GLÜCKSKLEE

Notas de la autora: *Glücksklee= Trébol de la suerte.

*Fechglück= racha de mala suerte

*Fechbringer= Amuleto de mala suerte.

En realidad las hojas de los tréboles (de cuatro hojas) tienen dos significados:

-Fama, riqueza, amor, salud.

-Esperanza, fe, amor suerte.

Las fundí en una sola por requerimientos de la historia.

One-Shot de Haruxita

“GLÜCKSKLEE”

«Si algo puede salir mal, lo hará. Es más, saldrá mal de la peor manera, en el peor momento y de una manera que cause el mayor daño posible».

Así rezaba la primera ley de Murphy y él, por primera vez en su vida, estaba empezando a creer que era cierta.

Hasta hacía dos meses atrás él llevaba una existencia absurdamente normal: cursaba segundo año de ingeniería en sonido, no era un alumno destacado pero estaba haciendo lo que amaba y hasta el momento no llevaba ningún suspenso. Tenía una hermosa novia que se había mudado a su apartamento a inicios de semestre y disfrutaba de un buen pasar gracias al gentil auspicio de su padre.

Todo aquello había cambiado ese maldito viernes 13. Él no era supersticioso, al menos hasta ese día.

Sólo alguien con el peculiar humor de su padre escogería esa fecha para su boda. Él había estado de acuerdo en todo momento ¡Ahh, si tan sólo hubiera sabido…!

Todo comenzó en la fiesta, cuando atrapó a su novia morreándose con uno de los meseros. Jalando un poco la hebra de la madeja, averiguó que la chica era dada a los deslices ocasionales. Aparentemente las relaciones estables y monógamas la aburrían sobremanera.

Pero su tragedia personal apenas empezaba: en los siguientes días su padre recortó ostensiblemente su presupuesto, él adivinó que instigado por su flamante madrastra. Aún solventaba la universidad, pero los gastos de su piso corrían ahora por su cuenta; sin embargo lo que más dolió fue que la tarjeta dorada con cupo ilimitado (a la que más aprecio le tenía) fue cancelada.

Cuando creía que ya nada podía ir peor, se destapó un escándalo financiero en su universidad. Varias facultades paralizaron sus actividades temporalmente, en lo que se realizaban las investigaciones. Por supuesto que la suya se contaba entre ellas.

Y ahora, la guinda del pastel: suEscaladese averió camino al único trabajo que había conseguido.

&

Llegó con media hora de retraso. El sujeto de la grúa se llevó casi todo su efectivo y lo poco que le quedó no alcanzaba para un taxi. Revisó su aspecto en el reflejo de la vidriera de la entrada, lucía bastante desaliñado, incluso algunos mechones escapaban de la goma con que sostenía la mitad superior de su cabello. Casi podía apostar a que lo enviarían de regreso sin siquiera dejarle explicarse

Estaba tan vapuleado que se entregó a la fatalidad. Ya ni siquiera tenía energías para quejarse. Resignado se acercó a recepción y le pidió un vaso de agua a la secretaria. Descansaría un momento antes de emprender la caminata de regreso, cargando el aparatoso maletín de herramientas que su amigo le había prestado.

Como suponía, su suerte iba de mal en peor. Justo cuando lucía como si un tractor le hubiera pasado por encima tenía que cruzarse en su camino la chica más sexy que hubiera visto en mucho tiempo. Estaba meado de perro, sin duda.

—Buenos días. ¿En qué te puedo ayudar? —le preguntó la diosa de ojos almendrados, con una linda sonrisa, en cuanto levantó su mirada del ordenador.

Dos meses atrás él, desbordando autoconfianza, hubiera flirteado con la chica sin problemas, pero hasta la fe ciega que solía tener en su atractivo había sido minada por los recientes acontecimientos. Por lo que, tras responder el saludo, se limitó a encogerse de hombros y exhalar con desánimo.

—¿Me darías un vaso de agua?

—Por supuesto. El dispensador está en el pasillo.

Fue a echar un vistazo. El botellón estaba recién instalado, al igual que los vasos de papel, sin contar con que ese modelo estaba provisto de llave de agua fría y caliente.

—¿Hay algún problema? —preguntó la chica, notando su titubeo ante la máquina.

¿Cómo explicarle que un inocuo dispensador de agua, en alguien como él se convertía en una fuente potencial de desgracias?

—¿Podrías venir y llenar mi vaso?

Ella alzó una ceja, evidentemente sorprendida por lo que se podía interpretar como descaro. La afable sonrisa que tanto le había gustado a Tom se diluyó, transformándose rápidamente en una apretada línea.

—¿No son demasiadas exigencias para un carpintero, que para colmos llega tarde a realizar su trabajo?

Su ánimo acabó por derrumbarse, aunque él no había dicho palabra sobre el asunto que lo llevó a ese lugar: el jodido maletín lo había delatado.

—Lo siento, yo… lo siento.

Se dio media vuelta, pensando en que ese día hubiera estado mejor empleado si no hubiera salido de casa; mejor aún, de su cama. Sin embargo no alcanzó a llegar muy lejos, una mano en su antebrazo lo detuvo.

Su corazón empezó a latir acelerado, probablemente porque la chica aún lo estaba tocando y aquél era el primer contacto físico que tenía con otra persona en más de un mes. O porque, viéndola así de cerca, se dio cuenta de que no se trataba de una «ella» sino un «él» y que tal antecedente, en lugar de provocarle rechazo, avivó inexplicablemente su interés.

—Disculpa, estoy un poco estresado, no debí desquitarme contigo. Ven vamos por ese vaso de agua.

&

Se llamaba Bill y no era mujer, tampoco era el recepcionista, sino que el dueño de la Academia y Hotel de Mascotas “Nasen und Schwänze”.

Por semanas estuvo tan ocupado, auto compadeciéndose por su miseria, que había olvidado que el resto de la gente sufría imprevistos todo el tiempo y debía lidiar con ellos aunque no supiera cómo.

—¡Wow! ¿Qué tan agresivo debe ser un perro para masacrar una puerta de esta manera? —-preguntó, boquiabierto, examinando una perrera que más bien parecía un torreón en miniatura, de cuya puerta de entrada apenas quedaban algunas astillas colgando del marco.

—Si lo conocieras no lo creerías. «Sparkles» es una adorable fábrica de babas, pero cuando llegó tenía una pésima relación con una de las niñas de su familia y eso le provocó un profundo cuadro de ansiedad. Ha sido un proceso largo pero ahora ambos están aprendiendo a relacionarse y a confiar en el otro —explicó el moreno, reclinado contra la pared que semejaba piedra, con una voz aterciopelada que Tom gustoso escucharía por horas—. Pero no nos desviemos del tema. Tengo una reserva para este sábado, necesito esa puerta reparada cuando antes.

Nuevamente lo invadió el desánimo. No se creía capaz de construir una simple puerta para mascotas. Quizás en otras circunstancias lo habría intentado sin dudar, pero ahora que se había convertido en un imán de desastres ambulante, exponerse voluntariamente al alcance de un montón de herramientas eléctricas y/o filosas le parecía por lo bajo, poco inteligente.

Si se encontraba allí era únicamente porque Geo había insistido hasta el cansancio usando aquello de “Es dinero fácil, ¿qué tan complicado puede ser fabricar una pequeña puerta?». Como él lo veía, era fácil, muy fácil… perder un ojo, o un dedo.

—Y-yo… escucha, no quiero timarte —Balbuceó, rascándose la cabeza—. La verdad es que no tengo experiencia en carpintería, es la primera vez que hago algo como esto. Sólo acepté porque necesitaba el trabajo y pensé que era sencillo

—Ya me lo parecía —ahí estaba esa hermosa sonrisa de nuevo, Tom las vio negras intentando no relamerse al verla—, esas manos nos son las de alguien que trabaje con ellas.

—Entonces, ya que ambos estamos de acuerdo en que no tengo nada que hacer aquí… Será mejor que busques a alguien idóneo para reparar tu puerta.

—No he conseguido a nadie más, no te vayas, por favoor–Tom tragó grueso, el chico estiró sus labios en un puchero que le hacía antojar cosas nada santas—. Yo lo haría, pero la última vez que intenté usar un martillo acabé llevando una horrenda venda en mi pulgar por todo un mes.

Y ahí estaba de nuevo, el chico tocando su antebrazo… sobándolo más bien. Si no supiera que aquello era imposible, pensaría que el moreno le estaba coqueteando. Pero un chico así debía tener novia (o novio). Y, en el remoto caso de que estuviera disponible, ¿por qué se interesaría en alguien como él?

Dios, necesitaba «una limpia» con urgencia. Esos pensamientos derrotistas que ahora no lo dejaban en paz no eran propios de él.

—Te propongo algo: si la construyes y la instalas hoy mismo te pagaré el doble de la tarifa convencional, más el coste de los materiales, por supuesto.

Algo le decía que su «jefe» de niño nunca obtuvo un no por respuesta a sus caprichos. Para su desgracia, él era de los que no se resistían a una chica hermosa… o chico, en este caso.

—De acuerdo —masculló, convencido que aquella era una pésima idea y que nada bueno podría salir de ella—, pero necesito un favor…

&

Tras semanas de desastres y accidentes sin sentido ya nada lo sorprendía. Que el empleado que asistió su compra pareciera más bien el celador de una prisión fronteriza, resultó apenas una anécdota más para la estadística.

En realidad apenas tuvo ocasión de mortificarse por la actitud del avinagrado dependiente, su atención era absorbida casi por completo por Bill. Sin otra forma de movilizarse, tuvo que solicitar su ayuda para trasladar las piezas de madera que requerían para realizar el trabajo, y pese a la escasa edad que este aparentaba, parecía acostumbrado a dar órdenes y ser obedecido, ante lo cual Tom se limitó a observar en silencio. Había algo perturbadoramente magnético en esa figura de apariencia frágil (femenina incluso), pero que escondía una faceta severa.

Al salir de la tienda, internamente Tom dio gracias al cielo porque habían concretado la compra sin lesiones físicas, ni tener que responder por artículos destrozados a su paso.

&

De regreso en la academia, Bill se quedó para «supervisar su desempeño». Si por un segundo Tom temió que el moreno adoptara nuevamente su postura mandona, no tardó en relajarse. Esos hermosos ojos almendrados —abiertos de par en par— observaban cada uno de sus movimientos con la curiosidad y el entusiasmo de un niño pequeño.

El moreno se mantuvo en silencio, dibujando de tanto en tanto el amago de una sonrisa.

—Ok, ¿Qué es eso tan gracioso? —preguntó, cuando no se pudo contener más.

—Para usar la orbital primero debes poner papel de lija.

—Gracias. Pudiste decirlo hace un cuarto de hora, no habría hecho el ridículo — espetó, avergonzado.

—No hubiera sido divertido. Aunque esperaba que te dieras cuenta antes.

El inexperto carpintero le dio una mirada resentida.

—Sigo sin comprender por qué no compramos una puerta lista para instalar.

—No son lo suficientemente resistentes. Ya viste lo que sucedió con la anterior.

—No importa que tan maciza sea la puerta, si es un perro conflictivo tarde o temprano la acabará destrozando.

—Yo prefiero que sea «tarde», y si de paso gasta algo de energía, mucho mejor —sonrió de nuevo, pero ya no con burla. Le cogió la lijadora de las manos, desplegó las agarraderas, introdujo el pedazo de papel de lija que acababa de recortar, aseguró las agarraderas en su lugar y le regresó la herramienta.

—Pensé que no sabías hacer este trabajo.

—Digamos que mis habilidades manuales se limitan a batir la mezcla para los waffles, pero padre era de la idea que, para dar órdenes, primero necesitabas saber hacerlo por ti mismo. De esa forma consiguió que acabara odiando muchas cosas, la carpintería entre ellas, pero al menos la teoría la manejo al dedillo.

Estuvo tentado de preguntar qué otras labores odiaba, pero desistió por temor a entrometerse demasiado.

&

La mañana se les fue por entre los dedos, el chico era bastante parlanchín una vez cogía algo de confianza y Tom estaba disfrutando mucho de su compañía.

Tal vez envalentonado por la mañana relativamente pacífica, en que no sufrió ningún percance que lamentar, estaba cavilando invitar a Bill a almorzar. (Su presupuesto estaba severamente restringido y no podía permitirse gastos extras, pero esa era una oportunidad que no pensaba desperdiciar).

Empero, una melodía chillona lo trajo de regreso al mundo real, aquél en que no tenía sentido hacer planes, pues estos se acababan truncando de una u otra manera.

—¿Bebé? … ajá. Sí, es martes, no lo he olvidado —un molesto pinchazo incordió a Tom. Apretó la brocha con más fuerza de la necesaria y continuó dándole la primera mano de barniz a la puerta—. Humm… N-no… No lo sé… Creo que demoraré un poco más, ordena por mí… yo también… otro para ti.

Cuando el moreno colgó se veía algo contrariado, Tom decidió aliviarle la carga.

—Ve a almorzar, aprovecharé de avanzar en esto —con su automóvil descompuesto no podía ir a ningún lado, después de todo.

—De ninguna manera; has trabajado duro toda la mañana, necesitas comer algo. -hizo un extraño gesto con su boca, una especie de puchero viajero que a Tom le recordó a Samantha, de Bewitched—. Te propondría que te nos unieras, pero mi hermanita es un tanto maniática, no le agradan los extraños.

En menos de un parpadeo, una enorme sonrisa se desplegó en el rostro de Tom, atravesándolo de oreja a oreja.

—Hey, no moriré de hambre por saltarme el almuerzo una vez.

—Eso está fuera de discusión. Hasta que no termines de reparar la puerta estás a mi cargo, lo que me hace responsable de tu nutrición el día de hoy. Hay un excelente restaurant tai unas cuantas cuadras más abajo, me queda de camino. Si gustas te puedo llevar.

Eso era mucho más de lo que Tom, con su maltrecha fortuna, podía esperar.

&

Bill lo llamó cuando estaba terminando de almorzar, de fondo Tom pudo oír risas femeninas. Su hermana, supuso.

No quiso contarle al chico que no tuvo ocasión de comprobar qué tan deliciosa era la comida que Bill tanto alabó, puesto que ni siquiera alcanzó mesa. Acabó comiendo en un McDonald’s. Eso sí, tuvo la previsión de esperar al moreno en la puerta del restaurant.

Tom siempre se sintió atraído por las chicas, pero en su familia eran de mentalidad más bien abierta, por lo que su sorpresiva atracción por Bill no le produjo mayor conflicto.

Aun por sobre su notorio atractivo físico, estaba la personalidad del moreno. Su engañosa inocencia, su sentido del humor y ese carácter fuerte (casi rayando en lo autoritario) lo tenían completamente idiotizado.

En el corto trayecto que restaba para la academia, Tom se quebró la cabeza buscando la forma más adecuada de preguntarle dos cosas que le venía dando vuelta conforme pasaba la mañana.

¿Tendría novia?

Y, más importante aún.

¿Le gustarían los hombres también?

No podía dejarse llevar por los prejuicios, Bill de delicado tenía solo la apariencia, eso lo pudo comprobar más temprano en la tienda. Bien podía ser tan hetero como el que más y él ahí, construyendo castillos en el aire sobre algo que nunca podría ser.

Tom se sabía un ser privilegiado, nunca necesito currársela para ligar. Por sí mismo era bastante atractivo, sin contar los pequeños añadidos (su inmejorable situación económica, su llamativo auto) y él siempre supo sacar ventaja de la situación.

Pero ahora todo ello era parte del pasado, la suerte (literalmente) ya no estaba de su lado y esta vez le jugaba en contra. Iba a requerir trabajar duramente para conseguir algo con Bill.

Armándose de valor, finalmente formuló la pregunta clave

—Entonces… ¿Tienes pareja?

Optó por prescindir del género, no fuera a meter las patas y con ello arruinar cualquier posibilidad.

El moreno le dirigió una rápida mirada, sus ojos brillaban divertidos, mientras que su sonrisa chueca gritaba «Tom, ¿estás interesado?».

Las siguientes palabras sonaron como trompetas bajando del cielo, a oídos de Tom.

—No, terminé con mi pareja hace seis meses.

Pero aquello podía no significar nada. Bill también había respondido en neutro, manteniendo la duda en el aire, casi parecía que estuviera jugando con su incertidumbre.

¿Qué quedaba ahora? ¿Preguntar directamente, eres gay? ¿Tengo alguna oportunidad? ¿Saldrías con un idiota que no sabe la diferencia entre una caladora y una orbital?

Para bien o para mal, llegaron a la academia y el momento se rompió, Tom se pateó mentalmente por ser tan indeciso.

&

Hacía un rato que sólo se escuchaban gritos y jadeos provenientes de la explanada en que se encontraban los caniles.

—¡Tom, empuja con más fuerza o no va a entrar!

—¡Es fácil para ti decirlo, te quedas quieto sin hacer nada!

—¡Yo la sostengo desde el interior! ¡Un movimiento en falso y la puerta me aplasta!

—Si gustas cambiamos lugares –ofreció, recibiendo un bufido por toda respuesta.

Ninguno de los dos se fiaba de la fuerza física de Bill, por eso decidieron que sería Tom quién montaría la puerta. Pero estaba resultando más dificultoso de lo que parecía a simple vista.

—¿Y si no calza?

—Cotejamos las medidas tres veces.Debecalzar

Tras un último empujón la pesada puerta de madera se situó completamente en su marco. Con la mayor parte del trabajo realizada, sólo restaba asegurar los goznes y probarla.

—¿Ves que si podías? –canturreó su “jefe”, apareciendo por la recién estrenada puerta, que giraba suavemente sobre su eje.

—¡Bah! Tuve un poquito de ayuda inesperada.

“Más de un poquito”– reconoció para sus adentros. De no ser por la persistencia y el entusiasmo de Bill se habría marchado a casa sin intentarlo siquiera.

&

—¡¿500€?! –chilló, mirando con incredulidad la cifra en su cheque.

—Lo que acordamos, el doble de la tarifa convencional. Si consideras que es muy poco…

—No, está… muy bien. No imaginé que una puerta costara tanto. –agregó, bajito.

—¿En qué mundo vives, que no sabes el valor de una simple puerta?

Tom se estaba preguntando lo mismo, había sido un hijo de papá desde que tenía memoria y hasta hace poco no le encontraba pegas.

Guardó su paga en su cartera. Tenía una espina clavada que lo estuvo molestando durante todo el día y no planeaba marcharse sin quitársela.

—Ya que acabamos de terminar nuestra relación laboral, ¿se me permite una infidencia? –Bill lo miró con extrañeza, pero asintió. -¿Qué edad tienes?

El chico sonrió con suficiencia, por lo visto había pasado por la misma situación en incontables ocasiones. Se sentó en su sillón como si fuera el trono de hierro y respondió secamente.

—Veinte años.

—¿Veinte? ¿Hablas en serio?

—¿Por qué? ¿Parezco mayor?

—¡No!-«al contrario»,pensó. El chico tenía un aire aniñado que se le antojaba adorable.- Es solo que no es muy usual que alguien tan joven maneje su propia empresa.

—Es una larga y ridícula historia. No quieres aburrirte.

—Tengo tiempo, mi amigo no vendrá por mí hasta que terminen sus clases. –aseguró, acomodándose en uno de los sillones de la oficina de administración.

—¿Nadie te ha dicho que eres muy fastidioso?

—No. –“No de esa forma tan coqueta”.

—De acuerdo señor entrometido, ya que no tiene nada mejor que hacer… En realidad no es la gran cosa, comienza con el divorcio de mis padres y termina conmigo haciéndome cargo de la academia para evitar que mi madre la acabara de llevar a la quiebra.

—¿Y qué sucedió en medio? Supongo que deseabas dedicarte a otra cosa. ¿Estabas estudiando?

—Eso ya no importa ahora. ¿O sí?

—Entonces es eso. ¿Dejaste toda tu vida de lado por salvar el negocio familiar?

—No es tan malo como parece, siempre me gustaron los cachorros, aunque ahora entre la academia y la escuela de administración, rara vez tengo tiempo para jugar con ellos.

—¿Escuela de administración?

—Es apenas un pregrado, pero este verano Ilse prometió que…

—¿Es un curso vespertino? –Bill asintió- ¿Y en qué jodido minuto duermes?

—Las clases son online, dos horas, tres veces por semana, y presencial todo el sábado. Por eso necesitaba tener el problema de la puerta resuelto antes que llegara el nuevo huésped. No me agrada dejarle trabajo extra a Ilse.

—Eres un tanto workaholic –“Y controlador.” pensó.

—Es probable -sonrió con tristeza-, no eres el primero que me lo dice. Mi pareja se quejaba de lo mismo, fue una de las razones por las que terminamos. Eso y que él no soportaba que fuéramos tres en la cama.

Tom se atragantó, si bien Bill tenía apariencia de «travieso» no lo imaginaba tan kinky.

El chico lo miró con detenimiento, abrió mucho los ojos y se ruborizó furiosamente.

—¡Me refiero a mi gato! Mi novio odiaba a Kassimir. Su gran idea de regalo de aniversario fue darme un ultimátum, Kassimir o él.

—¿Y escogiste a tu gato?

—Una persona que odia a los animales no puede ser buena. Ellos entregan amor de forma incondicional. Ante eso… ¿qué importan unos cuantos rasguños y algo de pelo en la ropa?

—Y una puerta rota.

—Si tú estuvieras sometido a un estrés constante, también querrías destrozar todo a su pas…

Un fuerte bocinazo los interrumpió. Tom maldijo que Georg escogiera precisamente ese día para llegar puntual por primera vez en su vida.

—Es mi… vienen a recogerme.

&

Bill insistió en acompañarlo hasta la puerta, Tom accedió, intentando reunir el valor para invitarlo a salir. Si tan sólo no acarreara esa maldita racha de mala suerte que lo tenía convertido en un pusilánime…

El chico le dio una mirada extraña, acto seguido (en un movimiento que consiguió que su corazón latiera desbocado) cerró la distancia entre ambos y le acarició su despeinado cabello con delicadeza.

Mil escenarios atravesaron por la cabeza del sorprendido Tom durante los escasos segundos en que aquella mano estuvo en contacto con su pelo. Tragó grueso, ese chico -ese hermoso y encantador chico- realmente estaba a punto de…

Sin embargo, su ego se desinfló rápidamente, en el momento en que este se apartó y le mostró su índice levemente alzado.

—Una abeja. -inquirió Tom, un tanto defraudado.

De manera que se trataba sólo de eso. Maldijo floridamente para sus adentros, por lo visto la mala suerte que arrastraba no le daba respiro en ningún aspecto.

—De hecho es una avispa, parecía muy a gusto en tu cabeza. -comentó el chico, dejando ir al insecto. Y se apresuró en agregar, perturbando aún más a su noble carpintero- No la culpo, si yo fuera una avispa también se me antojaría dar una mordida.

¿Qué nadie le explicó a Bill que no se hacen se tipo de comentarios a riesgo de que a su interlocutor se le desencaje la mandíbula?

—¿Siempre eres tan directo?

—¿Siempre eres tan extremadamente lento?

—Yo pregunté primero.

Bill le dio una sonrisa socarrona, al menos tuvo la decencia de ruborizarse, lo que hizo que Tom se sintiera menos torpe.

—No, no suelo ser tan osado. A mi favor debo alegar que estoy un poco fuera de práctica y que he estado flirteando toda la tarde y has pasado de mí. Como ya te vas me vi obligado a ser un poco menos sutil. Si esto no llamaba tu atención iba a empezar a cuestionarme si había perdido ciertas… dotes.

Tom abrió la boca y se detuvo justo a tiempo antes de confesar que sus dotes permanecían intactas, pues estuvo toda el día babeando por él. Contó hasta tres y en su lugar lanzó, sin pensarlo mucho:

—¿Tienes clases el viernes por la noche?

—Nop, tengo una cita. -El desánimo amenazaba con envolverlo en su manto, nuevamente, pero el moreno aun le sonreía y se mordía el labio inferior con picardía, por lo que Tom se permitió albergar esperanzas. -Detesto a la gente impuntual, así que llega unos quince minutos antes.

—Llegar antes de tiempo también es impuntualidad.

—¿Qué puedo decir? Me encanta que esperen por mí.

Tom estaba completamente cautivado por el moreno, aun no daba crédito a que nada hubiera salido mal entre ellos pese a su mala racha. Quizá en realidad no existía tal y lo ocurrido en el último tiempo no era más que un cúmulo de coincidencias desafortunadas y él había sobre reaccionado un poco. Eso debía ser, porque el beso que Bill le dio en la comisura de sus labios al despedirse lo hizo sentir el hombre más afortunado de la…

—¡Despierta, idiota!

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—Es lo que yo quiero saber. ¿Quién era ese bombón que estaba contigo en la puerta de la academia? Has estado en la luna desde que subiste a la camioneta.

Tom carraspeó, incómodo, sin saber cómo abordar el tema de Bill con su amigo. Finalmente optó por salirse por la tangente.

—Mi cita del viernes. -respondió, alzando el papelito en que el moreno había apuntado la hora y la dirección de la cita.

&

Realizó cada una de sus actividades con la mayor precaución, con calma y poniendo suma atención a los detalles. Determinado a no darle chance al infortunio de arruinarle su cita con Bill.

La cita misma era un portento inexplicable. Tom siempre fue un conquistador, pero desde aquél fatídico viernes 13 las chicas lo rehuían como de la peste.

Faltando 45 minutos para la hora acordada se puso en camino. Sin embargo no llegó más lejos de la puerta del departamento, literalmente. Al coger el pomo y girarlo, se quedó con este en la mano. Sus desesperados intentos por recomponerlo no dieron resultado. Estaba encerrado en su casa.

No podía creerlo.

De hecho, lo peor era que si lo creía, ese tipo de cosas le eran tan habituales que ya no le sorprendían. Aunque una parte de si, muy en el fondo, conservaba la esperanza de que el infortunio le diera descanso por una sola noche.

Cabreado, se sentó en la alfombra, apoyando su espalda contra la puerta que ahora se le antojaba ofensiva.

Lo supo de antemano, en el preciso momento en que Bill lo sugirió: de nada valía entusiasmarse porque su mala suerte se encargaría de joderle esa única oportunidad.

Dio un par de cabezazos contra la hoja de madera. El chico realmente le gustaba, y al parecer era mutuo, pero le había dejado bien claro lo que pensaba de la gente impuntual. Al encontrarse con que había sido plantado no querría volver a saber de él.

Cogió el móvil y marcó su número, al menos le debía la gentileza de cancelar y no dejarlo esperando por alguien que no llegaría. Dio una excusa anodina, algo mucho más creíble que «me quedé encerrado en mi propia casa». Casi soltó un bufido cuando el chico le preguntó en tono que parecía genuinamente preocupado si se encontraba bien. Él no volvería a estar bien hasta que se quitara lo que fuera que traía encima y no tenía idea de cómo hacer aquello. Colgó, sintiéndose una mierda. De todas las situaciones por las que había tenido que atravesar las últimas semanas, alejar a ese encantador chico por lejos era la que más lamentaba. No solo lo atraía sobremanera, de lo poco que habían compartido aquella tarde le agradaba lo que alcanzó a conocer de él.

Pero no era momento de lamentarse. Necesitaba soluciones y pronto.

El cerrajero era lo más urgente, por lógica, pero escogió llamar a su amigo Georg. Con su mala racha, no quería que lo próximo que se supiera de él fuera que murió asesinado por un psicópata que fingía ser cerrajero a domicilio.

Luego de lo que le parecieron horas más tarde, se oyó el timbre. El sonido inesperado lo hizo saltar del susto.

—Hombre, ¡por fin! —farfulló a través de la puerta, poniéndose de pie—. Ésta mierda se salió de control yo…

—¿Tom?

Se quedó petrificado en su sitio. Esa voz le era ligeramente familiar… no era la de su amigo Georg.

—¿Bill? —muchas cosas se le vinieron a la mente, pero sólo una alcanzó a verbalizar— ¿Cómo supiste donde vivo?

—Tom, debo confesarte algo: soy un psicópata. Estoy ansioso por estrenar mi sierra nueva contigo. Según el catálogo, en este modelo la cadena no se atasca con los tendones.

Alcanzó a tragar grueso antes que el chico agregara—: Sabes que estoy bromeando. ¿Verdad? Tu llamada me preocupó, parecías tener problemas. Llamé al amigo de mi amigo, que te recomendó y le pedí tu dirección. ¿Estás bien?

¡Oh, sí! Estaba fantástico. Nunca en su vida estuvo mejor.

—Si. Estoy bien —moriría antes de reconocer al chico que era tan patético como para quedarse encerrado en su propia casa—. Surgió algo, regresé con mi novia. Lamento que hayas venido por nada, no quería hacerte perder tu tiempo.

En ningún otro momento de esos dos meses odió tanto la situación en la que estaba metido como en ese. Se desconocía, ese despojo inseguro y pusilánime no era él. La mierda de maldición o lo que fuera, lo cubría como una sustancia pegajosa y maloliente. Por más que intentara quitársela más se embarraba y acabaría por alejar a todos de su lado. Mejor era que se fuera olvidando pronto de ese chico

—Buen intento. Pero no regresaré a casa sin saber qué te ocurre, realmente me preocupó tu llamada. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

Sí que era persistente el chico, lo que halagó su maltrecho ego. Ya que no tenía alternativa —ninguno de los dos iría a ninguna parte. El chico por terquedad y Tom, por razones obvias— le hizo un relato resumido de sus desventuras del último tiempo.

—Como comprenderás —agregó, como corolario—, no hay forma de que puedas ayudarme. A menos que conozcas a una psíquica, un chamán o un buen exorcista.

—Tom, coge la perilla y ponla de regreso en su lugar.

—¿Qué? Está rota, lo he intentado mil veces.

—Entonces una más no hará daño. Has lo que te pido.

Farfullando un «ya qué» obedeció las palabras del chico. Se le escapó un jadeo cuando vio que, efectivamente, la perilla giró sobre su eje y la puerta se abrió suavemente hacía el interior, dejando entrar a su cita frustrada. O eso creía, el chico lucía muy diferente de como lo recordaba.

Su cabello lo llevaba levantado, semejando una frondosa melena de león, y las elegantes ropas formales las había cambiado por jeans, una camiseta de calaveras doradas y una chaqueta de cuero. No podía decir que el cambio no era de su agrado.

No bien Bill entró, la perilla volvió a desprenderse. Embobado como estaba (mirándolo) Tom no alcanzó a reaccionar con suficiente prontitud y evitar que la puerta se cerrara de nuevo.

—Ahora estás encerrado conmigo –aseguró. Bill no lucía molesto por ese hecho, quizás esa si fuera una cita provechosa, después de todo.

—Hagamos que valga, entonces.

El moreno parecía tener cierta obsesión por su cabello, porque volvió a acariciárselo, esta vez no había avispas de por medio que pudiera esgrimir como excusa.

Tom era de aquellas personas quisquillosas que no permiten que les toquen el pelo, inclusive en la intimidad resultaba bastante majadero al respecto. Empero, algo tenía este hermoso chico que él no podía negarse a sus caprichos.

—Tienes un cabello abundante –afirmó el moreno, quitándole la goma para acariciarlo libremente con ambas manos—, eso es bueno. Podemos empezar por ahí.

Ignoraba qué se traía en mente, tampoco quiso preguntar. Le bastó verlo agacharse en medio de su sala y apartar la mesa ratona para que le agradara el rumbo que estaban tomando las cosas.

Definitivamente esa velada pintaba ser muy interesante. El moreno le ordenó quitarse su camisa y zapatillas, mientras él a sus espaldas se desembarazaba con premura de su chaqueta y botas.

Tom no perdió tiempo en solicitar explicaciones, si el chico que lo traía de cabeza lo mandaba a desnudarse, las palabras salían sobrando y él lo entendió así.

En cuanto Bill estuvo listo y se volteó hacia él, Tom lo atrapó en sus brazos y le robó el beso que venía deseando desde que lo conoció, un par de días atrás en la academia de mascotas.

Tras la sorpresa inicial, el otro chico le respondió con bastante entusiasmo.

Para ser un beso tentativo fue bastante satisfactorio. Los labios de Bill eran suaves y el gloss que usaba esa noche tenía un ligero sabor frutal que le hizo desear quitárselo a lamidas.

El beso se fue apagando de manera reposada, con leves roces y un suave jadeo de parte del moreno, que le indicó a Tom que este casi se había quedado sin aire.

—De acuerdo. No volveré a sugerir que eres lento. Pero… —esa última palabra, y una firme mano manicurada sobre su pecho, detuvieron todas las intenciones de Tom de ir por más— Tenemos asuntos importantes que resolver antes.

—¿Antes de qué? —quiso saber, en parte frustrado, en parte acalorado por la cercanía del cuerpo que mantenía firmemente asido contra el suyo.

Bill no respondió, se limitó a darle una sonrisa de malas intenciones y ordenarle sentarse justo en el centro de la alfombra.

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En su largo historial de conquistas Tom había tenido algunas citas bastante raras, incluyendo la de aquella pelirroja, que resultaron ser un par de gemelas y que cambió radicalmente su concepto sobre los tríos. Pero ninguna fue tan extraña como su primera cita con Bill Kaulitz.

De verdad se estaba relajando, y sólo dios sabía cuánto lo necesitaba. Llevaba un buen tiempo sin dormir bien. Le costó bastante aceptarlo, pero una vez se resignó a que esa noche probablemente no acabaría en la alcoba, se entregó a las manos expertas del moreno.

Se sentía fantástico, como si flotara en un ambiente ingrávido, completamente aislado de cualquier sonido que no fuera la aterciopelada voz de Bill, murmurando frases ininteligibles.

Cuando el moreno se situó a sus espaldas y anunció: «Tom, guarda silencio, voy a trenzar tu cabello», de la forma ceremoniosa que otro emplearía para decir «y con estos óleos, yo te bautizo. «él había fruncido el ceño y mirado por sobre su hombro.

—¿Cómo dices?

Con semejantes preparativos había esperado una actividad de otra índole. Más en la línea de un sensual masaje.

Bill cogió su cabello con una mano y lo separó en hebras, mientras le explicaba calmadamente sobre los diferentes tipos de energías que circulaban por los objetos y seres vivos. Un largo rodeo que Tom, fastidiado, interrumpió ácidamente con un: «no le veo el punto, y disculpa, pero el rollo esotérico no me va».

Quizá fue un poco más rudo de lo aconsejable, pero ya estaba medio cachondo y ello lo volvía menos tolerante a asuntos en los que, de todas maneras no creía.

—Si deseas combatir la Fechglück que cargas contigo necesitas echar mano a todos los recursos que tienes a mano.

—¿En qué puede ayudar una estúpida trenza en quitarme la racha de mala suerte?

—Tom, ¿eres un escéptico?

La pregunta salía sobrando.

—¡Si!

—¿Pero una sucesión de desgracias te convenció de la existencia de la mala suerte? —guardó silencio, de alguna manera aceptar aquello implicaba darle la razón a Bill en sus locuras—. «Típico«—murmuró.

—¿Qué es lo «típico«?

—Que el mal se asuma con docilidad. Estás dispuesto a permanecer con laFechglückcon tal de no aceptar que hay fuerzas que escapan de tu comprensión racional.

—No es tan así.

De hecho estaba evaluando la idea de ir en busca de una bruja que le ayudara con su problema, pero ya puestos, todo ese cuento de las energías y la magia se le hacía un poquito difícil de tragar. Que un acto tan mundano como cambiar de peinado tuviera poderes mágicos le resultaba aún más irrisorio.

—¿Qué tal si me das el beneficio de la duda?

—Bill, yo no creo que…

—Entré a tu piso, que no pudiste abrir por tus propios medios. Explíqueme eso, señor escéptico.

Obviamente no pudo y tuvo que claudicar.

Aun le parecía inconcebible que las múltiples trencitas, que ahora cubrían su cabeza casi por completo, sirvieran como una suerte de «contra-maldición», por mucho que el otro chico explicara:

“El pelo simboliza las diferentes fuerzas humanas. Cuando lo dejas suelto no estás controlando esa fuerza, pero si lo agrupas en tríadas unificas Mente, Corazón y Alma. Aunque te suene absurdo, una ‘simple’ trenza consagrada en la forma apropiada puede protegerte de hechizos y alejar a los malos espíritus”.

Pero al menos el movimiento y esa especie de cántico que Bill entonaba muy bajito al trenzar, era sumamente relajante.

Su voluntad se había relajado junto con sus músculos, y ya no puso reparos ante las posteriores órdenes del otro chico: “Ahora, ponte de pie, piernas separadas, brazos extendidos a los costados, ojos cerrados”.

—¿Seguro que no planeas meterme mano? —Bromeó.

—No necesito que los cierres para eso –afirmó y no encontró mejor forma de probar su punto que darle una juguetona nalgada.

Mantuvo los ojos obedientemente cerrados, en ese punto podía prescindir del sentido de la vista. Aún deslizándose en calcetines sobre la alfombra, podía percibir la presencia del cuerpo de Bill, moviéndose en torno a él. Su corazón empezó a latir más fuerte cuando cayó en cuenta que esa onda cálida que sentía alrededor provenía del otro chico. No le encontraba explicación, pero era real y una vez se hubo acostumbrado a su cercanía, exhaló con fuerza y su ser se llenó de calma.

Ahora Bill se encontraba frente a él, lo suficientemente alejado para que su aliento no lo rozara, pero lo bastante cerca para sentir su calor alrededor de su cuello.

Tom sonrió cuando una muy corpórea mano hurgó por el bordillo de su camiseta y jaló el dije que colgaba en su pecho.

—¿Qué es esto?

—Es la púa que Joe Perry lanzó en el Oberhausen, el año pasado.

—¿Llegó directamente a tus manos o peleaste por ella?

La pregunta pareció tener importancia y por ello respondió con honestidad. A los cotillas solía inventarles una historia grandilocuente.

—Ni lo uno ni lo otro.

—¿Eh?

—Me cayó en el vaso de cerveza —confesó. Pudo oír claramente como Bill reía por lo bajo.

Esa respuesta debió significar algo, porque el otro chico regresó el pendiente a su lugar.

La inspección continuó recorriendo su cuerpo, al llegar a su brazo derecho oyó un hondo jadeo.

—¡¿Que rayos es esto?!

Abrió los ojos, asustado por el punto de pánico en la voz de Bill. Que jalaba la manga de su camiseta, como si temiera tocar la esclava que traía en su muñeca.

—Me la regaló mi ex, el día del matrimonio de mi padre.

—¿Por qué aun no te has deshecho de ella?

—Ahora que lo preguntas, ni siquiera recordaba traerla puesta.

Por la forma en que Bill frunció el ceño y continuaba evitando tocar la joya directamente con sus manos Tom adivinó que algo andaba mal con ella.

—Es probable que se trate de un encantamiento de amarre –explicó—. ¿Dónde está la cocina?

—La puerta de la izquierda ¿Amarre? ¿No se supone que esas mierdas son para unir parejas? Yo terminé con ella esa misma noche.

—Tom, ¿no lo entiendes? Ese tipo de magia jamás termina bien. El amor es sinónimo de libertad, no puedes forzarlo porque lo obligas a ir contra su naturaleza. Por eso se convirtió en un fechbringer, un amuleto de mala suerte.

Bill regresó con una servilleta de tela, que usó para manipular la esclava. Tom lo siguió de vuelta a la cocina, en donde el chico abría puertas y manipulaba cacharros.

—¿Dónde guardas los cristales de sal? —preguntó, poniendo la joya sospechosa en un bol redondo—. Olvídalo, ya los encontré.

Tom veía a su cita medir porciones de sal y agua, mezclarlas como siguiendo un extraño ritual y, al igual que hizo mientras trenzaba su cabello, salmodiar palabras que él no consiguió descifrar.

Esa noche había tomado un rumbo impensado, pero Tom ya no estaba enfadado y no sólo por haberse ahorrado buscar una psíquica (quién, probablemente, lo hubiera timado).

—Listo, debes dejarla reposar por 24 horas –indicó Bill, con ese tonillo autoritario que a él, lejos de molestarle, lo alborotaba de pies a cabeza.

—¿Y luego, puedo tirarla a la basura? ¿Así, nada más? —inquirió, tendiéndole al otro chico una de las cervezas que sacó de la nevera.

—Si quieres que acabe en las manos de alguien inocente y la historia se repita…

Las orejas se le encendieron, percatándose de la estupidez que acababa de preguntar. Dio un largo trago a su cerveza, desviando la mirada de esos ojos almendrados. Ahora Bill debía estar creyendo que era un idiota o un irresponsable, o ambas cosas.

Si Bill pensó aquello no lo dijo, tapó el bol con la esclava sumergida en agua con sal marina y la dejó sobre la mesa ratona, que previamente había ubicado en un lugar estratégico y desprovisto de su anterior contenido.

—…antes de deshacerte de ella la sacas con cuidado y la envuelves en un pañuelo negro. El lugar más seguro para tirarla es un flujo de agua constante. Un río, de preferencia de aguas claras —y, agregó con afabilidad, ante su cara de desconcierto—: No te sientas mal, es un error común. La mayoría de la gente no sabe cómo actuar ante la magia, cualquiera sea su tipo.

—¿Quién eres? ¿Alguna especie de brujo de medio tiempo? —Preguntó Tom, medio en broma.

Bill estuvo a punto de escupir su cerveza.

—No, sólo tuve que aprender un par de cosas, por necesidad más bien —como Tom lo alentara a seguir contando se agarró un mechón de cabello con algunas hebras blancas—. Solo digamos que esto no es tinte.

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Los padres de Bill se divorciaron cuando él tenía 16, pero los problemas comenzaron mucho antes.

Como en toda pareja que se niega a aceptar que lo suyo está irremediablemente roto, la tensión era cada día más patente, aunque no explotaba de forma concreta. Bill y su hermana fueron el recipiente de toda esta tensión. Ilse bajó ostensiblemente su desempeño académico y él vio su salud desmejorada, al punto de que a los 14 años comenzaron a salirle canas de forma prematura.

Fue su abuela materna quién notó que el ambiente nocivo en esa casa los estaba perjudicando, y se los llevó con ella. Sin embargo el cúmulo de malas energías permaneció aferrado a ellos. La mujer, que creía firmemente en el poder de la magia y su influencia en la vida cotidiana, recorrió cada vivero de la ciudad hasta conseguir dos tréboles de cuatro hojas y se los dio con la premisa de mantenerlos siempre con ellos.

Aquello ayudó a paliar el problema, en parte. El moreno no se explayó en ese punto del relato y Tom no creyó conveniente presionarlo. Sin embargo un detalle picó su curiosidad

—¿Un trébol? –su expresión de incredulidad debió ser evidente porque Bill le explicó, en el tono que se usaría para hablar con un niño pequeño.

—Es un símbolo universal de buen augurio. Y sí, señor escéptico, de verdad funciona. Aún lo llevo conmigo, a todas partes

—Debió marchitarse en algún momento –porfió, aun sin convencerse—, no es la clase de amuleto que puedas conservar.

—¿Quieres apostar? –Afirmó Bill, con picardía, dejando su cerveza sobre el piso a falta de la mesa.

Tom imaginó unas penosas hojitas mustias envueltas en un pergamino o algún otro tipo de material cabalístico. En un ningún momento pasó por su mente que el chico se incorporaría del sillón, alzaría su camiseta, jalaría hacia abajo la cinturilla de sus jeans y…

—¡Joder!

—¿Ahora si me crees? La cuarta hoja del trébol representa la salud, ¿ves? –Explicó, recorriendo con un dedo el tatuaje en su cadera.

Las palabras estaban escritas dentro de cada hojita, ordenadas según el sentido de las agujas del reloj: Esperanza, Fe, Amor y Salud.

Tom carraspeó cuando Bill alzó la cabeza y lo pescó lamiéndose el labio inferior, con la mirada perdida en su pelvis.

—Precioso… Y el tatuaje también –comentó, estirando la mano para tocarlo.

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El moreno parecía escapado de las páginas de un libro de fantasía, antes de topárselo en su camino no tenía idea de que personas como él existieran en el mundo real.

Bajo su mirada gatuna se ocultaba una criatura fascinante, apenas había tenido un atisbo de ella y no bastaba con una cita de una noche para capturarla en su totalidad. Tom quería conocer todo de él. Más que eso, el anhelo de conservarlo se le hacía menos descabellado ahora que no estaba bajo la influencia directa del fechbringer.

Hasta se le pasó por la cabeza la ridícula idea de enviarle un ramo de flores (junto a una tarjeta de agradecimiento) a su ex. Después de todo, fue merced a su intervención que se vio inmerso en la cadena de acontecimientos que lo llevaron a conocer al otro chico. Ante ello, su periodo de oscuridad le supuso un justo precio a pagar.

Meneó la cabeza, divertido por semejante pensamiento. Probablemente era la adrenalina la que pensaba por él, o la cuarta o quinta cerveza que corría por su sistema.

Sobreseasunto de los amuletos…d´jameversientendí—preguntó, ya enredándose un poco con las palabras—, ¿debes mantenerloss´emprecontigo? ¿Estoy enlossierto?

—Ajap.

—Sólo me queda una duda más. ¿Quiere ser mi amuleto?

Bill se acurrucó contra él, descansó la cabeza en su hombro y le susurró.–“Pregúntame de nuevo mañana, cuando estés sobrio. La respuesta podría ser si”

F I N

Escritora del Fandom

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