Capítulo 3
Tom no había parado de maldecir desde que entraron en DC. Era como si las calles no estuvieran donde deberían estar y los carteles y señales indicadoras le parecían indescifrables. Acabó girando en lo que era un estacionamiento y después de varias vueltas más se detuvo con un chirriar de frenos ante un hotel de pinta muy lujosa.
—Nos quedaremos aquí— anunció.
Bill movió una mano para llamar al mozo del estacionamiento y Tom a regañadientes le entregó las llaves.
—Acuérdate de cuál es la nuestra— le dijo con los dientes apretados y expresión fiera. — queremos que nos devuelvan ésta camioneta y no un jodido volvo para maricas.
El vestíbulo del hotel era pura opulencia en alabastro blanco y gruesos tapices. Mientras se registraban con sus nombres mortales –Kriztoff y Kryztian- Bill contempló con cara de hastío la araña de cristal de tres niveles y Tom le robó los cigarrillos al encargado de recepción.
El lujo de la habitación que les dieron en el veinteavo piso no era tan opulento. Solo se componía por gruesas alfombras blancas tan blandas como la nata de una copa de helado. Bill se quitó las botas y hundió los dedos en sus cremosas profundidades mientras paseaba la vista por la habitación llena de sofás mullidos como nubes y una colosal cama tamaño King que dominaba el centro del lugar y estaba frente a la chimenea encendida. Oh sí, no cabía duda de que iban a divertirse mucho en aquel hotel… era una lástima que no pudieran agradecerle al chico que cabellos platinados que se había convertido en su más reciente víctima y quien no parecía que llevara encima casi siete mil dólares…
Fue hacia la ventana y apartó los cortinajes. La ciudad resplandecía muy por debajo de él, una masa de inmaculado resplandor verde y blanco y entonces se permitió una sonrisa siniestra que mostraba toda la hilera de dientes frontales y los dos colmillos que se desenrollaron lentamente desde su sitio habitual en el paladar. La ciudad era deliciosa, y solo tendrían que esperar hasta que anocheciese…
Un grave alarido de placer hizo ondular el aire detrás de él. Tom acababa de descubrir la bañera redonda con sistema de hidromasaje. Bill sonrió mientras veía como Tom se arrancaba las ropas hasta quedar desnudo completamente. Le contempló un segundo con los dientes apretados y la boca inundada y después deshizo el nudo de chaí purpura que sujetaba su cola de caballo y empezó a peinarse la cabellera con los dedos, alisando su sedosa longitud y deshaciendo los enredos creados por el viento de la carretera. Los mechones se desenredaron entre sus dedos y cayeron sobre sus hombros afilados.
Tom se había quedado inmóvil junto a la bañera; estaba tan desnudo como un recién nacido y esperaba para ver que haría Bill; Bill se quitó los pantalones y la chaqueta, y se sacó la camiseta negra. No llevaba ropa interior; ninguno de los dos la llevaba. Era tan esbelto como una muchacha, y su piel era de un color blanco cremoso y sus cabellos tenían el mismo color que una medianoche sin luna.
Se movieron al mismo tiempo, perfectamente sincronizados, acercándose hasta que sus hombros se rozaron. Los dos cuerpos mostraban las señales de toda una gama de tatuajes y agujeramientos. La edad llevaba a cabo su lento trabajo de redecoración sobre los cuerpos humanos bajo la forma de arrugas, manchitas en la carne y afloramientos de áspero vello amarillento, pero Bill y Tom estaban mucho mas complacidos con sus propios métodos y preferían los anillos de plata y los complicados dibujos hechos con tinta.
Tom lucia dos manojos de alambre de púas tatuados que empezaban en las muñecas y subían entrelazándose por los brazos hasta los hombros. Los pezones de Bill estaban adornados con aros de plata que los atravesaban; los de Tom estaban perforados por imperdibles y un hueso de índice concienzudamente pulido hasta hacer que brillase colgaba de uno de ellos y los dos lucían crucifijos que colgaban de sus orejas.
Tom puso su mano sobre el hombro de Bill y presionó muy suavemente hacia abajo; Bill cayó de rodillas ante él y rodeó las esbeltas caderas de Tom con un brazo, su boca atrapó la suave longitud de su hermano, enroscando la lengua alrededor y sintió el estremecimiento de Tom y sonrió para sí mismo. Después la mano de Tom se deslizó bajo su mentón y le levantó levemente el rostro de ojos brillantes y medio vidriosos, y Bill succiono con más fuerza, haciendo que el ridículamente apuesto rostro de Tom se distorsionara en una mueca de placer al momento que abría las mandíbulas y sus colmillos se desenrollaban, dándole el aspecto de un felino salvaje. Bill contempló el rostro de Tom como en un trance.
—Bill— dijo Tom, pero Bill se había perdido en el mar de oscuridad luminiscente, no podía responder.
—Bill…— la repetición de su nombre hizo que volviera en sí y dejó a regañadientes el miembro sorprendentemente duro de Tom.
— ¿Qué?
La expresión del rostro de Tom era de una ternura absoluta, si es que la ternura puede anidarse dentro de los ojos de un loco, y una leve sonrisa aleteaba en sus labios.
—No quiero correrme en tu boca. Hoy no— le dijo mientras se arrodillaba también, quedando los dos a la misma altura.
Bill mantuvo su mirada conectada con la de Tom y después le abrazo con más fuerza, y fue como si dos líneas de contornos angulosos encajaran de manera perfecta. Se besaron con salvajismo y lubricidad y Tom se lanzó sobre Bill como lo haría un felino sobre su presa y rodaron por el suelo besándose, mordiéndose, estremeciéndose con cada entrechocar de sus miembros erectos y desnudos.
Se detuvieron cuando estuvieron a punto de meterse bajo la cama.
—Bill— llamó Tom nuevamente y Bill le dirigió una ensoñadora mirada de ojos velados y oscurecidos.
— ¿Mmmm?
— ¿Te apetece algo del servicio de habitaciones? — preguntó Tom sonriendo con malicia.
—Quiero champán— canturreó Bill pegando su boca al pectoral izquierdo de Tom, haciendo que este siseara al sentir un aguijonazo de dolor cuando el menor le clavó delicadamente un colmillo— y nada batida, y riñones y trufas con crema de chocolate y helado de sangre.
Los dos permanecieron inmóviles, desnudos y abrazados, siendo dentro de su locura decadente y perversa la familia más unida que podría llegar a existir jamás. Después entraron en las aguas espumosas de la bañera con hidromasaje y Tom atrajo a Bill hacia él y sumergió su lengua en su boca endulzada por los pasteles y la nata, acre y amarga por el regusto del champan que habían ordenado. Volvieron a iniciar su juego de saliva, piel y pasión, de manos resbaladizas y delicados mordiscos que a veces no lo eran tanto, jugaron el juego que conocían tan bien, el juego al que habían jugado durante mucho tiempo.
Tom sentó a Bill a horcajadas sobre él, y recorrió el cuello de su gemelo con la lengua y la punta de sus colmillos, mientras Bill, con la boca abierta y un gemido amarrado entre los dientes se estremecía y contraía todo su cuerpo, pegándolo al de su hermano como si se tratase de una calcomanía.
—Oh… Tom— murmuró Bill mordisqueándose el labio cuando sintió como el miembro de Tom le rozaba la abertura que tenia entre las nalgas con insistencia.
— ¿Qué? — el mayor sonrió con burla y lascivia, mostrando sus dientes y arrugando los ojos.
— ¿Vas a follarme? — inquirió Bill, repentinamente inseguro, con la mirada tan perdida como la de un cachorro de venado abandonado.
—No— respondió Tom con un tono que dejaba entrever perfectamente que no pretendía ser creído —voy a hacerte mío.
—Pero siempre he sido tuyo— se rió Bill, bajando la cadera para atrapar la punta de la erección de su hermano en su cerrada retaguardia.
—Lo sé, pero lo eres más cuando ese lazo se vuelve carne… o sangre— dijo Tom, empujando hacia arriba al mismo tiempo que Bill empujaba hacia abajo, y el resultado fue una húmeda y levemente dolorosa penetración para ambos, pero los gemelos llevaban tanto tiempo disfrutando del dolor, propio y ajeno que no se cortaron por eso.
Tom hundió sus pulgares en la suavidad de la carne de la cadera resbaladiza por el jabón de Bill y lo atrajo más hacia él, profundizando así en su recto con fuerza y dominio; Bill le gruño en el oído de manera gutural mientras se movía en círculos, haciendo casi delirar a Tom al tener su miembro incrustado dentro de su cuerpo.
—Bill joder…— gruñó Tom como un auténtico perro cuando Bill le mordió el cuello con fuerza.
—Tócame Tom— pidió el pelinegro, caprichoso y demandante como desde el primer momento en que había venido al mundo, y Tom no se lo pensó ni un segundo, tomó en su mano izquierda la erección de Bill, cuya punta rojiza y reluciente asomaba como un asta entre las espumosas profundidades de la bañera y le apretó con fuerza el glande, haciendo que Bill se desesperase y cabalgara como un loco encima de él.
— ¡No Tom! ¡Así no!— gritó Bill mientras lanzaba sus manos convertidas en garras hacia adelante, pero Tom le retorció los brazos detrás de la espalda, inmovilizándolo con su descomunal fuerza.
— ¿No que, hermanito? — su voz era tan sugerente y dominante que Bill estaba ya corriéndose mentalmente.
—Ahh… hummmpf… es… eso…eso duele— lloriqueó Bill, quien estaba tan cegado por la pasión y las sensaciones que no podía ni articular palabra y solo atinó a auto empalarse sobre Tom aun con más ganas.
—Así es… disfruta el dolor, no hables y muévete…— gruñó Tom mientras comenzaba a acariciar con el pulgar la punta del miembro de Bill, con toques suaves, apenas leves roces.
—¡¡Ahhh…!!… ¡¡TOM!!…¡Siiiii!… mas fuerte… — en el momento en el que Tom hundió todos sus dientes en el cuello de Bill, frotó enérgicamente su miembro dolorido, haciendo que su hermanito se corriera como si se tratase de una fuente, obteniendo como resultado que su interior se contrajera con fuerza, y entonces Tom se corrió dentro de Bill con la fuerza de las mareas, mientras aún con los dientes clavados en el cuello de Bill disfrutaba de la alucinante sensación de placer mezclada con dolor y el sabor rancio almizclado y levemente granuloso de la sangre y los tejidos blandos y tibios de su hermano.
Cuando hubieron terminado, Bill se acurrucó junto a Tom en el agua arremolinada que desprendía vapor y apoyó la cabeza en su hombro y se tomaron de las manos. Los dos cerraron los ojos y empezaron a soñar sus sueños de calor y sangre. Podrían descansar unas cuantas horas y después llegaría el momento de volver a divertirse…
Emergieron de su húmeda languidez cuando la noche se iba derramando poco a poco sobre la ciudad como los pliegues de una túnica de color negro, y empezaron a ponerse ropas más negras aun. Preferían las prendas negras porque las manchas de rojo oscuro apenas se notaban…
Bill se colocó delante del espejo del cuarto de baño para maquillarse los ojos con rimmel y descubrió una creciente mancha color rojo en su cuello.
— ¡Me has mordido!— se quejó a Tom— estoy sangrando.
Tom, aun medio desnudo fue hacia él y sonrió, después sacó un lápiz de ojos, sujetó los párpados del ojo izquierdo de Bill y trazó una línea a lo largo del borde interior del párpado de abajo mientras Bill permanecía totalmente inmóvil y se dejaba hacer sin protestar y en cuanto terminaron de acicalarse mutuamente, Tom lamió la sangre del cuello de Bill. Cuando el roce de su áspera lengua hizo que la piel del menor se tensara, Tom chasqueó ferozmente las mandíbulas.
—Tengo hambre— dijo, con algo en su voz que hizo comprender a Bill que ésta vez no se conformaría con golosinas y chocolate.
En cuanto el sol se hubo ocultado fueron a Georgetown, y dieron vueltas y más vueltas por plazas circulares de tráfico rápido. Habían bebido mas champán en el hotel y a esas alturas estaban lo bastante borrachos como para perderse o encontrar su objetivo, y en realidad ambos querían perderse, pero Tom se negó a ello cuando vio como la piel de Bill lucia tan quebradiza y débil como el fondo de un lago seco desde hacía mucho tiempo.
Consiguieron llegar finalmente a Georgetown antes de media noche a base de suerte y la tozudez de Tom. Las aceras estaban repletas de gente; turistas que habían salido a disfrutar de la noche, estudiantes con suéteres y gorros de lana, algunos chavales negros con patines y gorros de punto armados con rociadores de pintura.
Bill pegó su rostro a la ventanilla.
—Frescos— murmuró.
Tom se lamió los labios.
—Gilipollas que siguen la última moda— desdeño, moviendo su mano en un elegante gesto de desprecio y rechazo. — Una pandilla de gilipollas del primero al último… encontraremos algo mejor cuando estos inútiles se hayan ido a casa para tomar la leche y meterse en la cama.
Aparcaron al lado de una boca de riego y Tom sacó a Bill de la camioneta enroscando su brazo alrededor de la cintura de su hermano.
Bill, dejándose llevar estaba contemplando un bloque de edificios, una tienda de lencería estilo francés, un kiosco de periódicos, una cafetería-restaurante, era una calle común y corriente.
—Esta ciudad no tiene magia— se quejó a Tom haciendo un puchero de niño pequeño.
Tom acarició los labios de Bill con la punta de una uña negra y sonrió mientras tensaba el brazo a su alrededor.
—Hay magia en cada torrente sanguíneo.
Bill asintió con expresión malhumorada. Volvía a tener hambre y se sentía condenadamente débil y vulnerable.
Fue Tom quien encontró a su víctima con su estupendo olfato. En el ventanal de la tienda habían pintado “Palacio de Calcuta” con una caligrafía fluida y llena de curvas. En el cristal había un letrero de CERRADO, pero cuando Tom, con Bill a remolque empujó la puerta, ésta giró sobre sus bisagras. El interior del restaurante estaba decorado para crear la impresión de un cuento de hadas oriental lleno de fantasías; sedas rojas caían del techo, terciopelo purpura recubriendo las paredes y mesas color aguamarina y oro con alegres porta velas negros descansaban en la quietud.
Tom miró a su alrededor con una expresión apreciativa y un instante después se dio cuenta de que Bill se había envarado y estaba temblando a su lado. Siguió la dirección de la mirada de Bill y vio a una muchacha de piel morena que pasaba un aspirador por la moqueta del fondo del restaurante; el aspirador hacia tanto ruido que aún no les había oído.
La muchacha alzó un brazo y apartó su abundante melena negra del rostro echándosela sobre un hombro. Bill no había dejado de mirarla ni un segundo, y el movimiento hizo que una nube de su perfume flotara hasta él; pudo oler el aceite de su cabellera y los olores de la grasa, las especias y la madera de sándalo que formaban parte de su ser, y también captó el aroma de ese perfume cálido y picante, tan exótico como la India y todo lo que contenía. Su sangre sabría a azafrán y a almendras, a cardamomo y agua de rosas… y lo que los hizo decidirse fue que aquella muchacha era completamente hermosa.
Tom le hizo una seña a Bill después de asegurarse de estabilizarlo sobre el suelo y ambos se movieron como una sola criatura, fusionados en aquel acto de cobrar a la presa. La muchacha se volvió con una expresión aterrorizada en cuanto se dio cuenta de la presencia de alguien más, pero la mano de Tom ahogó su grito y un instante después ya estaban cayendo sobre ella.
—Morir es fácil y no duele…— dijeron ambos al unísono en un susurro tan bajo que apenas fue oído. La muchacha lloraba, suplicaba y se retorcía entre la presa de las manos de Tom, pero sus ruegos cayeron en oídos sordos.
Tom sujetó la cabeza de la muchacha entre sus fuertes manos e hizo girar su cuello formando un ángulo imposible que no la mató, pero que dejó al descubierto la piel palpitante bajo la que se ocultaba la esencia de la vida misma y en ese mismo instante asintió con la mirada clavada en su debilitado gemelo. Se escuchó un sonoro crujido cuando Bill se inclinó y aplastó los huesos, venas y cartílagos del cuello de la muchacha entre sus colmillos y paladeó el sabor de las especias bajo la mirada vigilante y locamente enternecida de Tom y el gorgoteo de dolor de la chica que se asfixiaba.
La muchacha murió en un último jadeo agónico, con los dientes de un vampiro engarzados a su cuello y el cuerpo de otro vampiro extrayendo de su cuerpo hasta la última gota de humedad, de juventud y de vida.
Tres horas después los gemelos se irguieron y se miraron fijamente. Bill tenía la cara llena de sangre, pero su piel volvía a lucir tersa, suave y humectada como el pétalo de una rosa y sus ojos estaban tan brillantes como un par de diamantes negros.
Volvieron al hotel en algún momento de la zona indefinida que se extiende entre el muy tarde y el muy temprano. Los ojos de Tom estaban un poco vidriosos y tuvo que hacer un considerable esfuerzo para ver por dónde iba. Bill tenía la cabeza apoyada en su regazo y mordisqueaba distraídamente un pastelito que había encontrado en la cocina del restaurante mientras la vida y la fuerza volvían a correr furiosas y sanas por sus venas.
Continuará…