedase, que con él podía ser feliz…lo había estado pensando, si tras el viaje no lograba aclararse tendría que hacerlo a la fuerza. Lo suyo con Tom no iba a ninguna parte, y solo había una manera de sacárselo de la cabeza. Pero…que le saliera con esas, no hizo más que encenderle y que dejara a un lado la tristeza que sentía oprimir su corazón con fuerza.
—No tengo que darte explicaciones de nada—se encaró cruzándose de brazos.
—Es que no las das—dijo Andreas imitándole.
—Porque no tengo porqué—insistió Bill.
—Pensaba que éramos amigos—murmuró Andreas.
—Los amigos se apoyan mutuamente, no se aprovechan del dolor del otro para atacarle—le recriminó Bill.
—Siempre te he dado mi apoyo—dijo Andreas ofendido.
—Primero me atacas y luego me apoyas—apuntó Bill—Desde que me negué a tener algo contigo no has hecho más que poner pegas a cualquier chico que se me acercaba.
—James era mayor que tú y solo quería aprovecharse—dijo Andreas sin inmutarse—Y Tom…
Se calló, no había tenido el tiempo suficiente de pensar cómo podía ser Tom. La verdad era que le había visto perfecto para Bill, y le odiaba aún más por eso.
—No tienes nada hiriente que decir de Tom, ¿verdad?—preguntó Bill tras unos silenciosos minutos—No sé cómo te atreves a pensarlo si quiera. Ni James ni Tom te han hecho nada para que los insultes de esa manera, no es culpa de ellos que estés muerto de celos.
Cogió la maleta que había dejado sobre la acera y cargó con ella dispuesta a alejarse lo más que podía de su «amigo», pero al parecer él no tenía intención de dejarle aún marchar.
—Si tanto defiendes a Tom, es porque le amas—le dijo sin más—Y estoy seguro de que te fugas con él, os vais a un hotel a…
—Si quieres que tengamos algo parecido a una amistad, no termines esa frase—murmuró Bill sin volverse.
Esperó en silencio, escuchando solo la agitada respiración de su amigo. Sentía hervir la sangre, había estado dispuesto a girarse y abofetearle con todas su fuerzas. Odiaba cuando se metía con James, más cuando no estaba para defenderse. Y odiaba que dijera esas cosas de Tom, sentía algo especial por él. En el poco tiempo que habían compartido había podido ver que era un buen chico, amigo de sus amigos y con un gran corazón…
Pensar en eso le hizo encogerse en el sitio, pensado que si tenía un gran corazón era porque James se lo había donado…pero algo le decía que no, que Tom era bondadoso y al igual que él estaba confundido en esos momentos. Solo necesitaban tiempo, pensarlo con más calma y puede que los dos llegaran a la misma conclusión…que estar separados era lo mejor…
El doctor Listing llegó de inmediato nada más recibir la llamada de su hijo. Ese día no trabajaba pero siempre era como si estuviera de guardia, siempre había un caso en donde le necesitaban o un paciente al que había operado y quería echarle un vistazo con más calma. Su mujer ya estaba acostumbrada y cuando le dijo donde iba no puso impedimento alguno. Conocían a Tom desde hacía muchos años y quedaban mucho a comer con sus padres, y por eso mismo había prometido en contra de sus deseos no decirles nada hasta que su marido confirmara que no era nada.
Llegó al apartamento donde vivía su hijo con dos amigos más y nada más ver a su joven paciente se puso tenso. Estaba tumbado en la cama con los ojos cerrados y una mano sobre el pecho. A pesar de que su hijo le había dicho por teléfono que no era nada, no pudo evitar preocuparse más de lo que ya estaba y pensar en llamar una ambulancia.
Entonces le vio abrir los ojos y vio algo en ellos que le tranquilizó. Los tenía llenos de lágrimas que reconoció como de desamor. Suspiró aliviado y se sentó en el borde de la cama esperando que hablara.
— ¿Cree que hay algo más allá de la muerte?—empezó a preguntar Tom para desconcierto del doctor Listing.
—Bueno…quiero creer que si—contestó Moritz carraspeando.
— ¿Y cree que es posible que alguien muera y done sus órganos, y quien reciba su corazón se dé cuenta de repente que está locamente enamorado de un completo desconocido?—preguntó Tom sin aliento.
Moritz le miró sin saber que contestar. Se le veía muy afectado, señal de que estaba hablando muy en serio. Y de que él no podía hacer nada por ayudarlo.
—Lo siento—dijo Tom de repente incorporándose—No debí llamarle, tengo problemas de corazón pero nada que no cure una buena temporada en soledad.
—Tom, si te sientes mal…—empezó a decir Moritz levantándose de la cama.
—No sé cómo me siento—cortó Tom también levantándose—Pero lo averiguaré.
Pasó al lado del padre de su amigo y abriendo el armario sacó una mochila que llenó con algunas de sus pertenencias y ropas.
— ¿Quieres que te lleve algún lado?—preguntó Moritz a su espalda.
— ¿Puede llevarme a casa de mis padres, por favor?—pidió Tom a punto de llorar.
Asintió de inmediato. Esperó en silencio mientras terminaba de coger sus cosas y entonces salieron al pasillo, donde se encontraba su hijo con gesto serio.
—Me llevo a Tom a casa de sus padres—le explicó.
— ¿Estás bien? ¿Quieres que te acompañe?—se ofreció Georg mirando con firmeza a su amigo.
—Gracias pero no—negó Tom—Necesito pasar un tiempo a solas, primero hablaré con mis padres para no asustarles.
Siguió su camino seguido del doctor Listing y entró en su coche. Estuvo callado todo el viaje y cuando su madre abrió la puerta casi le da algo al verle en ese estado. Tenía los ojos llenos de lágrimas y ya cuando bajó del coche se los había secado con la mano esbozando una sonrisa con esfuerzo que no logró engañarla.
— ¡Tom!—exclamó Simone asustada.
—No me siento bien, mamá—susurró Tom sabiendo que era imposible mentir.
Enseguida su madre le pasó un brazo por los hombros y le hizo entrar en casa seguidos del doctor Listing mientras llamaba a su padre entre lágrimas. No tenía fuerzas para explicar que no era nada grave relacionado con su corazón…bueno, en el fondo sí lo era pero no como ellos pensaban…
—Jörg, ven enseguida por favor—llamó Simone entre lágrimas.
Jörg salió de la cocina donde estaba vigilando el asado que se hacía en el horno, pero fue escuchar a su mujer y dejarlo todo. Salió corriendo y nada más ver la mala cara que llevaba su hijo y tras él al doctor Listing echó mano al móvil y ya marcaba el número de una ambulancia.
—No…papá no llames—pidió Tom en voz baja.
— ¿Te cuesta respirar?—preguntó Jörg corriendo a su lado—Dime, ¿qué sientes?
—Mucho amor—susurró Tom dejando desconcertados a sus padres.
—Está delirando—murmuró Simone al cabo de unos silenciosos minutos.
—Está muy afectado—intervino Moritz.
Les contó por encima lo que había pasado, recalcando que su hijo estaba sano y salvo y todo lo que sentía era fruto de otros males menos graves. Sabía que querían estar a solas y se despidió de ellos prometiendo que estarían en contacto.
Jörg le acompañó hasta la puerta y regresó al lado de su mujer e hijo, que los miraba con los ojos llenos de lágrimas.
—Estoy bien, de verdad—les aseguró Tom—Estaba hablando con Bill y…
— ¿Bill?—repitió Jörg arrugando la frente— ¿El camarero del restaurante al que nos llevaste?
—Siento algo por él que no debiera—confesó Tom en voz baja.
Ahí fue donde sus padres vieron que no hacía falta pensar que algo malo le pasaba a su hijo. Tenía problemas de corazón, pero no tan graves como temían.
—Siento haberos asustado—se disculpó Tom al ver que sus padres ya se calmaban un poco.
— ¿Por qué no subes y te echas un poco?—preguntó Simone aún sin soltarle.
Asintió y se dejó llevar, no tenía las fuerzas necesarias para explicarles que solo se quedaría esa noche, al día siguiente pensaba tomarse un tiempo de descanso para pensar. Su madre le llevó a su antigua habitación y le ayudó a tumbarse en la cama. Le descalzó y cubrió con una manta, y tras inclinarse y besarle en la frente le dejó descansar. Bajó a la cocina y aceptó el té que le ofrecía su marido.
—Pensé que se nos iba—murmuró Simone una vez más calmada.
—Sabía que entre Tom y ese chico había algo—comentó Jörg.
— ¿Qué chico?—preguntó Simone.
—El camarero del otro día, el que nos atendió—contestó Jörg.
—No sé de quién me hablas, no recuerdo que nos atendiera ningún chico…—empezó a decir Simone.
Se quedó callada de repente, no se lo podía creer.
— ¿Esa chica tan simpática…?—empezó a preguntar.
—Se llama Bill—aclaró Jörg—Y al parecer le gusta a nuestro hijo.
Simone se quedó sin habla. No podía hacer otra cosa que mirar las escaleras que llevaban al piso superior donde su hijo dormitaba sumido en un mar de indecisiones….