Notas de la autora: Hi! e_e
puf! honestamente, este es el fic más extraño que he escrito hasta ahora y no lo digo únicamente porque haya salido bastante ligero (que, tratándose de mi, es tambien de extrañar xD)
Creo recordar que el día que comencé a escribirlo estaba bastante melancólica (aunque ahora mismo no recuerde el motivo u.u) y bueno, como suelo hacer en estos casos para desahogarme un poquito no se me ocurrió otra cosa que escribir xDU y bueno, esto es lo que salió e_e cof cof >w<
Espero que guste a pesar de su rareza (xDU) y, como siempre, mil gracias por leer <3
«Break the silence»
(One-Shot de Miss Lujuria)
No sabía exactamente cuánto tiempo llevaba corriendo, pero, a juzgar por los agudos pinchazos que atacaban las articulaciones de sus largas y delgadas piernas sin piedad y la intensidad cada vez más baja de sus movimientos, sabía que era cuestión de tiempo que su delgado y frágil cuerpo se derrumbara sobre el duro y húmedo asfalto.
La lluvia caía a raudales, inundándolo todo a su paso, provocándole fuertes espasmos gracias a la escasez de prendas que cubrían su húmeda y temblorosa piel, la cual era atravesada fácil y violentamente por un intenso y penetrante frío que acababa alojándose dolorosamente en sus huesos, paralizándole por momentos. Por un instante, tuvo el casi irrefrenable impulso de retroceder y volver a su cálido y acogedor hogar, el cual jamás solía abandonar en días de invierno a no ser que fuese estrictamente necesario.
Pero se contuvo. Lo último que tenía pensado hacer era dar marcha atrás, por mucho que lo necesitara. Volver significaría enfrentar al directo responsable de sus alocadas acciones y, en consecuencia, darles a éstas una explicación que sabía que, por más que quisiera, no sería capaz de darle. Porque, realmente, no existía explicación alguna que justificase lo que él estaba sintiendo en ese momento. Los celos que le carcomían y sepultaban lentamente por dentro; esos celos que supuestamente jamás deberían surgir entre dos personas que llevasen la misma sangre corriendo por sus venas; esos celos que resultaba impensable que pudiesen llegar a darse entre dos hermanos, más aun cuando estos eran genéticamente iguales.
Igualdad… Nunca había odiado esa palabra tanto como en ese momento.
Desde el preciso momento en el que comprendió y asimiló que sus sentimientos por su gemelo antagonista superaban con creces lo fraternal, Bill no cesó de buscar desesperadamente algún detalle, por pequeño que fuera, que lograse diferenciarlo de él. Se sentía verdaderamente incapaz de soportar el hecho de amar tan intensamente a un ser idéntico a él en todos los sentidos posibles. Eso le hacía sentirse sumamente sucio, perverso, inmoral…
En un principio, comenzó por cambiar algunas cosas simples y no muy significativas, como, por ejemplo, el color de su pelo, su estilo, su vestimenta… pequeños detalles que, poco a poco, fueron yendo a más hasta el punto en el que reconocerse a sí mismo frente a un espejo resultó una tarea francamente difícil. Pero, pese al radical cambio físico al que había sido sometido por su propia voluntad, pronto eso dejó de ser suficiente para él.
No tardó mucho tiempo en comenzar a alterar su personalidad para hacerla lo más opuesta y lejana posible a la de Tom, llegando incluso a ser capaz de reemplazar sus mayores gustos y aficiones por el simple hecho de no compartirlos con su hermano. Pero eso no fue todo. De la noche a la mañana, comenzó también a intentar estar lo menos sincronizado posible con Tom, evitando reír o hablar al mismo tiempo que él, omitiendo ciertos gestos que solían ser frecuentemente comunes entre ellos… Estaba siendo extremista, lo sabía. Pero, cuantas menos similitudes hubiese entre su hermano y él, más fácil le resultaría cargar con el dolor y la culpa de tener esa clase de sentimientos insanos hacia su misma carne, cuerpo y rostro.
Por su parte, Tom jamás les prestó verdaderamente atención esos cambios tan repentinos que tanto él como el menor habían sufrido por igual. Suponía que éstos estarían causados principalmente por la típica llegada de la adolescencia, los cambios hormonales, su repentino interés por experimentar cosas nuevas, por conocer mundo… Por evolucionar. Les gustase o no, debían de asumir que ya habían dejado hacía tiempo de ser unos niños amoldables y subordinados a la voluntad y el criterio de sus padres. Comenzaba a ser tiempo de expandir un poco sus alas y disfrutar de toda la libertad que hasta el momento les había sido negada sin necesidad de estar bajo la continua supervisión de un adulto.
Lo último que el castaño imaginaba era estar causando semejantes estragos en la mente de su hermano, haciéndole experimentar un torbellino de emociones tan intensas como dolorosas. Pero, aun si hubiese llegado realmente a sospechar algo similar, se hubiese quedado igualmente con la duda. Porque si Bill tenía algo realmente claro en su mente, era que jamás se atrevería a exteriorizar esas emociones simplemente por el miedo al doloroso rechazo al que eso acarrearía.
Prefería mil veces callar y sufrir su agonía en el más absoluto y angustioso de los silencios antes que soportar una sola mirada de asco proveniente del ser que más amaba y admiraba sobre la faz de la tierra. Definitivamente, no podía hacerlo. No podía sincerarse. No sabiendo de antemano las consecuencias que eso traería después y que él solito acabaría pagando.
Tan sumido estaba en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que, tras esquivar la enorme fila de coches que cruzaban incesantemente la carretera aun a riesgo de ser atropellado, sus piernas al fin habían dicho “basta” y se hallaba estático sobre el pastoso y resbaladizo césped del parque central de la ciudad. No sabía por qué, pero sus pasos siempre le guiaban hacia allí en situaciones desesperadas y delicadas en las que echaba en falta la soledad y un lugar tranquilo para poder pensar y despejar sus ideas.
Realmente, ése era un lugar idóneo para alguien que buscase un poco de paz interior. El sitio era sumamente tranquilo, más aun esa noche en la que se hallaba completamente vacío gracias a ese horrible temporal que mantenía a todo el mundo atrapado en sus respectivas casas. Unos cuantos faroles situados cada uno a un extremo de las bancas que se repartían por toda la superficie del terreno iluminaban tenuemente la zona, dándoles vida a esas figuras amorfas que permanecían ocultas entre las sombras de la noche, figuras de las cuales la gran mayoría parecían ser simplemente arbustos moviéndose con fiereza al ser fuertemente azotados por el viento, adquiriendo un toque de lo más siniestro que pondría el vello de punta a cualquiera.
Caminó lentamente sin un rumbo fijo hasta encontrarse frente a frente con un imponente y frondosos árbol; apoyó la espalda levemente sobre el tronco y dejó que su cuerpo se deslizase cuidadosamente hasta tocar el césped, ignorando el violento escalofrío al contacto con el agua. Instintivamente, sus piernas se plegaron, siendo rodeadas por sus delgados brazos, acción que aprovechó para hundir completamente la cabeza entre sus rodillas, haciéndose un pequeño ovillo como si así lograse desconectar de todo cuanto le rodeaba.
En ese mismo instante sintió una asfixiante opresión en el pecho y, solo entonces, se permitió descargar toda la rabia, el dolor y la frustración que llevaba conteniendo en una pequeña cajita en su interior. Una cajita que, cansada de soportar tanta presión, había terminado por reventar y liberar todo su contenido de una forma brutal.
Sus brillantes y cristalinas lágrimas no tardaron en mezclarse con las pequeñas gotitas de lluvia que se paseaban tranquilamente por sus pómulos, dejándole una momentánea sensación de alivio que no tardó en desaparecer al recordar el motivo por el cual se encontraba solo y mojado a mitad de la noche a riesgo de cazar una buena pulmonía.
Sabía que a Tom siempre le habían gustado las mujeres, que eran, de hecho, su mayor debilidad y, aun así, jamás le había importado ese detalle a la hora de intentar llamar su atención de la forma que él realmente deseaba. Pero, de saber que le gustaban las mujeres a descubrirlo en su propia cama cabalgando sobre una de ellas, había un gran trecho.
En ese momento, todas y cada una de esas imágenes que tanta mella habían hecho en él se pasearon por su mente en forma de diapositiva, torturándolo aun más si cabía.
Esa noche no había podido cerrar los párpados ni una sola vez gracias a su gran dilema con el guitarrista. Había probado cientos de maneras de coger el sueño, desde ponerse a leer libros considerablemente extensos hasta escuchar música suave; pero todas y cada una de ellas habían resultado ser totalmente inútiles, al contrario de lo que esperaba, lo único que habían conseguido era desvelarle todavía más de lo que ya estaba.
Resignado, se decidió a caminar por el sombrío y estrecho corredor que conducía a la habitación de su hermano, en la cual ingresó sin preocuparse de llamar a la puerta antes. Últimamente, parecía ser habitual esa forma de sorprender al chico de rastas. Pero, para su mala suerte, el sorprendido en esa ocasión no acabó siendo otro más que él. Él…
Paralizado, vio como el castaño embestía duramente contra el convulso cuerpo de una de sus groupies, logrando encajar la cabecera de la cama en la rugosa y ahora agrietada pared gracias a las violentas sacudidas a las que era sometida. En ese momento, todos sus órganos vitales dejaron totalmente de funcionar, incluyendo el más valioso e imprescindible que una persona podía tener: el corazón. Por suerte para él, esa repentina inactividad tan solo duró un pequeño instante. Un pequeño instante que para él fue eterno. Eterno y doloroso. Demasiado doloroso…
Decepcionado y hundido a partes iguales, desapareció tras dar un fuerte portazo que alertó al chico de rastas de lo sucedido. Pero, para cuando su mente logró procesar la violenta escena y provocar una reacción, su pequeño hermano se hallaba muy lejos de su alcance.
— Imbécil… ¡¡Eres un jodido imbécil, Thomas!!—gritó a pleno pulmón, descargándose a gusto a sabiendas de que no sería escuchad por nadie más que él mismo—. ¡No te das cuenta de nada…! ¡¡Maldito estúpido!! —rugió por nueva cuenta, arrancando en un arrebato de cólera un matojo de césped entre sus finos dedos.
Ya había perdido la cuenta de cuántas veces se le había insinuado de la forma más sutil e indirecta posible, de cuántas veces había tratado de hacerle ver a través de sus ojos lo que era capaz de provocar en él con tan solo dedicarle una simple sonrisa, de cuantas veces había buscado establecer un contacto físico más íntimo entre ambos… De cuántas veces se había esforzado por hacerse notar y había acabado siendo completamente ignorado…
Cualquiera en su lugar se habría resignado desde hacía bastante tiempo en lugar de albergar la ilusa esperanza de ser correspondido algún día. Pero no, Bill era demasiado cabezota y persistente para darse por vencido tan fácilmente… Algo dentro de él, una corazonada, tal vez, le repetía incesantemente que era cuestión de tiempo hasta que el castaño comenzase al fin a verle con otros ojos; como alguien totalmente diferente a quien realmente era para él.
Que ingenuo había sido y que equivocado había estado durante tanto tiempo… ¿cómo había podido si quiera pensar en ser correspondido? ¡Por favor, eran hermanos! Que él estuviese enfermo no quería decir que Tom tuviese necesariamente que compartir esa enfermedad con él. Por más que quisiera…
— Te odio… te odio… te odio… —repetía en una retahíla sin sentido, pese a saber la gran falsedad que se escondía detrás de esas palabras. ¿A quién pretendía engañar? No podía odiar a una persona por la que estaría dispuesto a dar la vida sin pensárselo dos veces si de eso dependiera la suya propia. Era sencillamente ilógico—. ¡¡Te odio!! —gritó a pesar de todo, dejándose caer de rodillas sobre el pasto, haciendo servir sus temblorosas manos de apoyo para evitar caerse del todo.
La garganta le ardía no solo por el frío y la humedad presente alrededor de la zona, sino por la manera tan absurda en la que estaba forzando la voz a sabiendas de que ésta jamás seria escuchada.
— ¿Por qué tuve que enamorarme precisamente de ti?—gimoteó, suavizando notoriamente tanto su tono de voz como su expresión—, ¿Por qué no hice nada para evitarlo?
Esas dos preguntas estaban destinadas a quedarse sin respuesta…
Abatido, deseó profundamente que una inmensa grieta se abriese bajo sus pies y se lo tragara, enviándole a un abismo sin fondo del que jamás pudiese escapar. No quería vivir… a pesar de toda la fama y los lujos que le rodeaban, a pesar de contar con el cariño incondicional de tantas y tantas personas que diariamente le apoyaban en su lucha desde varias partes del mundo, a pesar de tener todo lo que un chico de su edad podría desear… A pesar de todo eso, se sentía tan sumamente vacío que había dejado de hallarle el sentido a continuar respirando.
En ese momento, todo su mundo giraba en torno a una sola persona. A su pequeño gran universo llamado “Tom Kaulitz”. A su gran amor no correspondido. Si él le faltaba, todo dejaba de tener sentido a su alrededor. Todo perdía su valor para él; el dinero, la fama, el cariño de sus dan’s, amigos, familiares… Todo. Jamás pensó encontrarse en una situación similar, jamás pensó que podría llegar a despreciar la vida de semejante manera. Jamás hasta que tuvo un motivo lo suficientemente poderoso para ello…
— Esto… es ridículo… —murmuró, reprimiendo una risita burlesca que no se sentía ni con ánimo ni con la suficiente fuerza para emitir—. ¿Qué hago aquí lloriqueando en mitad de la noche como un niño perdido? Eso no va a hacer que me ames… —sentenció, tratando torpemente de ponerse en pie, fallando desastrosamente en el intento al sentir como las fuerzas le fallaban irremediablemente y le impedían despegar las manos del suelo
— Tal vez si…—escuchó una voz bastante cercana y familiar hablándole desde arriba.
Aturdido, dejó que sus enrojecidos y empañados ojos castaños se paseasen lentamente por el cuerpo que tenía en frente suya, empezando por las zapatillas embarradas de su acompañante y terminando por las largas y húmedas rastas que se extendían libremente sobre sus anchos y varoniles hombros. Conocería esas rastas en cualquier lugar por lejano que fuese…
— ¿Tom? —pronunció en un susurro el nombre de su igual, viendo incrédulo como el aludido encogía el cuerpo hasta quedar situado a su misma altura.
Al parecer, el castaño había estado corriendo detrás suya durante todo ese tiempo. Le delataban sus rápidas respiraciones, su voz entrecortada y la vertiginosa velocidad con la que su pecho ascendía y descendía al ritmo de sus pulsaciones.
En menos tiempo del que el pequeño tardó en parpadear, los fuertes brazos de su contraparte se cerraron en torno a él, atrayéndolo bruscamente hacia su cuerpo, casi con desesperación. Bill no tardó en corresponder ese gesto, posando ambas manos sobre esa fuerte y amplia espalda, aferrándose a la holgada tela de la camiseta que la cubría como si su vida dependiese de ello. Ambos chicos sintieron al instante una inmensa sensación de calidez inundarles todo el cuerpo a pesar del frío que les producía el estar completamente empapados. El gran contraste de temperaturas era extraño, pero agradable.
— Fui un verdadero estúpido al intentar negar lo evidente… —comenzó a hablar Tom, sin dejar un solo instante de apretar al pequeño contra su pecho—. ¿Sabes? Hasta ahora he estado aferrándome tontamente a la idea de que cualquier mujer podría reemplazarte, llenar aunque fuera un poco el gran vacío que tú dejabas en mí al verte tan inalcanzable… Pero cada vez me convenzo más de que todos mis intentos por olvidarte acabarán siendo tan inútiles como lo han sido siempre… ¿y sabes por qué?—inquirió, enterrando su helado rostro en la curvatura del cuello del cantante, el cual se encogió por instinto al sentir la peligrosa cercanía de ambas pieles, aunque no lo suficiente para evitar que el mayor depositara un corto y casto beso en la zona que erizó al instante el fino vello que la cubría antes de dejar reposar la barbilla sobre uno de sus temblorosos hombros—. Porque yo también te amo, pequeño llorón…
Los extrañados ojos de Bill se abrieron hasta casi salirse de sus órbitas en cuanto el pequeño logró procesar cada una de las palabras que habían salido de entre los labios del mayor. ¿Había oído bien o su mente le estaba jugando una mala pasada? ¿Su Tom realmente le había confesado que le amaba?
Incrédulo, le propinó al castaño un fuerte empujón que le obligó a crear una pequeña distancia entre ambos cuerpos. Resuelto a averiguar si estaba siendo victima de una broma pesada por parte de su hermano, dejó que su profunda y fija mirada se pasease con escrutinio sobre las perfectas facciones de su gemelo, buscando alguna señal, alguna mueca que le delatase y dejase al descubierto su mentira. Pero, sorprendentemente, lo único que logró hallar fue una expresión cargada de determinación y seriedad. Tom no estaba jugando…
Bill hizo el amago de sonreír ante la inmensa sensación de felicidad que le embargaba, pero el fuerte impacto provocado por la repentina confesión del castaño le impedía alterar la expresión estupefacta de su rostro por más que lo intentara.
— ¿No dices nada? —preguntó Tom, ansioso por recibir una respuesta por parte del pequeño.
Bill entreabrió ligeramente los labios, dispuesto a responder a las palabras de su hermano, pero, por más que lo intentó, no logró emitir ningún sonido por débil que fuera. Sentía un extraño y al mismo tiempo agradable hormigueo en la boca del estómago que rápidamente se iba extendiendo por todos los rincones de su cuerpo, cortándole completamente el habla.
Tom sonrió, consciente de lo que en ese momento pasaba por la mente del pequeño y de las reacciones que estaba provocando en su cuerpo.
— Está bien, no es necesario que hables… — concedió, acercando ambas manos al delicado rostro del menor, acariciando sus mejillas con sus pulgares con una ternura nunca antes descubierta en él—. Me bastará con saber que me perdonas por haberte hecho tanto daño sin proponérmelo… —aclaró, dedicándole a su igual una mirada cargada de súplica.
— Tom… —logró articular al fin el pequeño, mirando intensamente al gemelo mayor—. Yo… Yo no…
No pudo terminar su frase, ya que los carnosos y brillantes labios del castaño se ocuparon en acallar cualquier sonido que pudiese salir de su boca. Ambas bocas se amoldaron con extrema facilidad, moviéndose la una contra la otra con tal lentitud y suavidad que parecían temer romperse mutuamente. Para Tom, besar de una manera tan pausada era algo totalmente nuevo. Ese beso era completamente distinto a los que había dado hasta la fecha, cargados de pasión, lujuria y desenfreno. En ese beso estaba puesto su cariño más sincero. Ese cariño que, poco a poco y sin darse cuenta, había ido atravesando las barreras de la fraternidad y que, hasta el momento, había sido incapaz de salir a flote. Hasta el momento…
Ambos rostros se separaron con pereza, creando una pequeña distancia entre sí mientras sus dueños se miraban mutuamente con tal intensidad que parecían querer ver a través del contrario. Las cristalinas orbes avellana del pequeño volvieron a empañarse nuevamente, con la diferencia de que, esas lágrimas que ahora surcaban libremente por su piel, estaban siendo provocadas por un sentimiento muy diferente al anterior.
— Tom… —volvió a pronunciar el nombre de su igual, acortando nuevamente la distancia entre sus cuerpos para rodear su fuerte cuello con ambos brazos, atrayéndole efusivamente hacia él hasta que sus respectivas frentes hicieron contacto—. Te quiero, te quiero, te quiero… —gimoteó, repartiendo cortos pero intensos besos por cada porción de piel al descubierto, empezando desde las suaves y, pese a su humedad, cálidas mejillas hasta llegar a esos dulces y carnosos labios que tan bien conocía y que tanto tiempo llevaba ansiando probar aunque solo fuera por una pequeña fracción de segundo, sintiendo como los musculosos brazos contrarios se cerraban en respuesta en torno a su estrecha cintura, envolviéndole en un intenso y protector abrazo que no tardó en ser correspondido.
Ambos chicos permanecieron en esa misma posición durante un par de segundos, segundos que, si por ellos fuera, podrían haberse transformado en una eternidad. Ya nada existía para ellos, ni si quiera ese penetrante frío que les acosaba. Estaban totalmente convencidos de que, si el mundo se derrumbase en ese mismo momento en frente de sus narices, no moverían ni un solo músculo solamente por evitar romper la magia del momento. Pero, por desgracia, todo lo bueno tenía que acabarse alguna vez y, a no ser que quisieran estar en cama durante una buena temporada con una pila de mantas encima, no les quedaba más remedio que empezar a emprender cuanto antes el camino de vuelta a casa.
— Volvamos, Bill… —susurró el castaño, cogiendo al gemelo menor entre sus brazos sin demasiada dificultad gracias al liviano peso de su cuerpo, comenzando a caminar en dirección a la salida del parque con cuidado de no resbalarse y perder el equilibrio.
El pequeño se limitó a asentir con un ligero cabeceo, aferrándose a los fuertes hombros del guitarrista al tiempo que escondía su pálido rostro en la curvatura de su largo cuello, sonriendo ensoñadoramente contra la piel de su igual en perfecta sincronización con éste. Era increíble como la vida de una persona podía llegar a dar un giro tan importante y significativo en cuestión de unas pocas horas.
Después de tantas semanas, meses y años de continuo y mudo sufrimiento, al final, tan solo había tenido que romper un poco ese angustioso silencio que le rodeaba para alcanzar al fin su más ferviente deseo…
F I N
Küsses y abrazos <3!