Administración: Este fic fue rescatado gracias a la ayuda de BeKa. Perdido de las antiguas páginas thf, ahora es parte de nuestros archivos. Disfruten la lectura.
«First Kiss»
One-Shot de Lilith de Valois
Sabía que si continuaba parado en esa esquina, sin moverse, bebiendo como si se le acabase la vida y con los pensamientos abarrotados de todo lo que le había ocurrido desde ayer iba a terminar ebrio, llorando y queriéndose cortar las venas con una botella rota. Puaj… que asquerosa forma de morir.
Parpadeó un par de veces y sacudió la cabeza, la sexta o séptima raya de wisky empezaba a causarle efecto, más aún cuando todo lo que bebía era cerveza ligera, aggg… bravo, good choice. Se debatió un instante antes de ponerse en marcha, no le agradaba la navidad, no desde que parecía que se hubo convertido en la fecha perfecta para ser dejado por sus novios, todos los años era lo mismo, y ese no había sido la excepción, y él, en vez de tratar de hacer de tripas corazón y pretender que no le importaba, hacía todo lo contrario… le daba demasiada importancia, tanta que rayaba en lo ridículo. Su hermano le había dicho una vez que si no aprendía a estar solo o a ver que las relaciones pueden ser de una sola noche se amargaría tan rápido que pronto se convertiría en un viejo cascarrabias. Ahora estaba seguro de eso era exactamente en lo que se había convertido.
Empezó a caminar a paso lento, principalmente porque su coordinación estaba hecha mierda. Recibió varios empujones y se vio realmente mareado al notar lo rápido que se movía la gente a su alrededor, apretó los labios y corrió prácticamente al piso de arriba, ni tan siquiera conocía la casa, apenas y llevaba en esa nueva ciudad unos dos meses, pero su hermano conocía a algunas personas y una de ellas lo había invitado esa noche. Una vez que se encontró arriba se recostó contra una pared, sintiéndose incapaz de continuar caminando, se maldijo, que débil podía ser en momentos como ese.
—Oye… —una voz grave se hizo oír tras él, pasó saliva un par de veces antes de voltear todo lo que su revuelta cabeza le permitía —. ¿Estás bien?
—Baño… —murmuró, apretando de nuevo los labios. El desconocido elevó las cejas y asintió, entendiendo de qué hablaba.
—Ven —lo tomó por un brazo y lo guió hasta el final del pasillo, el hombre abrió una puerta y lo hizo pasar.
Apenas se vio dentro corrió hasta el retrete y permaneció allí unos momentos, respirando de forma profunda. Lo que más odiaba en el mundo eran las arcadas, y que estas terminen luego llevándolo a potar todo lo que tenía en el estómago. Dio un respingo, sorprendido, cuando sintió una toalla húmeda contra su nuca, elevó un tanto la mirada y se encontró con el desconocido que le había ayudado a llegar allí.
—¿Bebiste mucho? —consultó con una media mueca de burla, el tío que estaba ayudando parecía de los enclenques que no sabían beber y no pudo evitar reírse mentalmente del chico.
—Algo… así… —respondió medio cortado, la cabeza le daba vueltas.
Finalmente, luego de estar haciendo varios ejercicios de respiración, las arcadas desaparecieron, inspiró hondo un par de veces más y luego se puso de pie, tambaleándose levemente. El hombre lo acercó al lavabo y mojó su rostro, quiso separarse pero reconoció que lo ayudaba a despejarse, y era justamente lo que necesitaba en ese momento para poder volver a su casa.
—¿Quieres salir afuera un momento? Quizá el aire frío te despeje algo.
El menor asintió y se dejó guiar por el perfecto extraño que le ayudaba. Su cabeza no daba en esos instantes para ponerse a analizar que estaba pasando o que podría ser peligroso dejarse ayudar por alguien que no conocía. Salieron al porche, luego de eludir a las personas eufóricas que estaban en la fiesta. El frío los recibió de golpe, haciéndole aclararse un poquito más de la borrachera que se ganó. Tomaron asiento en una hamaca de madera, soltó un suspiro cansado, su hermano lo mataría por llegar en ese estado.
—Dios… ni siquiera sé de quién es esta casa —murmuró peinando su cabello hacia atrás, sintió un peso sobre sus hombros y notó como el desconocido le colocaba un saco sobre la espalda—. Ah… gracias… pero tú…
—Primero, de nada —sonrió de lado—. Segundo, me gusta el frío así que no te preocupes… y tercero… Ya conoces al dueño de casa.
—¿Cómo así?
—Soy yo, un placer —respondió con una sonrisa ante la cara de sorpresa del otro.
—Oh, holy shit… casi me vomito en tu moqueta…
—Sí, lo noté —le observó un segundo con el ceño fruncido, esa expresión de cansancio, el maquillaje corrido bajo sus ojos y el cabello desordenado… ese conjunto se le hacía vagamente familiar.
—Necesito volver a casa… Ahora que aún no tocan las doce.
—Faltan sólo quince minutos —dijo consultando su reloj—. ¿Por qué no esperas un poco y luego te marchas?
—Tú deberías volver a tu fiesta, no dejes que este ebrio te lo arruine —se rió de sí mismo, en ese momento debía de verse patético.
—Nah… no importa… hice esta fiesta sólo por que esperaba ver a una persona… —el menor volteó a verle interrogante.
Iba a abrir la boca para decir algo, pero las palabras permanecieron en el aire, había algo que estaba a punto de pasar, algo que estaba a punto de ser dicho, el desconocido le observaba con leve desconcierto, como quien no cree lo que está observando, y ahora esa expresión lentamente se estaba apoderando de él. ¿Sería posible?
—Promoción del ’98… —murmuró sin creerlo aún.
—Chico ebrio y loco lanzándose a una piscina… y un idiota tarado saltando a buscarlo —respondió el hombre.
El menor se mordió el labio inferior, recordando ese vergonzoso hecho en un acto de graduación que ni siquiera había sido suyo… sino de su primer amor de la secundaria. Quiso decir algo más, pero los recuerdos golpearon contra su garganta haciéndose un nudo horrible que le sofocaba. Esa noche había bebido tanto como esta misma noche, se había embriagado, se había acercado al recién graduado y le había dicho que no le permitía irse del colegio, entre incoherencias y tonterías propias de un chico ebrio se había alejado de la fiesta siendo perseguido por el mayor.
—No puedo creer… que sigas siendo tan idiota como para emborracharte de esta forma —dijo el mayor, riendo al recordar el episodio. Sabía que detrás de esa escena había algo más, pero nunca consiguió sacárselo.
—Y yo no puedo creer que sigas tan subnormal y que hayas hecho una fiesta con desconocidos…
—No todos, sólo la mitad —se rió—. Ha pasado un tiempo, Bill.
El menor apretó los labios al oír su nombre en esa voz que había grabado en su cabeza a propia voluntad.
—Un poco… Anis —hizo una mueca de leve consternación.
No esperaba encontrarse con aquel hombre luego de tantos años, no luego de tratar de enterrarlo de forma infructuosa, y finalmente diciéndose a sí mismo que con la única persona que podría llegar a estar sea con alguien como el hombre que estaba frente a él, y proponiéndose a encontrar a alguien lo más cercano posible. Sí, claro, como si eso le hubiese funcionado en los últimos años.
—Estás igual… aunque no lo creas —levantó una mano para apoyarla sobre su mejilla, pero el menor bajo el rostro, alejándose del toque.
Anis lo miró en silencio ¿Era de verdad posible que tenga esa misma cara de inocencia? Ahora recordaba por qué le había resultado tan complicado dejar de mirarlo cuando estaban en secundaria, aunque le llevase varios años, no podía dejar de admirarlo como quien hace con una obra de arte. Y ahora no podía creer que lo tenga cerca de nuevo.
—Yo… debo volver a casa.
—Yo le dije a Tom que te envíe a esta fiesta —Bill le miró sorprendido—. Me lo había encontrado hace unas semanas y le pedí que vengan… pero me dijo que era mejor que vengas tú sólo… puso una cara extraña, pero no quiso decirme de qué se trataba.
—Mi hermano…
—¿Recuerdas ese día en la piscina? —el menor asintió—. Te abracé tan fuerte que temí haberte lastimado —se sonrojó al oír aquello, la verdad es que recordaba vagamente lo que había pasado, sólo sabía que tenía mucha rabia, enojo… y tristeza dentro de sí.
—No me lastimaste.
—Sí lo hice… pero no fue con el abrazo ¿Verdad?
Bill le miró unos instantes, no era posible que su corazón esté latiendo de esa forma, no después de tantos años, como si hubiese sido tan sólo el día anterior cuando ellos se juntaban a almorzar y él no podía evitar observar al mayor mientras discutía con su hermano, no era posible que su corazón siga enamorado como si los años no hubiesen pasado.
—No, Anis, no fue el abrazo —dijo casi con temor, tanteando una sonrisa triste y melancólica, cargada de recuerdos.
De pronto las luces iluminaron todo el cielo, llamando la atención de ambos, sin embargo, el mayor fue atraído por la necesidad de ver el rostro de Bill resplandecido por los miles de colores, seguía igual, era casi imposible aquello, pero era real.
—Ya eres mayor de edad ¿no? —el menor le miró.
—Si… —respondió sin entender muy bien de qué le hablaba.
—Así podemos fingir… —empezó diciendo.
—¿Qué cosa?
—Fingir que sobre nosotros hay un pedazo de muérdago… y que me aprovecho de ello para besarte…
El pelinegro abrió mucho los ojos, sorprendido, intentó decir algo, pero se limitó a asentir, sin saber exactamente qué otra cosa hacer. Anis se acercó un poco más a él, pasando un brazo sobre sus hombros, Bill se sintió aquel chiquillo enamorado de la secundaria, esos tontos sentimientos volvían a él, pero más fuertes, más intensos. Sus labios fueron acariciados con lentitud por los del contrario, en la boca de ambos se extendían mezclas raras de bebidas, Bill pudo sentir el sabor a cerveza al ser su lengua acariciada por la otra, el brazo sobre sus hombros lo estrechó con fuerza, mientras la otra mano se apoyaba contra su rostro, sus propias manos se había agarrado a la playera del otro. El pelinegro se separó un poco y pasó saliva, suspiró como quien consigue algo luego de mucho trabajar por ello, suspiró aliviado. Anis observó sus ojos brillantes, los labios hinchados y sintió la respiración caliente chocando contra su rostro.
—Definitivamente el próximo año le mandaré una botella de champaña a Santa por traerme lo que le pedí —sonrió y Bill rió.
—Ridículo como siempre —dijo y volvió a besar los labios que le esperaban— Feliz Navidad, estúpido.
—Ah… Feliz Navidad, diva —el pelinegro rió, no podía creer que Anis aún recuerde ese tonto mote que le había puesto.
Su corazón se regocijó al pensar en que había roto por fin la cadena de mala suerte, ahora podría pasar con quien realmente quería todas las fiestas del año, no se convertiría en un viejo cascarrabias y ya no habría razones para intentar matarse con una botella rota. Sus labios saboreaban ese primer beso una y otra vez.
F I N
Espero les haya gustado, están invitados a comentar.