One-Shot de Lenz Schwarz
«Limpiaparabrisas»
Después de un merecido baño y desayuno casi completo, Tom había salido tranquilamente hacia su trabajo, sin prisa alguna. Dado que le agradaba siempre madrugar, esa no había sido la excepción.
Tomó las llaves de su Audi negro y tras una despedida a su pequeño bebé (un perro) había cerrado perfectamente bien para encaminarse por las largas carreteras de Berlín.
La música sonaba a casi todo volumen mientras cantaba y/o tarareaba las canciones que se sabía a medias, con un cigarrillo manipulado por su mano izquierda y manejando con la derecha como todo un profesional.
El rojo le había agarrado por tercera vez en todo el camino y tuvo que esperar unos cuantos minutos mientras disfrutaba aún mejor de la nicotina matutina. Esperaba por todos los cielos y rezaba a todos los dioses que ningún sabandija se apareciera en los altos que le tocaban, a intentar lavarle el parabrisas.
Estaba harto de esas personas. Y es que en verdad no sabía si todos aquellos eran sordos o se hacían realmente bien. Alguna vez creyó que todas las personas que quedaban sin la habilidad de escuchar se dedicaban a eso, porque… ¿Qué otra explicación podría haber para hacerse los idiotas, tanto o más como ellos lo hacían? Si preguntaban y uno les decía que sí, ¡perfecto! Le limpiaban –cabe resaltar, perfectamente bien– el parabrisas, pero si les decía que no, parecía otro sí en algún otro idioma que ellos hablasen en común, pues también le limpiaban.
Aún así él pasara repitiendo una y otra vez durante el tiempo que ellos tardaban limpiando, que no; ellos seguían ahí, dale que dale en la limpieza del vidrio. Y si no fuera poco, aún habiéndoles dicho un NO, tenía que pagarles y en caso de ser justos y no hacerlo, ellos le recordaban a todo pulmón todo su árbol genealógico familiar, conociese a sus parientes o no. ¡Cómo jodían! Estaba realmente harto de aquellas personas, hacían que su bilis subiera hasta su garganta y ésta se hiciera un nudo de aquellos profesionales, que sólo se ven en los audífonos dentro del bolsillo.
Pero ese día era diferente.
Justo un hombrezuelo se le acercó con intensión de limpiar su pulcro automóvil. Tom estaba a punto de decirle que no hasta que posó su vista en él. ¿Quién lo hubiera dicho? Alguien con un perfecto torso cubierto por una playera muy pegada, al igual que el diminuto short de mezclilla entallado en esas torneadas piernas blancas, a juego con los tenis converse –sin intensión de hacer promoción–. El cabello corto azabache y ojos perfectamente maquillados… Y esa sonrisa ¡Oh! Jodida sonrisa mata seres. Que un rayo le partiera si no era la más hermosa que hubiese visto.
Todo bien hasta que vio sus largas y delicadas manos sostener una pequeña botella llena de jabón y una franela, y en la otra una esponja y un jalador. Y que otro rayo pasara sobre él si su boca no había llegado hasta sus muslos, porque, seamos honestos; eso tenía que ser una broma. Un hombre tan bueno como él no podría limpiar su auto y tampoco es que quisiera tener erecciones matutinas, gracias.
¡Oye, no! Quiso decir, pero definitivamente, la imagen que a continuación apareció justo enfrente de sus ojos, le calló la boca casi a segundos de haberla abierto para protestar; el hermoso chico de cabello negro, comenzó a limpiar el parabrisas, recargando su perfecto torso en el cristal del Audi; no, no lo recargó, ¡lo restregó en el cristal ahora perfectamente mojado!
Tom alcanzaba a ver los pezones erizados del muchacho en cuestión, a escasos centímetros de su figura. Dios, quería romper el vidrio y lamérselos, delinearlos lentamente con el músculo que escondía dentro de su boca.
El chico restregó su cuerpo totalmente, haciendo que incluso una parte de su pegada playera se levantara, dejando ver la mitad de un tatuaje plasmado en su delicada y tersa piel blanca. Y entonces, a Tom no sólo se le antojó lamerle los pezones, quería lamerle también ese tatuaje, y bajar un poco más, para averiguar qué otras cositas podría lamer…
Se golpeó internamente cuando su cabeza comenzó a crear escenas no aptas para menores de edad con el limpiaparabrisas, el cual seguía en su ardua tarea de excit… Limpiarle el cristal.
Tragó saliva, apretando notablemente el volante. Mierda, una parte muy, muy íntima comenzaba a dolerle, y no precisamente porque se hubiese golpeado, sino más bien, le dolía por tener tremendo espectáculo frente a sus narices.
El chico de cabello negro finalmente se bajó del capó, limpiando cualquier rastro de jabón que pudiera opacar su pulcro trabajo, con el jalador poco profesional que cargaba, y le brindó una penetrante mirada a través del ahora, limpio cristal.
Tom bajó lentamente la ventana. Sentía como la mano le temblaba ligeramente cuando presionaba el pequeño botón situado a su izquierda.
Se aclaró un poco la garganta, al mismo tiempo que hacía opresión en la parte baja de su pantalón, y alzó levemente una ceja, mirando de igual manera al pelinegro.
— ¿Cuánto te debo, precioso? —Intentó sonar lo más casual, y menos nerviosamente como sus instintos se lo permitieron, y sacó su brazo izquierdo fuera del vehículo, inclinándose un poco hacia el chico ya mencionado.
—Lo que gustes darme —El chico sonrió ampliamente, mientras relamía sus labios, inclinándose igualmente hacia la figura del contrario.
Verde.
Joder, el semáforo.
Tom rápidamente reaccionó, intentando pensar con la cabeza lo más fría que pudiese en ese instante. Sacó un par de billetes del bolsillo, intentando por todos los medios existentes el no gemir como una ardilla cuando su pantalón rozó la erección; y le tendió unos cuantos al sexy chico que le esperaba con una de las sonrisas más eróticas que pudo haber visto en su vida.
No importaba si ahí se iba toda su mesada, quería huir de ahí y punto.
—Gracias, nene —El de cabellos negros le guiñó el ojo, mientras Tom tragaba duro y pisaba el acelerador. Unos cuantos ya se veían con cara de recordar todo su árbol genealógico.
La oficina estaba patas arriba. Incluso puede que un huracán hubiese tenido envidia de Tom si veía la magnitud del desastre, pero eso sólo era gracias a la desesperación por encontrar algo.
Tom no recordaba dónde demonios había dejado el proyecto por el que tanto había trabajado la noche anterior y el protagonista por tan hermosas y perfectas ojeras (noten el sarcasmo). Prácticamente ni había dormido y estaba a punto de chillar como nena por no encontrar el dichoso documento «hijodeputa» según él.
—A ver Tom, piensa un poco, ¿quieres? —se dijo a sí mismo, intentando calmarse— Intenta recordar qué demonios hiciste esta mañana y así ver dónde dejaste esas estúpidas hojas de las cuales depende tu vida en estos momentos. Has que tu ardilla trabaje…
Me levanté y me hice una paja –que por cierto estuvo muy buena– y me metí a duchar. Eché mil y una maldiciones cuando el puto shampoo se me metió al puto ojo y casi me mato en plena regadera… Media hora después salí y me cambié con casi lo primero que pillé en el clóset —Tom movía la cabeza de un lado a otro cada vez que recordaba alguna cosa, manteniendo el ceño fruncido—. Bajé y prendí el televisor para ver las jodidas noticias y luego vi que el documento estaba sobre la mesita. Caminé un poco y luego me fui de culo por el estúpido juguete de Caninos (el perro) y le correteé por toda la casa como para que me terminara de hacer una mascarilla de baba…
Luego… ¿Qué pasó? ¡Ah, sí! Me rugieron mis tripas como un león, dejé al chucho este y me fui a preparar un rico y delicioso desayuno. Volvió de nuevo Caninos y me tiró el estúpido café encima… Después de casi hacerme encima, me cambié y vi el reloj. Salí a tiempo y tranquilamente hasta que vi al hermoso moreno sexy y caliente que me limpió el parabrisas, con sus perfectos shorts pegados y la camisa mojada dejando ver sus… —Tom se abofeteó mentalmente, más por evitar una erección en un momento crítico como ese—. Okay, concéntrate, estúpido. Luego de eso viniste hasta acá, comenzaste a buscar el proyecto porque querías checarlo a última hora y no lo encontraste. Pusiste la oficina patas arriba y ahora estás aquí hablando contigo mismo como estúpido, intentando recordar dónde mierdas dejaste el… —Abrió los ojos con una naciente sonrisa. Era un idiota de los mejores— ¡Pero qué imbécil eres, Tom! Lo dejaste en la mesita. No lo guardaste por culpa de tus malas pasadas en la mañana… serás estúpido.
Con una sonrisa, Tom miró su reloj, percatándose que tenía treinta minutos aproximadamente antes de que la reunión empezara. Comenzó a buscar sus llaves y entonces se desesperó al no encontrarlas. Pasaron alrededor de cinco minutos más en los que casi se muere de un infarto de nuevo, hasta que encontró la caniquita con sus llaves muy cerca del bote de la basura. Suspiró aliviado y entonces corrió a su auto para ir a casa.
Para su fortuna no había tráfico alguno y pudo llegar a tiempo a su casa. Entró rápidamente y se dirigió al living, específicamente en la mesita donde descansaban alegres las hojas en las que se había esforzado tanto. Las tomó casi carcajeándose y volvió a salir, prendiendo su coche y acelerando para llegar a su trabajo.
Casi no le habían tocado altos en el camino de regreso, salvo uno que era el que duraba más tiempo. No le importó mucho, tenía un buen tiempo para llegar al trabajo.
— ¿Le limpio el parabrisas? —Escuchó una voz irritante. Puso los ojos en blanco.
—No… —No terminó la frase cuando observó el líquido impactarse en el vidrio y éste comenzar a restregarlo. ¡Estúpido! — ¡Te dije que no, imbécil! ¿Acaso no sabes lo que es un no?
—Bájale tres rayitas a tu tono de voz, hermano —el otro se indignó—. Todavía que te hago un favor, me gritas… ¡Qué grosero!
—Pero si te dije que no quería, y tú todavía me reclamas a mí —Tom intentó no alzar la voz.
— ¡Nunca me dijiste nada! Además, tu vidrio estaba demasiado sucio, yo sólo hago lo que el corazón me dicta.
— ¡¿Sucio…?! —Contó hasta diez mientras suspiraba. Este sujeto comenzaba a sacarle de quicio— Ya me lo habían limpiado hace algunas horas, gracias. Y como te dije, yo no quería que me lo limpiaras, así que como no obedeciste, no esperes que te de algo a cambio.
El otro sujeto abrió los ojos y la boca mientras exageraba su indignación. — ¿Disculpa? Todavía de que me esfuerzo en hacer mi trabajo, ¿no quieres pagarme por ello? Déjame te recuerdo que te estoy haciendo un favor, no sabes cuántos músculos muevo mientras te limpio tu parabrisas, ni lo cansado que es esto, tampoco lo que tengo que aguantar o el frío que siento al mojarme… Ustedes no piensan en nada, y todavía piensas que te la voy a hacer de a gratis. Eres un desconsiderado, tú no te irás al cielo con zapatos… ¡Es más, ni con calcetines!
Tom comenzaba a desesperarse, principalmente porque el tiempo pasaba y tenía que irse sea como sea, añadiendo que estaban llamando la atención a los demás y eso le molestaba. Al menos en ese momento.
— ¡¿Qué demonios pasa aquí?! —Un hombre pelinegro salió en la discusión, completamente confundido. Tom casi se ahoga en su propia saliva cuando lo divisó bien.
Era el sexy-erótico-caliente-y-follable pelinegro que le había limpiado el parabrisas anteriormente. Mierda.
— ¡Este desconsiderado no quiere pagarme! Encima de que le hago un favor, se indigna y me grita… ¿Crees que es justo el aguantar todo esto? No.
El moreno rodó los ojos y luego observó a Tom. Segundos después sonrió de forma traviesa.
Tom casi se derrite. —Le dije que el mío ya me lo habían limpiado. Es más, tú fuiste quien lo hizo y le dije claramente que no quería. Pero no. Así que no espere que le dé algo cuando yo no pedí nada.
El otro individuo se enojó y casi se le echa encima si no fuera porque el moreno lo detuvo.
—Calma, Brian.
Tom se desesperó y abrió la puerta para bajarse, golpeando un poco al moreno que ni se inmutó por ello. — ¿Saben? Tengo mucha prisa y lo único que quiero es irme de aquí, toma esto y espero que te cierres la boca de una puta vez —Le tendió unos cuantos euros al otro y luego se subió a su coche.
El de cabellos negros sonrió a Tom, poniéndole nervioso. Éste, un poco histérico por la falta de tiempo y con el cuerpo tiritándole gracias a cierto espécimen humano que estaba cerca –demasiado– de él, terminó de subirse al coche y usó más fuerza de la usual para cerrar la puerta, escuchando algo romperse. Como tela al ser rasgada.
Un ruido. Uno rápido. Seguido de un pequeño chillido un tanto afeminado.
Tom volteó a su izquierda y se horrorizó.
El pequeño, diminuto, micro-short –casi inexistente, cabe mencionar– que portaba el moreno, había sido cruelmente desgarrado de tal forma, que prácticamente quedaba la mitad de lo que era. Sin darse cuenta, se había atorado en la puerta de su coche y al ser ésta cerrada, se había rasgado hasta romperle una muy buena parte de la prenda. Bien podía verle una parte de la nalga… ¿Qué mierdas haría ahora?
— ¡Mierda! —El de cabellos negros intentó cubrirse toda la piel expuesta, fallando en el intento.
El rostro de Tom bien podía humillar a un tomate fácilmente, las manos le sudaban y casi la da un paro cardiaco ahí mismo. ¿Qué hacer? Tenía el tiempo contado, y no podía dejar al sexy chico ahí, con una violación a cargo de consciencia.
— ¡Sube! Vamos.
El pelinegro se quedó estático. ¿Había escuchado bien? — ¿Qué?
—Sube. No planeo dejarte aquí con medio trasero al aire y corriendo el riesgo de que te violen por ahí. Además, lo que pasó fue por culpa de mi coche, por lo tanto, directa o indirectamente es mi culpa. Déjame arreglarlo, ¿quieres? Es sólo que ahorita tengo que entregar algo, después seré completamente tuyo —Después de escucharlo, el contrario subió seductoramente sus cejas y luego sonrió, mordiendo su labio. Tom tembló al ver eso. Suspiró—. Sólo… sube.
—Bueno, ya que insistes taaaanto.
El moreno le miró entre divertido y una pizca de lujuria, haciendo estremecer al otro y poniéndolo nervioso.
Tom tragó duro al verle subir. Sería una tarde muy movida y un tanto incómoda con aquel espécimen sexual a su lado que sólo le veía, haciéndole sudar.
Un momento… ¡¿Eso era una tanga?!
Joder.
*~*~*
Solo faltaban cinco minutos para que la junta iniciara y Tom acababa de aparcar en el estacionamiento su muy lujoso y limpio coche. Giró casi totalmente mientras estiraba su esbelto cuerpo y tomaba de la parte trasera aquel informe que tantos dolores de cabeza le había causado, iniciando desde ayer.
—De acuerdo… —Tom le miró interrogante, preguntándole mudamente su nombre.
—Bill. Mi nombre es Bill.
—Está bien. De acuerdo Bill. Quiero que te quedes aquí, no salgas ni hagas nada extraño, ¿está bien? Yo sólo… entregaré esto y vendré lo más pronto posible y veremos lo de tu… tu…
Bill sonrió lascivamente y le miró con un deje de lujuria. Movió su cuerpo a modo de mostrar un poco más de carne y confirmando la duda existencial de Tom. Sí, Bill traía una tanga roja.
Tom tragó duro.
— ¿Mi ropa? —Bill sonrió al notar al otro temblar. Instintivamente bajó su vista hasta sus pantalones, sonriendo al ver algo moverse por ahí dentro— No te preocupes, puedo esperar así unos momentos más, quizá horas, no sé. Me siento cómodo así, ¿sabes?
Bill abrió sus piernas, suficiente para que Tom terminase de tener una erección y casi corriese de su lado.
—Bien, no hagas nada malo. Ya vuelvo.
El de trenzas por poco y tropieza al alejarse corriendo. No era muy cómodo caminar con algo despierto entre las piernas, menos correr con ello.
—¡¡TOM!! ¿Dónde estabas? —Su jefe estaba prácticamente rojo. La crisis nerviosa se notaba a kilómetros de él.
—Corrigiendo esta cosa, había impreso algo mal. Pero aquí está —Se lo tendió—. Justo a tiempo… En un minuto comienza la junta, así que le aconsejaría que se vaya preparando, jefe.
Dieter suspiró. ¿Qué haría con Kaulitz?
—Nos vemos mañana, muchacho.
— ¡Gracias, jefe! Y suerte…
Dieter sonrió con malicia. —Supongo que soy yo el que te tiene que desear suerte con… —El jefe apuntó a cierta protuberancia entre los pantalones de Tom— eso. Dudo que sea fácil deshacerse de él, ¿no?
—Eh… yo —Se sonrojó.
—No le vayas a sacar un ojo a alguien, muchacho, que no quiero pagar el seguro de esa persona, gracias —Dieter se carcajeó—. ¡Oh, Dios! Quién iba a decir que hoy nos habíamos levantado tan… alegres.
Tom no podía sentir más caliente su cara.
—Me-mejor me voy…
—Anda, suerte con el amiguín.
Tom casi corrió escuchando una risita –que en ese momento comenzó a odiar– de fondo, de un divertido Dieter que se dirigía a la sala de juntas. Él sólo quería desaparecer.
Una vez que estuvo abajo, inhaló todo el oxígeno que pudo para intentar bajar el bochorno de su rostro. El caminar le era demasiado difícil con tremendo problema en sus partes nobles. ¡Maldito Bill! Le estaba haciendo el día imposible, su pene dolía.
Por fortuna, comenzaba a bajar. Sólo así pudo dejar de caminar como un pingüino.
— ¡Ey! ¿Por qué caminas así, nene? —Bill sonrió con burla. Disfrutaba sumamente cada actitud que el trenzado mostraba. Definitivamente le encantaba provocarle.
—Oh, cállate, moreno. Por tu culpa seré el hazme-reír de toda la jodida empresa. ¡Gracias!
— ¡No agradezcas! Lo haré cada que pueda… —Bill se acercó a Tom quien ya estaba acomodado en su asiento, preparándose para conducir. Sopló en su cuello sintiéndolo estremecer y gimió un poco. Provocando lo mismo en Tom.
— ¡Espera, joder! Tengo que manejar y no quiero chocar en el camino. ¡Vivo de esto! —Señaló su rostro— Es lo más preciado que tengo.
—Puedes vivir de algo más —susurró el moreno con voz provocativa—. Ya sabes.
Tom tragó duro, ignorando el guiño de Bill y su continua carcajada. Maldito. Sólo esperaba llegar con vida a su departamento.
Encomendaba a las deidades celestiales su vida y el destino con aquel sex-symbol.
Los minutos iban pasando, y a Tom eso lo ponía cada vez más nervioso. ¿Cómo lidiar con un follable limpiaparabrisas en la parte trasera de su coche, sin prenda alguna más que su excitante tanga roja? Comenzaba a pensar seriamente que había sido un error el haberlo subido a su coche, y más porque lo hizo para evitar una violación al pelinegro, y justo ahora, creía que esa salvación podría irse al caño si lo tenía extremadamente cerca como ahora.
Se concentró en el camino, esquivando algunos baches, y finalmente cuando se encontraba relativamente cerca de su casa, respiró aliviado, sintiendo la relajación fluir por sus venas. Aunque… Pensándolo mejor y más profundamente, estar solo, en la casa con el pelinegro de escasa ropa, no tendría que hacer algo que lo relajara, ¿o sí? Entonces, volvió a ponerse nervioso e hiperventilar internamente gracias a sus conjeturas. Felicidades, Tom, vas empeorando.
Aparcó finalmente en el lugar en el cual lo hacía todos los días. Le dirigió una breve mirada al pelinegro y salió de su coche, seguido del mismo muchacho que se había encargado de joderle el día, aunque Tom todavía no experimentaba realmente cuánto podía llegar a joderle…
Ambos entraron a su casa, cerrando la puerta después. Tom se recargó en ésta, esperando que Bill por fin dijera algo. El pelinegro volteó su mirada, clisándola con la suya. Una oleada fría, o más bien, caliente, recorrió su espina dorsal cuando el muchacho sonrió, lamiendo sus labios, mientras se bajaba lentamente –tortuosamente– lo que quedaba de la tela de su inexistente short, arrastrando también la tanga roja por sus delgadas, pero contorneadas piernas blancas.
Tom quiso que la tierra lo tragase. Mierda, ¿qué se suponía que tenía que hacer con lo que estaba pasando en ese momento? ¿Quitarse también los pantalones y bóxers? ¿Mirarlo con superioridad y tomarlo en la misma sala donde invitaba a sus amigos a charlar un rato? ¿Ofrecerle nuevos pantalones? Tal vez…
—Amh… —se aclaró la garganta, rascando levemente su nuca. No quería sonar demasiado interesado o nervioso, pero tampoco podía evitar mirar de vez en cuando el perfecto miembro del chico en cuestión.
—Shh, no tienes que decir nada —contestó Bill, acercándose a su persona, con pasos lentos pero seguros, hasta llegar a su posición. Pasó sus delicados brazos por su cuello, rasgando ligeramente la piel de Tom, en el acto.
— ¿No quieres unos pantalones nuevos? Puedo conseguírtelos ahora mismo… —indagó, sintiéndose más nervioso de lo que se había sentido en toda su vida.
Joder, el pelinegro le causaba sensaciones que nunca antes había sentido, y justo ahora no tenía la más mínima idea de lo que debería hacer. Pero vamos, al diablo con lo que se debe hacer; no siempre tienes a un sexy pelinegro con nada de ropa por debajo de la cintura e insinuándote que deberían de aprovechar el tiempo en algo más que sólo platicar, ¿o sí?
—Quisiera algo más. Los pantalones sobran justo ahora, ¿no te parece?
—Tal vez —Tom asintió, posando finalmente sus manos en la cintura del limpiaparabrisas.
—Por cierto, no me has dicho tu nombre —recordó el chico, pasando algunas veces su lengua por el cuello de Tom, provocando que éste sintiera escalofríos y por consiguiente, que su miembro –ya despierto– vibrara ante el contacto e incrementara más –si se podía– su tamaño.
—T-Tom —dijo, trabándose un poco. Bajó sus ásperas manos por el torso de Bill, ladeando su cabeza, deseando sentir esa lengua en una parte mucho más íntima y escondida que el cuello.
—Y bien, Tom… —gimió su nombre, muy cerca de su oído, provocando que los vellos de su nuca se erizaran de forma sorprendente— ¿Quieres darme los pantalones y dejarme ir? ¿O prefieres invitarme a tu cuarto, y luego dejarme ir?
— ¿Podría invitarte a mi cuarto, y luego… no dejarte ir? —invitó, cerrando los ojos. Había pensando en voz alta y esperaba que su maldita bocota no hubiese espantado al pelinegro. Porque vamos, había sonado demasiado cursi para el momento.
—Podrías —secundó Bill, sonriendo ampliamente. Esperó que Tom abriera los ojos y así, sus miradas volvieron a juntarse, flameantes, sacando incluso chispas entre ambos muchachos.
Tom no supo qué más decir. Se sentía un tanto apenado, pero eso no evitó que decidiera jalar a Bill de la cintura, escaleras arriba.
Al llegar al segundo piso, Bill se detuvo, jalando de regreso a Tom, el cual solamente lo miró perplejo, deseando a todos los cielos que el hermoso chico que tenía enfrente no fuese a echarse para atrás en último momento.
— ¿Pasa a…? —E instantáneamente, Bill posó sus labios contra los de Tom, haciendo que callara las palabras que estaban por salir de su boca.
Siguieron el beso, como si su vida dependiese de eso. Tom mordía a Bill, Bill lamía a Tom. Era un jugueteo entre ambas bocas, un tanto inusual, pero que a ambos excitaba de sobremanera.
Los besos y caricias en el cuerpo del contrario incrementaban conforme iban acercándose a la puerta del dormitorio de Tom. Los jadeos comenzaban a hacerse notar y ambos sonreían de vez en cuando, deseando que finalmente se diera ese encuentro íntimo que necesitaban, que deseaban con tanto afán.
Entraron a la habitación, pareciendo un solo cuerpo. Estaban tan pegados, que cualquiera podría jurar que eran gemelos, incluso siameses. Siguieron con su tarea y luego de degustar sus bocas a una velocidad inimaginable, finalmente se separaron, viéndose directamente a los ojos.
— ¿Por qué nunca me habías limpiado el cristal? —preguntó Tom, tratando de regularizar su respiración. Sus manos se encontraban posadas en las nalgas del pelinegro, sin estrujarlas, solamente hacían acto de presencia.
—Soy nuevo —contestó Bill, alzando con desdén el par de hombros que su cuerpo poseía—. ¿Te gustó cómo quedó?
—Me gustas más tú —respondió, regresando los labios a los suyos, fundiéndose nuevamente en un apasionado beso, dejando en el olvido las demás preguntas que quería formular.
Tom tomó la camiseta de Bill desde el borde, jalándola hacia arriba, deslizándola lentamente por su torso, pecho y cuello. La tela salió luego de unos segundos, segundos en los que Tom jamás imaginó encontrarse con que el chico era mucho más hermoso sin ropa. Su torso estaba adornado por bellos tatuajes, uno en su pecho, otro en la ingle, otro más en toda la longitud de su talle y eso le parecía verdaderamente erótico. Nunca había tenido sexo con alguien como Bill, y eso parecía ser algo único e inigualable, y ahora se preguntaba… ¿Podría volver a repetirse?
Al tenerlo completamente desnudo para él, Tom decidió que la ropa en él era bastante y que tendría que removerla de igual manera, pero entonces Bill interrumpió sus actos y comenzó a quitársela él mismo, rasgando algunas veces su bronceada piel, libre de imperfecciones. Tom rió al sentir el roce, y cuando su miembro estuvo finalmente liberado de sus bóxers y pantalones, respiró aliviado. Llevó sus manos a las caderas de Bill y lo empujó con ligereza hacia el colchón. Éste se dejó llevar, recargando su espalda en la cama, mordiéndose el labio, mientras le hacía una invitación a Tom de acostarse también.
El susodicho se recostó sobre Bill, poniendo sus piernas a cada costado del contrario, besándolo nuevamente. Bill gimió cuando sintió su pene rozar con el de Tom, entonces éste último repitió el acto una y otra vez, maravillándose con los gemidos que el más pequeño emitía.
—Tom… Vamos, no me tortures así —pidió, aferrándose a las sábanas a cada lado de sus manos—. Quiero follarte ya.
Esperen un minuto… Tom abrió los ojos, encontrándose con la mirada de excitación de su amante. Se quedó quieto por un momento, procesando lo que acababa de escuchar. ¿Acaso Bill había dicho… follarte? ¿Follarte ya? ¿Bill pretendía joderlo y no que fuese al revés? Tom nunca había sido el más feliz cuando tenía que jugarla de bottom*, siempre prefería ser el que daba y no por el contrario, pero… Al tener a un muchacho tan sexy y encantadoramente bello queriendo follarlo, no podía, o más bien, no quería rehusarse del todo.
Decidió no decir nada acerca de sus preferencias y solamente se inclinó hacia Bill, dejando un casto beso en sus labios. Se enderezó en su sitio y acto seguido, se volteó, para quedar de espaldas contra la cama. Bill entendió rápidamente e hizo lo contrario, ahora quedando él a horcadas sobre el de trenzas.
Tom delineó sus piernas de arriba abajo, respirando entrecortadamente, más por los nervios de ser penetrado que por cualquier otra cosa. Sentía incluso su recto doler, pero nada de eso importaba siempre y cuando Bill estuviese ahí, mirándolo con una amplia sonrisa cargada de deseo.
Abrió ligeramente sus piernas, dejando que Bill divisara su entrada, completamente disponible para que hiciera lo que quisiera. Bill no lo pensó por mucho tiempo y se inclinó, delineando las curvaturas de la entrada de Tom con su lengua, dejando rastros de saliva, casi invisibles, pero bastante placenteros para el contrario. Tom apretó sus ojos, hundiéndose en un increíble placer. La lengua de Bill era mágica, hacía círculos, algunas veces lograba simular penetraciones y otras veces simplemente dejaba caricias superficiales.
Tom se mordió el dedo índice con ahínco. Ladeó su cabeza hasta hacer chocar su mejilla contra la cama y encogió un poco sus piernas para que Bill lo tomara de los muslos, empujándolo más, causando que su entrada quedara completamente al aire, abierta a su disponibilidad y preferencia. Bill metió la punta de la lengua dentro de Tom, cerrando sus ojos al sentir esa cavidad tan estrecha y caliente que muy pronto, podría profanar.
Por su parte, Tom apretó fuertemente los ojos y encogió los dedos de sus pies, casi rogando que Bill metiera un poco más esa maravillosa lengua con piercing que poseía.
—Mmh, ¡Bill! —pegó un pequeño salto cuando sintió cómo Bill escupía en esa parte sensible de él, para luego meter dos dedos de golpe, abriéndolos y cerrándolos en el acto. Tom tomó una de las almohadas de la cabecera de su cama y la estrujó, para morderla después, mientras Bill seguía en su labor de dilatarlo, al mismo tiempo que se tocaba su parte íntima, de arriba hacia abajo, apretando algunas veces la punta, como un acto masoquista.
Los dedos de Bill permanecían en el interior de Tom, haciendo remolinos, raspando sus paredes e incluso buscando llegar más al fondo. Bill tenía dedos largos, pero no lo suficiente para llegar a tocar un punto de extremo placer en el interior del bronceado. Los sacó lentamente, haciendo pequeños círculos mientras salían, provocando que Tom suspirara repetidas veces al sentirlos.
—Será tu mejor noche, Tomy —comentó el pelinegro, sonriendo ampliamente, mientras divisaba desde lo alto a un Tom sonrojado y bañado en sudor, excitantes gotas de agua salada bajaban por su pecho, abdomen e ingle, entonces Bill quiso lamerlas, aunque eso resultara repulsivo o asqueroso para alguien más. Y así lo hizo. Lamió las gotas de sudor que el cuerpo de Tom desprendía y luego volvió a bajar hasta su entrada, para depositar algunos lametones más.
Tom se sentía en la gloria, en la completa gloria, y no quería que eso parara, pero Bill detuvo sus movimientos, lamiendo ahora el canal que unía su entrada con su virilidad. Llegó hasta sus testículos y luego, hasta su miembro, delineando cada centímetro de piel que el de trenzas poseía. Tom apretó con cuidado el cabello del limpiaparabrisas, sin llegar a dañarlo. Sentía varias corrientes eléctricas arremolinarse y recorrer luego su cuerpo, provocando ligeros tirones en él.
—Bill… —gimió, deseando que lo penetrara de una vez por todas. Quiso gritarle, gritarle que por favor lo hiciera, pero su machismo lo detuvo y prefirió acallar sus deseos mordiéndose la lengua.
Bill entendió el gemido de Tom como una petición a que entrara en su cavidad de una vez, entonces así lo hizo. Sin poder aguantar un microsegundo más, deslizó con lentitud su miembro dentro de Tom, penetrándolo de una manera cautelosa, pero firme. Su pene entraba, causando incluso dolor, gracias a la estrechez de Tom, pero rápidamente eso fue omitido y reemplazado por un placer inimaginable, cuando estuvo completamente dentro de él.
—¡¡Ahhh!! —gritó Tom al sentir todo ese pedazo de carne llenar su cavidad rectal. Se sentía tremendamente invadido, como si algo lo estuviese atravesando por completo, pero no le importó, porque sabía a la perfección que el causante de la sensación era Bill y no le molestaba que así fuese.
— ¿Te encuentras bien? —preguntó el pelinegro, recargando sus manos sobre el colchón, por arriba de la cabeza de Tom.
—Sí, estoy bien —contestó Tom, mordiéndose después la lengua para evitar que otro grito saliese de su garganta. Aferró ambas manos en la cadera de Bill y encogió sus piernas, sintiéndose mucho más cómodo en esa posición.
Bill esperó unos cuantos minutos para que ambos cuerpos se acostumbraran a la intromisión y luego dio una pequeña, pero profunda estocada en el interior del moreno. Esperaba que Tom no fuera virgen, porque todo sería mucho más complicado si así fuese. Quiso preguntarle, pero creía que no era lo adecuado para el momento, además… ¿Qué importaba? De todos modos seguiría follándolo.
—Si te duele mucho, me dices —articuló Bill, rogando que Tom jamás pronunciara eso, porque si así fuese, tendría que detenerse, y eso no estaba precisamente en sus planes. Recibió un asentimiento por parte de Tom y eso bastó para comprender que el de trenzas le informaría de cualquier anomalía con su cuerpo.
Esperó unos cuantos segundos más para dar la siguiente embestida, cosa que Tom recibió con tranquilidad. Sus manos delineaban delicadamente los costados de Bill y sus piernas ahora se encontraban entrelazadas con su cintura.
Tom cerró sus ojos, dejándose llevar por las sensaciones que su cuerpo experimentaba en ese instante. Había pensado que el dolor duraría al menos diez minutos, pero al contrario de sus suposiciones, el dolor había desaparecido. Ahora comenzaba a disfrutar del contacto de Bill en su cavidad.
—Mmhg —jadeó, uniendo los labios de Bill con los suyos. Pasó ambos brazos por los hombros de Bill, jalándolo un poco hacia él, causando así una cercanía mucho más preciada.
— ¿Te gusta? Puedo…
—Está perfecto —respondió Tom, estrujando las sábanas una vez hubo soltado a Bill.
Bill se apoyó en sus rodillas, tomando suavemente una pierna de Tom. Sonrió al ver las expresiones eróticas que éste le brindaba y volvió a arremeter contra su cuerpo. Esta vez, Tom solamente soltó un quejido, pero más de placer que de dolor y entonces, Bill inició un lento, pero profundo vaivén en su cuerpo.
El condón había quedado en el olvido. Tom siempre cargaba con algunos para evitar tener sexo sin protección, cosa que había aprendido de su madre principalmente, pero justo ahora, no le importaba. Quería sentir a Bill totalmente; no quería que una delgada capa de látex estuviese interponiéndose entre el pene de Bill y su interior. Así que prefirió mandar a volar las indicaciones de su madre. Comenzó a sentirse mejor. Dejó de apretar sus ojos y los abrió, para mirar al pelinegro desde abajo. Ambos sonrieron, dejándose llevar por el momento.
Bill propinó una dura estocada contra él, pero en vez de rechistar, sonrió un poco más, haciendo que el limpiaparabrisas se sintiera conforme y seguro de repetirlo.
El vaivén pronto incrementó, las respiraciones de ambos muchachos se volvieron cada vez más rápidas. Bill se incorporó, elevando un poco la pierna de Tom sobre su hombro, para así poder llegar hasta el fondo. Ladeó ligeramente su cabeza, haciendo que los mechones mojados de su cabello cayeran sobre su hombro. La cara de Tom era un poema. Mantenía los labios entreabiertos, dejando escapar de vez en cuando un gemido o jadeo, y su cuerpo se movía en un hermoso vaivén, mientras que con su pierna derecha, ayudaba a Bill a impulsarse más.
—Ah, ¡ah! —Bill continuaba con las estocadas en el cuerpo de Tom. Acomodó sus rodillas en la cama, para mayor facilidad, y guió sus manos hasta el miembro duro y palpitante de su amante. Lo tomó con firmeza e inició a masturbarlo, de abajo hacia arriba, sacando más gemidos provenientes de la garganta del trenzado.
Bill sonrió. Sacó con lentitud su pene del interior de Tom y volvió a meterlo con algo de brusquedad. Finalmente había llegado a tocar un punto importante en Tom, un punto en el cual hacía que el contrario se derritiera de placer. Apretó su miembro en la punta, evitando que Tom fuera a eyacular por accidente, debido a la estocada que acababa de proporcionar.
—Oh, ¡joder!
—Mmmh…
Bill cerró sus ojos, sin dejar de embestir con mayor velocidad a Tom. Daba profundas estocadas contra él y lo masturbaba al mismo tiempo. Era realmente delicioso poder disfrutar del cuerpo de Tom a su merced y voluntad, y quería que así fuese por mucho tiempo más. No quería imaginarse tener que despedirse para siempre de alguien como él.
Tom hizo que Bill saliera de su cuerpo. Se volteó ante la atenta mirada del pelinegro, y apoyó sus rodillas en la cama, abriendo más sus piernas, dejando su trasero y entrada totalmente dilatada para que Bill pudiese entrar de nuevo. Y así lo hizo, Bill tomó firmemente a Tom de las caderas, haciendo que su miembro volviese a entrar en su cavidad, sacando otro gemido por parte de los dos. Bill sentía que en cualquier momento se correría… Y no quería por ningún motivo que eso sucediera. Continuó con el movimiento en el interior de Tom. Metiendo y sacando algunas veces rápido, algunas otras lento, su pene.
—Joder, Tom —gimió ronco y estrujó una de sus nalgas, haciendo que Tom pegara un leve brinco—. Me encantas.
—T-Tú a mí —logró articular Tom.
Bill miró hacia abajo, observando como su miembro entraba y salía de las nalgas de Tom con tanta facilidad, que sonrió ante la hermosa imagen que justo ahora tenía delante de él. Se inclinó un poco más hacia la espalda de Tom, y recorrió algunas partes con su lengua, dejando marcas de sus dientes en esta. Empujó un poco al trenzado hacia delante, y éste apoyó sus antebrazos en el colchón, elevando más su trasero. Bill lo penetró más fácil hasta el fondo, soltando un fuerte gruñido en el oído de Tom.
Ambos estaban llegando al colmo de la excitación. Se encontraban en un punto en el cual no pararían aunque la mismísima Reina de Inglaterra entrara a querer interrumpir lo que estaban haciendo. Tom gemía por el placer que las embestidas de Bill proporcionaban en su cuerpo. Bill jadeaba por el placer que el interior de Tom proporcionaba en su dura carne.
¿Cómo es que no se habían conocido antes para poder hacer esto todas las veces que quisieran?
No lo sabían, pero al menos, ahora podían disfrutar del contacto excitante y apasionado del otro.
— ¡Ammhh! —Tom jadeó fuerte, cuando sintió la descarga de excitación llenar su cuerpo. El toque de la piel dura de Bill había dado con un punto exacto para desencadenar el orgasmo, además claro, de tener la mano del otro masturbándolo rápidamente.
El orgasmo de Bill llegó segundos después, cuando sintió el semen de Tom pringar completamente su mano y los vellos de su piel erizarse al escuchar al de trenzas gritar de esa forma tan sexy y seductora.
Definitivamente había sido el mejor sexo que había tenido en su vida. Tom era magnífico. Sus movimientos eran certeros, sus gemidos eran música para sus oídos y sobre todo, había logrado borrar cualquier otra cosa de la mente de Bill.
Tom sintió la semilla de Bill llenarlo por completo y luego se dejó caer en el colchón, respirando entrecortadamente, como si se tratara de un asmático. Bill por su parte, decidió salir del cuerpo de Tom y recostarse a su lado, pegado su pecho con la espalda del otro. Recargó su mentón en su hombro y suspiró largo y tendido, de pronto sintiéndose extremadamente cansado.
— ¿Podemos repetirlo? —preguntó el pelinegro, cerrando lentamente sus ojos. Abrazó por la cintura al contrario.
— ¿Ahora? —interrogó Tom, con un dejo de sorpresa en la voz.
—Claro que no; me dejaste hecho polvo. Me refiero…
—Las veces que quieras —interrumpió Tom, acariciando los brazos de su amante.
El cansancio era demasiado para ambos chicos y pronto, logró vencerlos, haciendo que se quedaran rápidamente dormidos.
Los molestos rayos de sol golpearon directamente a Tom en la cara, haciéndole fruncir el ceño y maldecir a cualquier cosa con o sin pulso. Tomó la sábana y cubrió toda su cabeza con ella, intentando que la oscuridad volviese a él y poder dormir hasta dentro del mes próximo. Se volteó con la panza abajo y estiró sus manos a cada lado, sintiendo el otro lado de la cama completamente frío y deshecho. Fue entonces que el de trenzas recordó con quién había pasado la noche anterior, y también qué exactamente había pasado con aquel sujeto.
Aún debajo de las sábanas y con los ojos cerrados, Tom dibujó una sonrisa al recordarle, pero luego frunció el ceño nuevamente al percatarse de la falta de algún cuerpo caliente a su lado y se paró lo más rápido posible, provocándole incluso un mareo repentino.
Cuando todo dejó de darle vueltas, el hombre comenzó a buscar al otro por todas partes, creyéndolo incluso en el baño y descartando su teoría al verlo completamente vacío. La cocina, el comedor, la sala y demás habitaciones estaban en las mismas condiciones que el baño: Ni un solo rastro del sexy moreno de la noche pasada.
—Se… se fue —Tom susurró quedamente, dejándose ir por el efecto de la gravedad hasta caer en el sofá, de manera melancólica.
Tom se había sentido bien con aquel chico; querido, deseado, divertido, sexy, especial y mil y un cosas más que, aceptándolo, hubiese querido seguir sintiendo por mucho más tiempo. No que fuese un amor a primera vista –o a primera follada, en todo caso–, quizá sí era atracción, gusto… Más allá del placer, estaba el buen verbo y carisma del chico, que si no fuese por la gran calentura que ambos se cargaban, hubiese podido disfrutar más.
Tras asimilarlo; después de darse una ducha a fondo, cambiarse con el atuendo más cómodo y apropiado posible y echar el alimento más saludable que pudo a su estómago, comenzó a adelantar sus trabajos desde ya.
—Sí bueno, quizá por la tarde o mañana vuelva a encontrarlo en aquel semáforo —se dijo a sí mismo mientras hacía su trabajo—. Sólo termino estos informes y papeleos y sí, decidido, iré a buscarlo.
Eran «cosas fáciles», o al menos con eso se tranquilizaba.
La tarde se le pasó relativamente rápida. El trenzado había salido dos veces incluso a buscar al pelinegro en aquel semáforo encontrando nada, absolutamente nada. Se auto-consoló diciéndose que era de noche y quizá no trabajaría, o estuviese cansado luego de muchas cosas que debió haber hecho, quién sabe. Mañana daría sus vueltas para verlo.
Necesitaba verlo y hablarle.
Tom durmió apenas esa noche, entre vuelta y vuelta y cansancio acumulado por el resto de la semana. Sólo durmió lo necesario sin poder descansar lo suficiente, o como él hubiese querido, mínimo.
Despertó más temprano de lo normal, duchándose y vistiéndose con las mejores ropas que encontró, recordándose que pasaría a buscar al pelinegro que lo traía loco.
Después de desayunar y verificar que esta vez no se le olvidaba nada, salió un poco apurado por la puerta y en cuanto subió a su coche, pisó el acelerador lo más que pudo, intentando no matarse en el trayecto.
Tom llegó a buena hora al semáforo, conduciendo lo más lento para asegurarse de que le tocase el alto, sonriendo triunfante cuando logró su objetivo; y lamentablemente, borrando aquella victoriosa sonrisa al percatarse que no estaba aquel hermoso sujeto por ningún lado, y que otro sanguijuela estaba haciendo cosas que le molestaban en sobremanera.
— ¡No! No quiero —chilló Tom. El limpiaparabrisas sólo se encogió de hombros y limpió lo poco que había hecho, para después alejarse y ofrecer sus servicios a alguien más.
Tom agradeció que al menos haya personas en planeta que sí entendieran el significado de un NO.
Sin embargo, no pudo evitar sentir una ligera decepción al no encontrarlo ahí. Aún cuando la esperanza crecía en él de encontrarlo en las próximas horas, o mínimo, en los próximos días.
Bajo todo pronóstico que Tom se haya hecho a sí mismo, quedó completamente decepcionado de ello. Claro, respecto a Bill.
Le había buscado los siguientes días con la ilusión intacta, desmoronándola al no verlo cuando creía que sí lo haría. Iba para dos semanas y se había propuesto dejar de morder su tierno rebozo y preguntar de una buena vez.
Tom estacionó el coche a unos metros más al frente, procurando dejar vía libre a los demás coches, intentando no provocar más tráfico ni tener que recordar a su sagrada familia, difunta o no. Divisó a algunos limpiadores cerca y se dirigió a ellos, quienes al verlo, se extrañaron por la inesperada visita.
—Disculpen… Buenas tardes —El trenzado se recordó que, antes que todo, estaba la cortesía. Aún cuando aquellos especímenes humanos no dejaran de hacerle sus mañanas imposibles.
—Hola, bro —saludó otro, seguido de los demás—. ¿Se te ofrece algo?
Tom rascó su cabeza, nervioso. —Eh… sí. Verán… Hace varias semanas, conocí aquí a un… ¿Compañero? —Asintió— De ustedes y me preguntaba si no sabrían de él.
— ¿Compañero?
—Ajá. Es que lo he buscado como un loco desde ese día por… cuestiones personales, y no sé nada de él —Tom divisó sus rostros, completamente confundidos—. Es alto, moreno, cabello largo, piel media pálida y… se llama Bill.
Tan sólo escuchar ese nombre, los demás cayeron en cuenta.
— ¡Ah, Billo! —exclamó uno.
— ¿Billo?
— ¡Sí! El conejín… ¡Dime que lo recuerdas! Ese crío chistoso que trabajó algunos días aquí…
— ¡Ah, ya! Sí, ya lo recuerdo —coincidió otro.
—Verás, chico —continuó—, no sé qué problemas habrás tenido con aquel niño, pero me temo que no podrás arreglarlos, porque él ya no está aquí.
Tom se congeló. — ¿Cómo que ya no está aquí?
—Pues así. Él ya no está aquí. Dejó el trabajo y se fue de la zona, no sé a dónde. La verdad es que casi no nos dijo nada.
—Sep. Era de pocas palabras —Tom observó al otro sujeto que habló—. Sólo supimos de él porque trabaja en muchas cosas, ¿sabes? La hace de todo… Ha probado suerte en muchos lugares. ¿Dónde? No me preguntes, que jamás lo dijo, sólo sé que él es multi-trabajos.
—Pero, sólo sé que un día, hace algunas dos o tres semanas, luego del accidente que tuvo con su ropa —El hombre hizo amago de reírse—. Llegó al otro día y dijo que tenía que irse, que le había salido trabajo en otra parte y no podía quedarse más aquí.
—Nos dio las gracias, nos deseó suerte y se fue… Una lástima, ese chiquillo era muy agradable.
—Así es.
Tom apenas podía pensar. Bill se había ido, incluso al día siguiente de haber tenido… cosas más íntimas.
Tom se había hecho ilusiones creyendo que Bill se quedaría con él, incluso se llegó a plantear en dado momento el poder ayudar económicamente a Bill mientras éste –según a perspectiva de Tom, el orgullo del moreno– buscaba algo para no sentirse una carga.
Pero… ¡Oh sorpresa! Él ya no estaba, y Tom estaba seguro que jamás podría volver a verlo, a menos que un milagro sucediese, claro.
—Sólo espero que algún día vuelva a verlo.
—Yo también —Tom susurró tan bajo que nadie alcanzó a escucharlo. Se despidió de los demás deseándoles un lindo día y se encaminó a su coche para llegar a tiempo a su trabajo.
El día fue aburrido para Tom, en todos los sentidos. Sin nada en qué distraerse, jugando con una pelota de goma que rebotaba por toda su oficina y con el ánimo caído después de la grata noticia de aquellos limpiadores.
Bueno, después de todo, la vida seguía.
Habían pasado seis largos meses en donde Tom había estado hasta la punta de su última trenza metido en el trabajo. Cosa que agradecía porque, gracias a ello, pudo olvidar casi completamente a cierto chiquillo pelinegro que alguna vez conoció.
Aquella fantasía ya había sido guardada muy en el fondo. Tom agradecía que no fuese amor o ya estaría muerto. Esa atracción y diversión quedarían en el recuerdo y esperaba que con el tiempo dejase de sentir añoranza y sólo lo recordase como una buena experiencia de juventud, con una sonrisa. Por lo mientras, Tom estaba muy bien con tanto trabajo que tenía, evitándole que pensara en cosas que en esos momentos, para él no tenían mucho sentido o importancia.
Aunque ciertamente no se explicaba el por qué de tantos trabajos encargados por su jefe. Ya bien que anteriormente le nombró su mano derecha, pero ni así le había hecho trabajar tanto como en esos momentos; durmiendo si acaso unas cuatro horas para volver a despertar y arreglarse para un nuevo e intenso día lleno de trabajo, terminando proyectos anteriores si el tiempo medio le sobraba. Cosa que no pasaba muy seguido últimamente.
—Tom, necesito verte en mi oficina a las tres y media en punto. No faltes que lo que te tengo que informar es de elevada importancia.
Tom colgó el teléfono luego de escuchar ello y afirmar su aparición ahí a esas horas. En esos momentos la hora de comida daba inicio pero él tenía que terminar otros informes que no quería darse el lujo de dejarlos sólo por el hecho de llenar su panza. Ahí traía algunas frutas, bien podría subsistir con ello ese día y atragantarse de pasteles y leche esa noche.
— ¡Sí, he terminado! —celebró y observó el reloj: Tres con veinticinco. Bien, en lo que llegaba a la oficina de su jefe, serían las tres y media.
— ¿Puedo pasar? —Preguntó, obteniendo una afirmativa— Aquí estoy. ¿Para qué me quería, jefe?
Dieter le instó a sentarse y ponerse cómodo, cosa que Tom aceptó y se propuso ponerle la mayor atención posible. Eso debía ser importante dadas las expresiones de él.
—Bien, Tom, te traje aquí porque lo que quiero abordar a continuación es importante —Pausó un momento para después proseguir—. Verás, creo te has dado cuenta que últimamente, en estos últimos meses te he encargado demasiados trabajos y proyectos que, por cierto, mis más sinceras felicitaciones por tan buenos resultados, han salido maravillosos y me ha dejado un buen sabor de boca contigo y tu trabajo tan excelente. Me has sorprendido. Es por eso que me duele un poco abordar este tema, pero creo que es algo que debes saber y te mereces en todos los aspectos. Eres un buen muchacho.
Tom sonrió con duda. —Muchísimas gracias, pero no entiendo muy bien el punto.
— ¡Oh, lo siento! A eso voy. Bien, todos estos proyectos han sido necesarios para enganchar a una empresa que acaba de firmar el contrato con nosotros para proveernos y ser socios; cabe recalcar que era muy importante y tú has sido mi brazo derecho. Muchas gracias por todo. He de confesarte que todo esto lo hice a manera de prueba, para ver hasta dónde llegan tus capacidades y ver si tienes las aptitudes para el siguiente trabajo, y Tom, he quedado satisfecho. A lo que me refiero es: Firmado el contrato con ésta compañía, se es necesario abrir horizontes a nuevos lugares, y una nueva empresa está en Düsseldorf, como comprenderás, todo lo opuesto aquí. Tom, te he tenido en la mira para que seas mi representante en ese lugar y cumplas con el debido trabajo que corresponde siendo mi mano derecha y con la confianza que te tengo. Me he dado cuenta del potencial que cargas y el cómo estás dispuesto incluso a subirlo y creo que no hay nadie mejor para el puesto que tú, y ese sería el pequeño inconveniente que espero no sea infortunio para ti, aunque no habría problema si lo es, lo cual lamentaría mucho. Tendrías un horario más flexible y el trabajo un poco menor al que has tenido hasta ahora, pero debes trabajarlo con responsabilidad —Dieter hizo una pequeña pausa, pero al no recibir respuesta del trenzado, prosiguió—. Necesito el traslado lo antes posible, Tom, y necesito una respuesta inmediata. Puedes pensarlo entre el día de hoy y el de mañana, pero necesito que en verdad te lo plantees y…
—Acepto —Tom interrumpió a su jefe, sin quererlo en sí pero necesitaba dejarle en claro que aceptaba con total gusto aquella propuesta—. Sólo necesito saber si habrá cambios en el sueldo, si tengo que buscarme alguna casa o departamento, o la empresa me lo dará.
— ¿Estás totalmente seguro, Tom?
Tom asintió. —Me es… grato pensar en algo nuevo. Una rutina nueva y vivir cosas nuevas. Creo que es mi oportunidad para crecer ya sintiéndome alagado con las cosas que me ha dicho. Sería algo muy bueno para mi vida y no quiero desaprovechar la oportunidad. Espero no incomodarlo.
— ¡Para nada! Muchas gracias por aceptar. Eres mi primer y único candidato apto para ello y me sentiría demasiado orgulloso si fueses a representarme. Sé que la empresa dará frutos si estás en ella con la experiencia que tienes… Y sobre el sueldo, incrementará un 45% en curso y no será fijo, así como te serán otorgados los viáticos en aquella ciudad. Claro que si te apetece comprar algo ahí, será por elección tuya y la empresa no tendrá absolutamente nada que ver al respecto.
— ¡Entonces no se diga más! ¿Cuándo me mudaré?
—En esta semana sería bueno que fuésemos iniciando los trámites de traslado y vivienda. Mañana te daré la dirección y los contratos.
—Muy bien, entonces siendo todo, me retiro.
Dieter se levantó a la par con Tom, estrechando su brazo. —Muchas gracias, hijo.
—Gracias a usted, jefe.
Con una sonrisa, Tom decidió salir lo más pronto de ahí para poder hacer explotar su felicidad sin ser recriminado por nadie.
La mudanza estaba en proceso y Tom se encontraba sentado en su auto para dirigirse a su nuevo destino. Él agradecía aquella oportunidad que se le había sido otorgada y esperaba que ese nuevo inicio formase una nueva vida que él estaba dispuesto a vivir y adentrarse en esta. Olvidando sucesos pasados, recuerdos pasados, personas pasadas que ahora, como se decía, formaban parte de su pasado.
Tres horas después de un tedioso manejo, Tom encontró la dirección de su nueva vivienda a algunos metros más allá, a veinte minutos del puerto. Estacionó su coche en el garaje y bajó sus maletas para abrir su casa y conocerla por dentro.
Tom quedó fascinado, la casa era muy hermosa y su pequeño hijo (el perro) también quedó maravillado con eso, incluso marcando territorio en algunas plantas artificiales que encontró cerca y que tuvo que sacar por el mal olor. Ya regañaría a Caninos después. Siguió inspeccionando hasta la noche, calentándose un vaso de leche y yéndose a dormir después, el día siguiente le esperaba muy largo.
Despertó temprano y procedió a hacer todo su ritual de belleza y desayuno, y saliendo de su casa a tiempo para llegar a buena hora a su nuevo trabajo y presentarse con su nuevo jefe en nombre de su… antiguo jefe.
—Tom Kaulitz, ¿no es así? —preguntó un señor de aproximadamente cincuenta años y cara amable, Tom esperaba que fuese así.
—Así es.
—Muy bien, yo soy Ulrich Steher, tu «jefe» —Hizo comillas—, y… esta es tu nueva oficina.
Ulrich lo condujo por un largo pasillo hasta el fondo, donde una enorme oficina se abría a su paso, maravillándolo.
—Es muy hermosa, gracias.
—Gracias a ti, en todo caso —Ambos pasaron—. En el escritorio está todo el itinerario y lo en lo que en sí vas a trabajar. Hay mucho trabajo pero la ventaja tuya, es que cuentas con un asistente que te socorrerá en algunos aspectos, los mayores posibles.
Tom se asombró. — ¿Un asistente?
—Ajá, prácticamente. Unos cuantos conocimientos en la computadora como para hacer algún informe y la disposición para atenderte en todos los aspectos… Laborales, es decir.
Tom se carcajeó, provocando una igual en su jefe. —Sí, no pensé en otro tipo de aspectos.
—Me alegro Tom —Rió—. Bien… Tu asistente llega a las nueve en punto, no tardará. Le hemos hecho la entrevista ayer y es el que mejor ha dado la actitud de colaboración y disposición que buscamos aquí, aunque debo advertirte que debes enseñarle diversas cosas, no está excelentemente preparado para todo en lo que a oficina se refiere, pero ganas de aprender y servir no le falta.
—Con eso me conformo, gracias.
Ulrich comenzó a caminar hacia la puerta, seguido de Tom. —Muy bien, si necesitas algo dímelo, ¿de acuerdo?
—Por supuesto que sí, señor Steher.
— ¡Oh, por favor, sólo dime Ulrich!
—De acuerdo —concedió—. Gracias, Ulrich.
—Bienvenido Tom —Luego de unas cuantas palmadas en la espalda, el otro hombre desapareció para dejar a Tom adaptarse y comenzar a trabajar.
Después de revisar su trabajo, Tom se dio cuenta que lo que tenía que hacer inicialmente era cosa fácil, y había comenzado en seguida para salir rápido y poder adaptarse a otras cosas en las cuales no había podido.
Estaba totalmente concentrado terminando ya la mitad del trabajo cuando alguien tocó la puerta.
—Eh… señor Tom —llamó una secretaria, bastante bonita si le preguntan a Tom.
—Sólo dime Tom, linda.
Tom observó a la chica sonrojarse, provocándole una sonrisa. —Lo siento. Tom, tu asistente llegó.
Tom asintió, observando el reloj y viendo las nueve y quince. Tenía un retraso el primer día y tenía que reprimirlo por ello. La primera impresión siempre contaba.
—Hazlo pasar, bella.
—De acuerdo.
Segundos después, su asistente traspasaba la puerta, un tanto cabizbajo y apenado por el retraso. Aunque esto Tom no lo vio porque se encontraba de espaldas, tomando unos cuantos sorbos de su café.
—Lamento el retraso, no volverá a pasar. Jamás creí que en Düsseldorf hubiese tanto tráfico.
Tom volteó al momento que tomaba su café, sólo para que éste se fuese por otro lado gracias a su estúpida epiglotis traicionera y el aire se le fuera de una. Comenzó a toser estrepitosamente intentando no manchar su gran esfuerzo matutino pero… ¡Es que joder!
— ¡Por la puta! —Tosió aún más.
— ¿Está usted…? ¿Pero qué…? —Tom se normalizó un poco. Aunque la palidez seguía persistente en él— ¿Tom? —preguntó el otro asombrado.
Tom estaba en las mismas condiciones que él. Intentando dejar el pasado (aunque haya sido un solo día, todo era pasado ahora), quien menos lo imaginaba sería su asistente. ¿Eso era una maldita broma? ¿O el destino?
— ¿Bill?
F I N